Opinión
El problema, Lula, no es la ideología, es la falta de valentía
Fran Ruiz

El problema, Lula, no es la ideología, es la falta de valentía

Lula da Silva tiene vocación de estadista mundial y sabe que probablemente este tercer mandato sea su última oportunidad para lograr, por ejemplo, un plan de paz para Ucrania (que en realidad es un llamado a Zelenski a que no se defienda ni prolongue la guerra, cediendo territorios anexionados a su amigo Putin) o que la cumbre de este martes en Brasilia sea el embrión de una futura Unión Sudamericana, que sirva de lanzadera (esto no lo dice en voz alta) para reclamar un puesto permanente para Brasil en el Consejo de Seguridad de la ONU, en su calidad de vocero de América Latina ante el mundo.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva

EFE

Todo esto está muy bien, como quedó reflejado en el llamado Consenso de Brasilia, donde se acordó una verdadera integración regional, donde no haya lugar a peleas entre países miembros según el color ideológico del gobierno de turno; y donde se plasmó un canto a la democracia, la defensa de los derechos humanos y la no injerencia en asuntos internos.

Pero en el diablo se esconde en los detalles y, como recordó al término de la cumbre con amarga ironía el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, "obviamente, no tenemos la misma definición, que creo que es una en la Real Academia Española, de lo que son el respeto a las instituciones, a los derechos humanos y a la democracia".

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Evidentemente, el venezolano Nicolás Maduro, el brasileño Lula da Silva o el argentino Alberto Fernández tienen un concepto muy diferente de lo que es respetar los derechos humanos de lo que entienden, por ejemplo, el chileno Gabriel Boric o el propio mandatario uruguayo.

Según dijo Lula tras su caluroso recibimiento a Maduro el lunes, el problema de Venezuela es la “narrativa” que algunos países han querido airear en el mundo sobre una supuesta represión del chavismo contra los que no piensan igual. El simple comentario es una bofetada a las decenas de miles de venezolanos que ha acabado en las cárceles bolivarianas (muchos de ellos torturados), por protestar por la falta de libertades, o a los millones que tuvieron que huir en condiciones penosas a los países vecinos (como Brasil) por la desastrosa estatización de la economía y el saqueo de los jerarcas chavistas de la riqueza petrolera.

Cuando Lula insiste molesto en esa falsa narrativa sobre Venezuela ¿qué está tratando de decir; que los inspectores enviados por la ONU mienten cuando concluyeron que en Venezuela se han cometido y se cometen crímenes de lesa humanidad? ¿Lula cree que el mayor éxodo de personas de la historia moderna de Sudamérica es un capricho de seis millones de venezolanos, que abandonaron sus casas por el deseo de conocer el mundo?

Si Lula realmente quiere una verdadera integración sudamericana, donde la justicia social, los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho sean los pilares, y quiere que participen todos, más allá de su ideología, debería empezar por dejar de echar flores bajo los zapatos de quien pisotea en su país los derechos humanos todos los días; y debería tener la valentía de otros líderes de países más pequeños que el suyo, como el presidente izquierdista chileno Gabriel Boric, de denunciar en voz alta que en Venezuela (y en Nicaragua y en Cuba) se reprime y hay presos políticos, y que ser progresista y denunciar a un represor de izquierda no te convierte en un facha; y que es una vergüenza que muchas voces latinoamericanas lleven décadas guardando silencio sólo porque quienes niegan la libertad y la democracia a sus pueblos se llamen a sí mismos de izquierda.

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