Opinión

Intelectuales, oligarcas, mafiosos rusos y México

En “Le Monde diplomatique” (en español) correspondiente al mes de abril aparece un artículo de Juliette Faure titulado “¿Quiénes son los halcones rusos?” Allí se señala que la invasión a Ucrania por parte de Moscú marca el triunfo de una corriente de pensamiento que viene abogando, desde la caída de la Unión Soviética, por un enfrentamiento con el modelo de civilización occidental. Esta parte ideológica de la agresión rusa no ha sido tomada en cuenta por los analistas. Por eso, vale la pena, en primera instancia, poner atención en esta faceta.

El escrito de Faure comienza así: “El 26 de febrero de 2022, día en que cumplía 84 años, el escritor ruso Alexander Projánov concedió una entrevista en directo desde la cabina de un avión de ataque que sobrevolaba Ucrania. Ante sus ojos, su sueño de reconstituir el imperio soviético tomaba cuerpo de forma violenta: ‘Estoy sobrevolando la negra tierra ucraniana que atraviesan los tanques rusos, corrigiendo así la monstruosa herida cometida contra la historia rusa en 1991 […] Hoy nos casamos de nuevo con Ucrania’.”

Foto: Especial

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Projánov es uno de los líderes de los “nacional-patriotas”, línea ideológica que se formó desde la perestroika (1985-1991) en oposición a los “occidentalistas” (zapadniki) y “liberal-demócratas”. En el periódico fundado por Projánov, Zavtra (Mañana) confluyeron simpatizantes de Stalin, nacionalistas, sacerdotes ortodoxos y nostálgicos de la monarquía. Este amasijo de identidades, confluyó en la idea de que frente al occidentalismo había que reivindicar la cultura euroasiática. Allí en Zavtra se publicaron artículos de Alexander Dugin, Eduard Limónov y Guennadi Ziugánov. Estos personajes, y varios más coincidieron en la crítica a la democracia liberal postsoviética, la liberalización de la economía y la occidentalización de la sociedad rusa.

Faure sostiene: “Los nacional-patriotas comparten una aspiración: la reconstitución de un Estado fuerte que sintetice los períodos de la historia rusa combinando los valores tradicionales y espirituales del imperio zarista con el poderío militar y tecnológico de la Unión Soviética.”

La llegada de Vladimir Putin a la presidencia en 2000 ratificó el giro conservador. En 2012, en un contexto de crisis de legitimidad por el fraude electoral y las consecuentes protestas sociales, Putin echó mano de los proveedores de apoyo ideológico al sistema autoritario. Fueron impulsadas las figuras e ideas de Projánov y Dugin.

Ahora, con la invasión a Ucrania, el aparato de propaganda del Kremlin ha puesto en el primer plano las ideas de estos escritores y el Club de Iborsk integrado por unos sesenta miembros procedentes de diversos ámbitos profesionales. Su objetivo es formular “una política de Estado patriótica aplicada a todas las esferas de la vida nacional.”

Está claro que Putin y sus fabricantes de ideas no las tienen todas consigo. En Rusia hay un malestar creciente, incluso dentro de las propias estructuras de poder. El autócrata ruso pensó que la invasión a Ucrania sería una operación relámpago. Pero no fue así. De acuerdo con las estimaciones más actualizadas 18,900 soldados rusos han perdido la vida desde que comenzó la guerra el pasado 24 de abril.

Mucho se habla de los cerca de cinco millones de ucranianos que se han huido de su país por causa del conflicto bélico; pero poco se habla de la población rusa que está abandonando su nación en vista de las precarias condiciones económicas: muchos consorcios transnacionales se han ido y la fuerza de trabajo altamente especializada junto con ellos; otras personas han salido por la incertidumbre y por la creciente represión.

Lo que más ha atraído la atención de la opinión pública internacional—aparte de la propia contienda militar—es la figura de los oligarcas rusos y la congelación de sus bienes en la Unión Europea y Estados Unidos. Esos oligarcas amasaron sus fortunas al amparo de Putin. El más famoso de ellos es Roman Abramovich, ex dueño del equipo inglés de futbol, Chelsea.

De acuerdo con el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ), entre los oligarcas rusos se encuentran Arkady y Boris Rotenberg, Konstantin Ernst, Sergey Roldugin, Gennady Timchenko, Alister Usmanov, Leonid Mikhelson (de acuerdo con la revista Forbes, este es el hombre más rico de Rusia), Yuri Milner, Oleg Deripaska y Dmityri Rybolovlev.

No tiene nada de mal ser multimillonario. El problema con estos individuos es que sus bienes los escondieron en paraísos fiscales o a través de una red muy compleja de empresas; muchos de ellos se asentaron o viajaban frecuentemente a Londres. Allí hacían negocios que servía de camuflaje a operaciones turbias.

El propio Vladimir Putin es multimillonario; es el “capo” de esta red de personas acaudaladas. Su ministro de relaciones exteriores, Serguéi Lavrov, forma parte de este círculo de cómplices que ha saqueado Rusia.

De lo que tampoco se ha hablado es de la mafia rusa. Para que se vea su importancia debemos decir que en 1993 casi todos los bancos rusos eran propiedad de la mafia de ese país; el 80 por ciento de las empresas pagaban al crimen organizado por protección. La mafia rusa se extendió a muchas partes del mundo incluido México.

Aparte de ello, con la caída de la Unión Soviética, muchos rusos emigraron a Estados Unidos y obtuvieron la nacionalidad; algunos de ellos se convirtieron en multimillonarios. Se sospecha que, un puñado de estos transterrados, tienen conexiones con el bajo mundo.

Por último: “El jefe del Comando Norte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, el general Glen VanHerck, aseguró que el gobierno de Rusia tiene en México al grupo más grande de espías desplegado en el mundo con el objetivo de obtener información estadounidense.” (Forbes, 25/03/2022). El canciller Marcelo Ebrard, pidió pruebas. El chiste se cuenta por sí solo.