Opinión

La militancia y la obediencia del santo Job

¿Qué hace que un militante acepte el maltrato de su líder o intente justificar sus desatinos y hasta los más insensatos y a veces crueles comportamientos? La adhesión apasionada a una ideología o a un líder carismático con frecuencia nubla la razón crítica y la capacidad de pensar de forma independiente de no pocas personas que suponemos inteligentes. La sumisión ciega al líder no ocurre sólo en el ámbito de la política, se encuentra también entre los feligreses religiosos y en otras áreas de las relaciones humanas.

Santo Job

Santo Job

Se ha escrito, no lo suficiente me parece, que en la cultura occidental están presentes dos influencias mitológicas que motivan la actitud que las personas tenemos frente a la autoridad. Una se originó en las religiones monoteístas de Oriente Próximo y la otra en la mitología griega. Ambas están impresas y siempre en tensión en las sociedades y en los individuos modernos.

En la tradición religiosa donde el dios siempre ha sido absoluto y el único verdadero para todos, escribe Joseph Campbell, se exige del individuo una sumisión total a las creencias y dogmas teológicos. La fe, es decir, la aceptación sin cuestionamientos de lo que está escrito en los libros sagrados es la condición demandada a la feligresía.

“Se observa una serie de contrastes entre los acentos mitológicos griegos y hebreos, pues la “teología griega”, sostiene F.M. Cornford, no fue formulada por sacerdotes, ni siquiera por profetas, sino por artistas, poetas y filósofos. Ni había una clase sacerdotal que preservara de las influencias innovadoras una tradición sagrada en un libro sagrado. No había sacerdotes que dictaran los términos de la fe desde una fortaleza inexpugnable de autoridad”

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En la mitología hebrea encontramos un relato que muestra cómo un individuo es capaz de tener fe y obediencia obcecada a un dios que lo ha arruinado con el único objetivo de poner a prueba su disciplinada e inquebrantable lealtad. El relato bíblico del paciente y obediente Job, se afirma, puede considerarse representativo del ideal sumiso, piadoso, sagrado, de todas las religiones con un dios absoluto y único.

Del lado opuesto, en la mitología griega, Prometeo es el arquetipo de la rebeldía frente al dios caprichoso y arbitrario. El Titán cuestiona los abusos que desde el poder divino se ejercen en contra de la humanidad. Contrario a la ignorancia, a la fe irreflexiva, promueve su antídoto: el conocimiento, la crítica y el progreso.

En el mito hebreo la desgracia de Job empieza cuando Yahvé y Satán sostienen un diálogo en el que el primero se ufana de la bondad, honradez y lealtad que tiene el más famoso y rico hombre de todo el oriente. Satán pone en duda la santidad de Job y sugiere que detrás de ella está su interés material, pues dios le ha colmado de riquezas y de un cerco de protección para él y su familia. Toca su bienestar material, dice el diablo, y ya verás como te maldice en tu propia cara. Dios se resistió a aceptar lo que sostenía su interlocutor y cruzó una apuesta. Lo retó a que pusiera a prueba a su más fiel seguidor y lo autorizó a infringirle los más terribles daños. Job perdió primero una parte de su incalculable ganado como resultado del saqueo, luego perdió todas sus ovejas y pastores porque cayó fuego del cielo. Un vendaval mató a sus siete hijos y tres hijas. Frente a cada desgracia sufrida Job refrendaba la fidelidad a su dios. Satán desesperado pensó que si se le causaban grandes dolores físicos aquel hombre terminaría renunciando a su fe. En presencia de dios, dice el relato, Satán le hirió con una enorme llaga incurable que cubría todo su cuerpo. Ni el insoportable dolor hizo quebrantar su confianza en Yahvé.

Sus amigos le consolaban y le instaban a reflexionar sobre los pecados por los que era castigado. Pero la crueldad no se explicaba por sus faltas y por eso nunca flaqueó. Su mujer le cuestionaba que siguiera teniendo fe y lo incitaba a maldecir a dios. Job permaneció firme en sus creencias, nunca pecó con sus palabras y coronaba su sumisión con frases como éstas: “Yahvé me lo dio, Yahvé me lo ha quitado, ¡que su nombre sea bendito!”. “Si aceptamos de dios lo bueno, ¿por qué no aceptamos de Dios lo malo?”

Para no hacer el relato más largo basta con decir que el diablo perdió la apuesta y Job quedó en el imaginario religioso como el héroe de la abnegación y la obediencia, pero también como el arquetipo de la sumisión ciega a la autoridad arbitraria e injusta.

Cuando un movimiento político se somete a un liderazgo autoritario es frecuente que se desarrolle en su militancia más la actitud jobesiana que prometeica. Bajo la sumisión intelectual a este tipo de autoridad se justifican políticas evidentemente erróneas, que incluso en otros tiempos se criticaban. Se llegan a aceptar terribles crímenes y atrocidades contra todos aquellos que cuestionan y contradicen el dogma. De ello hay innumerables ejemplos en la historia moderna.

En nuestro país hay muchos casos de sumisión y de aceptación humillante de los desplantes que se practican desde la máxima autoridad política. Las acrobacias retóricas para justificar lo injustificable, en algunos casos, y el silencio abnegado en otros, son dignos del santo Job.

Un tipo de actitud jobesiana, de abnegación intelectual, está expresada nítidamente en el pensamiento del director del Instituto de Formación Política de Morena, quien en su momento se atrevió a decir: Con Andrés Manuel me pasa con mucha frecuencia que no estoy de acuerdo con cosas que dice. Pero ahora mi reflejo es preguntarme: ¿qué es lo que no estoy entendiendo? Y sí, me doy cuenta que, a la larga, él siempre tiene la razón.

En su colaboración publicada en la revista Nexos del mes de junio, titulada Elche, José Woldenberg señala con decepción que un amplio sector de la izquierda está dispuesta a sacrificar la democracia por su sometimiento a un poder personalísimo proclive al abuso, al capricho y a la voluntad de un solo hombre.

Parafraseando al héroe judío, la reflexión de esta izquierda pareciera ser: si aceptamos lo bueno de nuestro caudillo, ¿por qué no aceptar también lo que nos parece incorrecto?