Opinión

Dos de noviembre

En estos días que celebramos el sentido profundo de la muerte con la alegría de recibir la visita de nuestros seres queridos que habitan el más allá, vale la pena traer al presente las reflexiones de un respetado profesor de sociología ya finado, que de manera similar a lo que sucede con el tiempo circular, sus argumentos parecen renovarse por su vigencia intelectual. Se trata de Gabriel Careaga, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, quien apuntaba a inicios de los años ochenta de la centuria pasada, que la crisis del desarrollo no sólo consiste en la constatación de la limitación de los recursos sino también de la conciencia, crecientemente agotada de voluntad y de imaginación, pero que han sido fuente de inspiración de las teorías sobre la utopía, el progreso y el propio desarrollo.

Este autor apuntaba que el tiempo lineal es el resultado de un nuevo tipo de sociedad: la capitalista, lo cual desde la práctica y desde las ideas, comienza a fracturar el viejo orden de cosas. Paulatinamente el tiempo ha dejado de ser estático, se torna acelerado y progresista. La religión se vuelve humana, nos dice, y la humanización del mito es al mismo tiempo la deificación del hombre. A partir del siglo XV y en adelante, el renacimiento de las ideas. Es un periodo en el que al mismo tiempo que surge el culto a la razón y al conocimiento, se da el apogeo de las supersticiones y el fetichismo. Si sumáramos la infodemia al fenómeno podríamos hablar sin duda alguna del siglo XXI.

Careaga ilustra desde la dramaturgia sus planteamientos al señalar que el teatro de Shakespeare muestra y demuestra el rompimiento con la tradición feudal y la crisis de la utopía renacentista; se puede ver la violencia social y política en términos de relaciones familiares y amistosas. En las obras del maestro inglés se encuentra el conflicto de la violencia por la posesión. En el fondo, común a nuestra época presente, es la lucha por el poder y el dinero, el odio, la persecución y la destrucción.

Gabriel Careaga

Gabriel Careaga

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Con la idea del progreso, todo se volverá utilitarista y comienza a tener un precio. Cabe recordar de la mano del sociólogo, que la utopía plantea la necesidad de una mejor sociedad, no solamente en términos económicos y sociales sino sobre todo humanos. Es el mito de la ilusión armónica entre el hombre y la sociedad y también con su naturaleza. Y justamente cuando aparecen situaciones críticas y difíciles, es mayor la necesidad de una evocación de la utopía. Las sociedades se van desarrollando entre contradicciones, ideales y realidades brutales. 

Todas las épocas han tenido su dosis de conflicto y violencia, pero en la nueva centuria parece haber la firme convicción de superar todas las marcas anteriores: con pandemia, catástrofes humanitarias en Gaza y en Ucrania, cambio climático, ampliación de las desigualdades y concentración de los privilegios, entre otras tragedias. (Los espejismos del desarrollo, entre la Utopía y el progreso (1983), Océano, México, 247 pp.).

El pensador nos dice también que en la mar de esas contradicciones surgen pensadores humanistas y eventos que irán tallando el árbol de la historia y de las sociedades. Un Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro, el siglo de las Luces, Rousseau, la Revolución francesa, Marx, el progreso y el desarrollo. Esta vorágine de avances y retrocesos de la sociedad hace llegar de varias maneras a la constatación, apunta otro sociólogo, Wright Mills, que a medida que cobramos mayor conciencia de nuestra condición sentimos que estamos viviendo en un mundo donde somos simplemente espectadores.

Agrega Careaga, y lo que significa ser hombre y mujer en estas sociedades, es ser un sujeto manipulado, perseguido, acosado por los valores de la sociedad de consumo que no permiten a nadie escapar. El dinero más que nunca expresa con dramatismo la enajenación en la sociedad contemporánea. “El hombre comienza a desconfiar de la inteligencia como instrumento de interpretación del mundo, y surgen los profetas de la desesperación, de la derrota, del nihilismo.” Por ello, el destino del hombre de esta sociedad irracional es volverse insensible y vivir con la muerte, gracias a la presencia cercana de la guerra, incluida la nuclear, la contaminación y la esquizofrenia que tiene como única salida divorciarse de la sociedad, vivir sin raíces, o vivir de las mentiras, aunque también las mentiras nos estén liquidando al agotar nuestro sentido de lo real.

Una última cita de Careaga para terminar: “A pesar de todas las críticas en forma consciente e inconsciente, los hombres, las mujeres, las clases, las masas, tienen necesidad de creer en la utopía, el progreso, el desarrollo. Porque es la única forma de que el hombre desgarrado por su conciencia sobre la muerte pueda trascender.”