Opinión

La elección de los recuerdos ¿a quién me parezco yo?

Hasta hace algunas décadas era frecuente que los niños hicieran esta pregunta a sus padres o a sus abuelos, a cualquiera de su familia que pudiera recordar anécdotas propias de algún pariente con quien asumir la semejanza. Claro está que se trataba de identificarse con orgullo o, al menos, sin avergonzarse. Parece que los niños de hoy no tienen mayor interés en saber algo de su familia y quizá deberíamos considerar como un progreso esa pérdida de curiosidad que en ocasiones envolvía el afán de apropiarse de méritos ajenos y el pretexto para presumir de prestigio y distinción, porque el simple hecho de tener abuelos dignos de recordarse ya era un timbre de orgullo familiar. Los antepasados han perdido en muchos terrenos su prestigio, pero, por otra parte, todavía nos satisface saborear los platillos de la tradición doméstica, mostrar los libros más antiguos de nuestra biblioteca y ni qué decir de los viejísimos álbumes de fotos con retratos de parientes olvidados y escenarios de ambientes desaparecidos. Todo eso es historia, la nuestra, la que de verdad querríamos entender. Y, sin embargo, parece que nada de eso es importante ni serviría para competir con la comida rápida que consumimos en el centro comercial, los utensilios de un solo uso o los aparatos electrónicos que quedan arrumbados cuando los supera una nueva generación. Nada es intrínsecamente bueno ni malo, mejor ni peor. Todo depende del uso que le demos y de lo que nos proporcione alguna felicidad. Podemos conservar o tirar, esconder o mostrar cualquier recuerdo que pudo ser grato hasta que se volvió incómodo. ¿Nos atreveríamos a hacer lo mismo con la historia? Frente a los mejor informados y actualizados libros académicos o a los textos escolares de cualquier nivel. ¿Nos hemos detenido a pensar si somos capaces de asumir los errores tanto como los motivos de orgullo? ¿Tendremos capacidad para aceptar con ecuanimidad las victorias y las derrotas del pasado? ¿Entendemos, al menos, el significado de tantos símbolos que un día fueron venerados y hoy denostados? ¿Qué espacio tenemos reservado para los afectos, los intereses materiales, las relaciones personales, las ilusiones, las ambiciones o los fracasos?

guiainfantil.com

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Incluso las eruditas monografías de acontecimientos del pasado, las biografías actualizadas, las nuevas investigaciones y los mitos presuntamente desmantelados, rara vez se libran de los prejuicios, invariablemente aceptan estereotipos y apenas ocultan los mismos criterios de valor y cobardía, de grandeza y humillación, de honor en entredicho y de burlas como revancha de una presunta inferioridad. ¿Es eso lo que queremos encontrar en la historia? ¿así aprenderemos a vivir en el mundo que nos ha tocado?

¿Tenemos derecho a pedir un mundo en paz cuando no la tenemos en nuestra propia memoria?

Lo que querríamos saber y podríamos recordar son los momentos de armonía, las tareas compartidas, los afectos permanentes y los abrazos de los amigos… Eso es otra historia, precisamente la historia de lo cotidiano, la que todavía no nos han contado.

Pilar Gonzalbo Aizpuru

El Colegio de México