Opinión

El destapador y las corcholatas

El Sistema Político Mexicano se ha forjado desde el porfiriato y tiene continuidades, cambios y rupturas. En el caso de la designación del candidato presidencial, como consecuencia de la Revolución, se convirtió en pieza clave del poder presidencial y de la construcción del régimen de gobierno autoritario.

El camino para lograrlo fue largo. Venustiano Carranza realizó el primer intento y fracasó (1920) por imponer como candidato presidencial al ingeniero Ignacio Bonillas. El siguiente caso fructificó, cuando Álvaro Obregón impuso a Plutarco Elías Calles. Estas acciones de los caudillos revolucionarios enfrentaron levantamientos armados.

El surgimiento del Partido Nacional Revolucionario permitió a Plutarco Elías Calles alinear a la familia revolucionaria y definir la candidatura de Pascual Ortiz Rubio y su sustitución por Abelardo L. Rodríguez. Asimismo, designó candidato al General Lázaro Cárdenas.

Con la transformación del PNR en Partido de la Revolución Mexicana (PRM) Cárdenas impuso la candidatura de Manuel Ávila Camacho. Corren versiones de que ambos personajes fraguaron la candidatura de Miguel Alemán con el fin de neutralizar los deseos de los militares revolucionarios de continuar usufructuando el poder y transitar al civilismo, vestuario idóneo de la democracia.

Recordemos que el desplazamiento de los militares de la posibilidad de obtener la candidatura presidencial les permitió la presidencia del PRI hasta 1964. Gustavo Díaz Ordaz fue el primer presidente que promovió un civil a la presidencia del partido.

La ambición reeleccionista de Miguel Alemán, los indicios indican, desembocó en un acuerdo con los generales Cárdenas y Ávila Camacho para nombrar a un candidato, aparentemente anodino, el viejo carrancista y anticarismático Adolfo Ruiz Cortines. Quien salió más correoso de lo esperado; consolidó el Sistema de Partido Hegemónico y la autoridad indiscutible del presidente para nombrar al candidato del partido oficial que tenía garantizado el arribo a la Silla del Águila.

Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, cada uno con su “modo personal, cumplieron a cabalidad el ritual envuelto en el misterio, porque formalmente siempre fue alguno de los sectores del partido quien revelaba el nombre del aspirante seleccionado.

Miguel de la Madrid inició, para envolver aún más en el misterio, el método de la pasarela de precandidatos. Los seis fueron: el regente del Distrito Federal, Ramón Aguirre; el Procurador General de la República, Sergio García Ramírez y; los secretarios de Gobernación, Manuel Bartlett; Energía y Minas, Alfredo del Mazo; Educación Pública, Miguel González Avelar; y Programación y Presupuesto, Carlos Salinas, finalmente el elegido.

El presidente Salinas de Gortari concentró en su figura muchos hilos de poder, empezando por el partido oficial. El Tratado de Libre Comercio lo aprobó el Senado estadounidense el 17 de noviembre de 1993. Este hecho fortaleció aún más al presidente, con soltura regresó a la práctica del “dedazo” formalizada con la candidatura presidencial de Luis Donaldo Colosio en la octava Convención Ordinaria del PRI (8 de diciembre de 1993) y, después de su asesinato impuso a Ernesto Zedillo.

Zedillo regresó a la pasarela con una votación abierta. Ganó la candidatura Francisco Labastida con más de 4 millones de votos y 272 distritos. Su adversario más cercano fue Carlos Madrazo con 2 millones de votos y 19 distritos. El resto de los aspirantes: Manuel Bartlett, Humberto Roque y Jesús Silva Herzog cumplieron su papel de ir a una derrota anunciada. El presidente nuevamente designó al candidato mediante el control del partido. Aunque la participación de 10 millones de priístas no sólo buscaba legitimar la designación, sino movilizar a los simpatizantes y dar la imagen de una transformación democrática del PRI.

Vicente Fox intento imponer como candidato a Santiago Creel, pero no tenía el control del PAN y no lo logró. En cambio, Felipe Calderón con una competencia interna en la que participaron Santiago Creel, Ernesto Cordero y Josefina Vázquez Mota, quien obtuvo el 53.95% de los votos. Era evidente la simpatía del presidente por la aspirante y el control sobre el aparato del partido se reflejó en el resultado.

