Opinión

Aunque no haya reforma electoral

El domingo 27 de noviembre fuimos advertidos (para que no quede ninguna duda) por el propio presidente de la república, por los principales funcionarios y por los más conspicuos militantes de la coalición gobernante: violamos la constitución y la ley porque podemos; usamos recursos públicos para una movilización personalista, porque para eso estamos en el poder; utilizamos los medios de comunicación públicos, para hacer patente quien controla al Estado; repartimos dádivas y organizamos acarreos masivos porque sabemos mandar al pueblo y pronunciamos un discurso repleto de mentiras y medias verdades porque se trata de sustituir la realidad con retórica, suplantarla con nuestra única versión.

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, encabezó la Marcha: 4 Años de Transformación

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Cuartoscuro

La marcha del gobierno es un desplante ufano, abierto, sin medias tintas: las reglas con las que hemos convivido en las últimas tres décadas no cuentan más. No nos interesa el diálogo con los distintos, con la oposición, ni escuchar marchas ciudadanas como la del 13 de noviembre: la disputa del poder ya está aquí y haremos lo que sea necesario para seguir en él. Una nueva etapa política -más lúgubre- ha quedado así, claramente expuesta.

No creo que sea el momento de buscar matices porque los hechos exhibidos por el presidente no lo permiten: lo antoconstitucional, lo ilegal, lo anormal será la regla -acelerado- en los siguientes meses.

Alguna vez formulé, en este mismo espacio, estas preguntas: ¿alguien hubiera imaginado, digamos en junio de 2018, que López Obrador cancelaría a tan alto costo y con tal improvisación al aeropuerto de Texcoco? ¿alguien hubiera pensado que con la grave crisis de derechos humanos en la que vivimos, la Comisión encargada sería convertida en un mero apéndice del gobierno? ¿alguien hubiera imaginado al presidente de México saludando a la madre de uno de los principales capos de la droga de país? ¿alguien hubiera sospechado que militarizaría la seguridad pública mediante un decreto, violando la Constitución y violando los acuerdos del Congreso de la Unión que elaboró su propio partido?

Pues todo eso constituye la pendiente descendente del presidente López Obrador, ahora completamente dedicado a desnaturalizar al Instituto Nacional Electoral: capturarlo mediante “elecciones de consejeros”, desprofesionalizarlo, enanizarlo.

Insisto: no podemos dar por imposible ningún escenario ni ninguna decisión, por ilegal o estrambótica que sea, porque esa es la naturaleza del personaje y de este gobierno: para dominar necesita sorprender, pieza tras pieza, desbaratando todo lo que parecía firme o sólido antes de su llegada al poder.

La serie de violaciones a la Constitución y la ley (uso de recursos públicos para propaganda personalizada; apropiación de los medios públicos; coacción, reparto de dádivas y actos anticipados de campaña por parte de las y los ungidos por el propio presidente) anuncian que México dejará de tener elecciones normales, que el escenario de compertencia democrática por el poder se desdibuja, para dar pie a otro tipo de comicios, intervenidos y distorsionados sin recato, desde el gobierno mismo, aunque no haya reforma electoral.

Y es algo, que debe empezar a decirse. 

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