Opinión

El horario y el tiempo

El pasado domingo los mexicanos atrasamos el reloj una hora y será la última vez que lo hagamos. Un decreto aprobado por el senado el 26 de octubre puso fin al horario de verano iniciado en 1996. Las razones para llevar a cabo esta modificación no están del todo claras. Lo que sí es evidente es la intención personal del presidente de regresar al horario anterior. Él nunca estuvo de acuerdo y desde la jefatura del gobierno del Distrito Federal se opuso a su implantación. En esa época emitió un decreto para que la medida no se aplicara en la capital y tuvo que ser una resolución del poder judicial la que lo obligara a su cumplimiento, por ser una materia de competencia exclusiva del Congreso de la Unión.

Horario de Verano

Horario de Verano

Cuartoscuro

Cuando se implantó el horario de verano en México se buscaba que la población, al aprovechar más tiempo la luz del sol, ahorrara en el consumo de energía eléctrica. Esta idea no era novedosa, por el contrario, es algo que se ha planteado y discutido en diversos países por lo menos un siglo atrás. El primer horario de verano lo adoptó Alemania en 1916 y Estados Unidos hizo algo similar en 1918, aunque en este país fue revocado muy pronto, para volverlo a adoptar muchos años después. En 1784 cuando Benjamín Franklin era embajador de Estados Unidos en Francia, propuso a los franceses levantarse una hora más temprano durante el verano para hacer un mejor uso de la luz del día y reducir el consumo de velas.

¿El horario de verano cumplió con su objetivo? El reporte elaborado para el año 2018 por el Fideicomiso que se encarga de dar seguimiento al ahorro de energía eléctrica (FIDE), señala que, durante el horario de verano de ese año, se habían ahorrado 945.29 Gigawatts-hora, suficientes para dotar de energía para un año a 592,240 hogares. Estas cantidades representaban una economía de 1,359 millones de pesos y equivalían haber evitado echar a la atmósfera 498 mil toneladas de dióxido de carbono. (El Financiero, 3 de abril de 2022). El 7 de julio de este año la secretaria de Energía Rocío Nahle minimizó la importancia del horario de verano, señalando que el ahorro de energía era de casi la mitad de estas cifras y que apenas representaba el 0.16 por ciento del consumo nacional.

La expectativa que generó el horario de verano en el país desde sus inicios quedó muy por encima de los resultados que se han medido en la realidad, pero cabría preguntarse ¿se está eliminando el horario de verano porque el ahorro se considera insignificante? No lo sabemos porque las últimas evaluaciones del ahorro de energía no parecen haberse hecho con la metodología que usaba el FIDE. El argumento de la secretaria al parecer nos dice que las toneladas de dióxido de carbono que dejamos de emitir al ambiente son pocas y no justifican el esfuerzo social de levantarse más temprano. Son muy pocas las velas que ahorramos le habrían respondido los franceses a Franklin, preferimos dormir más.

La otra razón que el gobierno presenta para regresar al horario anterior, está relacionada con los supuestos efectos que los cambios producen en la salud. “Si queremos mejorar nuestra salud, no debemos luchar contra nuestro reloj biológico, lo recomendable es volver al horario estándar, que es cuando la hora del reloj solar coincide con la hora del reloj social, del reloj de Dios” declaró el secretario de Salud, de un estado laico, Jorge Alcocer. La explicación de la relación entre el reloj biológico, el solar, el social y el de Dios, con la salud de las personas no puede tomarse como un argumento serio, ya que proviene de un razonamiento religioso más cercano a la astrología que a la ciencia médica. Adicionalmente y sin mostrar un solo estudio médico serio, el secretario ha señalado que existen diversas afectaciones a la salud de los ciudadanos como consecuencia del cambio de horario: aumento de la ocurrencia de infartos, obesidad, cambios en el sistema digestivo, trastornos del sueño, depresión, entre otras. Estas afirmaciones vagas, generales y exageradas no están referidas a datos concretos ni a estudios en poblaciones determinadas y son propias de los divulgadores de pseudo ciencia. De tomarse como ciertas las afirmaciones del secretario habría que recomendar a las personas evitar viajar a lugares con husos horarios distintos y, si lo hacen, ser advertidos de los riesgos de sufrir infartos, obesidad o depresión.

En la decisión de modificar el horario no hay una motivación sustentada en estudios o evaluaciones profesionales de los costos y beneficios de cambiarlo o dejarlo. La decisión atiende más al cumplimiento de un deseo del presidente y los argumentos usados tanto por la secretaria Nahle como por el secretario Alcocer están diseñados más para justificar esa intención política preconcebida que para aportar conocimiento al tema.

La intención de apropiarse del calendario, de la forma de medir el tiempo, o de la narrativa de la historia ha estado presente en algunos movimientos políticos o religiosos redentoristas, que de esta forma y desde el poder han buscado dejar su impronta en la sociedad. Así lo hicieron los revolucionarios franceses en 1792, los rusos en 1929 y los chinos en 1911. Por razones religiosas los países protestantes se negaron a adoptar el calendario católico gregoriano hasta ciento setenta años después.

El horario que en adelante seguirá el país por ley, no generará mayores trastornos en la vida cotidiana y las personas se adaptarán más o menos rápido a vivir con él y a coordinarse con otros países. El tiempo y la forma de medirlo ha sido un invento de la civilización que ha ido cambiando a lo largo de la historia y las personas lo han interiorizado en sus culturas. La medición del tiempo en horas, minutos y segundos es algo relativamente reciente en la historia. La palabra puntualidad aparece en el idioma inglés a finales del s. XVIII. De eso tratará mi siguiente entrega.

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