El presidente Peña Nieto ante el desgaste gubernamental y de su imagen se inclinó por buscar una figura que no cargara el peso del descrédito del PRI e impulsara la unidad ante la campaña por venir. Se impulsó una reforma a los estatutos del partido para abrir la puerta a la postulación de candidatos ciudadanos. Una disposición clave de la reforma estatutaria era que, para ser candidato presidencial externo debía tener la firma de los tres sectores del partido y éstos sólo podía entregar fu respaldo a dos aspirantes. De esta forma se cerraba la posibilidad de alguna disidencia relevante.

Naturalmente, del equipo presidencial una sola persona tenía esa calidad de no militante: José Antonio Mead. Fue el único aspirante que se inscribió para ser candidato presidencial, la Convención de Delegados con unos 18 mil asistentes, reunidos en el Foro Sol de Ciudad de México, lo eligió como candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que encabezó la coalición "Todos por México" con el Verde Ecologista de México y Nueva Alianza.

La coyuntura actual, con destapador y corcholatas sobre la mesa, tiene similitudes y diferencias a los casos narrados. En el antiguo régimen, con el Sistema de Partido Hegemónico, estaba garantizado el triunfo del candidato. Las elecciones democráticas han impuesto un límite a ese antiguo poder presidencial, ya no se puede garantizar el triunfo del candidato elegido por el presidente. Lo que, si puede hacer el actual presidente, en primer lugar, es incidir o definir quien será la candidata o candidato; en segundo, crear un ambiente político propicio para que el triunfo electoral se concrete.

El presidente, tempranamente, deslizó su simpatía por Claudia Sheinbaum, claramente con la intención de incitar un oleaje de simpatía a su favor. Tales acciones muy probablemente tienen que ver con las limitadas capacidades carismáticas y empáticas de la Jefa de Gobierno de la CdMx.

Parcialmente se incrementaron los afectos de los correligionarios por Sheinbaum, pero afloraron disensos; el más evidente ha sido del senador Ricardo Monreal, la expresión de incomodad de canciller Marcelo Ebrard fue diplomáticamente tersa, pero evidente.

Ante el atrincheramiento de los otros dos aspirantes y el disgusto social, el presidente dio un giro a su posición inicial. De tal escenario surgió la desafortunada expresión presidencial de las corcholatas, al referirse a los aspirantes a la candidatura presidencial y abrió la baraja a otros nombres, adjudicándose subliminalmente la función de destapador; lo cual trajo malos recuerdos a diversos sectores sociales.

A pesar del manejo errático de la pandemia, de errores en las políticas de salud, educación y la crisis económica, el ambiente político construido por el presidente le es excepcionalmente favorable para impulsar el triunfo de la candidatura presidencial de Morena. La amenaza de recesión económica en Estados Unidos es un riesgo a estas condiciones políticas favorables.

El presidente desea lealtad y continuidad en su proyecto. Quien cumplía cabalmente esos requisitos era Sheinbaum. Ante el crecimiento de la imagen del Ebrard fue necesario subir al cuadrilátero a otro leal, Adán López; quien a pesar de llegar tarde a la contienda tiene una presencia mediática cotidiana. Los nombres agregados a esta triada serán relleno.

El proceso de selección esta acotado por la voluntad presidencial. El procedimiento de selección de candidatos de Morena por encuesta, en un principio desacreditado, se ha ido afinando y es aceptado por los tres aspirantes, pero la metodología tendrá que ser rigurosamente negociada y asumida por todos los contendientes.

El poder presidencial es amplio, el contexto político es una limitante para que pueda definir a su libre albedrío a su candidato, pero está haciendo su juego político, cualquier resbalón puede llevar a la fractura de Morena y poner en riesgo sus posibilidades de triunfo.

AMLO y Sheinbaum en una fotografía de archivo

AMLO y Sheinbaum en una fotografía de archivo

Cuartoscuro

*Profesor UAM-I,

@jsc_santiago

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