Opinión

El síndrome populista

Giacomo Marramao, afirma que hoy la disputa política entre partidos y movimientos, no parece orientada a la legitimación de sus propias ideas y programas, sino que más bien se centra en la deslegitimación del adversario. Una de las características de la democracia es el reconocimiento del adversario y la pluralidad de ideas; sin embargo, ese principio está siendo sustituido por el desconocimiento del adversario y el intento de imponer una hegemonía sustentada en la propaganda y los ataques a personas específicas (ad hóminem); la calumnia como política de Estado.

Portada del libro de Giacomo Marramao

Portada del libro de Giacomo Marramao

La tesis que sostiene este profesor de la Universidad de Roma es que hay un desplazamiento del centro de gravedad, de la democrática hacia las múltiples variantes del “populismo”. La competencia democrática se sustentaba en la confrontación de ideas y de propuestas; en la discusión pública sobre temas de interés colectivo en la esfera pública (“Öffetlichkeit”). De allí la relevancia que tuvo la sociedad civil, sobre todo a partir de la liberación de los países del Este europeo en 1989. La conexión entre la opinión pública y vida parlamentaria fue vital. El populismo, ha puesto entre sus prioridades, el debilitamiento e incluso la desaparición de la sociedad civil y convertir a los parlamentos y congresos no en espacios de debate y construcción de acuerdos, sino en campos de batalla entre facciones enemigas. En esta nueva fase, la producción de ideas que le den fuerza a los institutos políticos, no es tan importante como la generación de argumentos en contra de la existencia del adversario; socavar la fundamentación de su identidad y presencia en la vida pública.

Este desplazamiento del centro de gravedad de la democracia hacia el populismo, marca el declive de la cultura política surgida de la Segunda Guerra Mundial. Degradación que es perceptible en el debilitamiento y desprestigio de los partidos políticos y en el surgimiento de un doble proceso de personalización de la política en la figura de los líderes carismáticos y el predominio de los medios de comunicación (y yo agregaría de las redes sociales). Esto “ha hecho que la dinámica democrática entre en una nueva era, caracterizada por eso que yo propongo definir con la expresión ‘síndrome populista’.” (Giacomo Marramao, “Sobre el síndrome populista. La deslegitimación como estrategia política”, Barcelona, Gedisa, 2020).

En el populismo la ley se subordina al poder; aunque el gobernante haya llegado legítimamente al poder, no lo ejerce en los términos establecidos por lo justo, lo ecuánime y lo equilibrado (“díkaion”). Acaba la era del constitucionalismo y comienza la etapa del personalismo; ya no manda la ley, sino el capricho.

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Carl Schmitt decía: “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”. Ahora, de acuerdo con los criterios adoptados por el populismo, tenemos que: “Soberano es quien decide sobre la legitimidad” o “Soberano es quien tiene el poder de proclamar la suspensión de la ley.” En consecuencia, no es casual que los líderes populistas tengan interés en destruir el equilibrio de poderes y, al mismo tiempo, apoderarse de los órganos electorales. Una vez hecha esta maniobra, entonces, les será fácil hacer leyes según su conveniencia, así como decidir quién gana y quien pierde en una elección; o sea, quién estará dotado de “legitimidad” para desempeñar el cargo.

Lo que se observa en el horizonte son nubarrones, barahúndas, confrontaciones y conflictos de valores debido a estas estrategias de deslegitimación mutua entre los actores políticos que compiten por la conquista del poder. Antes “las reglas del juego democrático”—como las llamó Norberto Bobbio—eran muy claras y se fueron haciendo cada vez más equitativas y reconocidas por los competidores. Lo que tenemos ahora es que uno de los competidores quiere ser el árbitro, el dueño del balón y llenar el estadio de sus fanáticos.

Los criterios de equidad e imparcialidad propios de la democracia son echados por la borda. Eso es lo que ha producido el desplazamiento del centro de gravedad en estas últimas décadas. Se trata de una pura y descarnada lucha de poder. Lo dicho por Thomas Hobbes: “bellum ómnium contra omnes” (la guerra de todos contra todos).

Lo desconcertante de este libro, escrito por Giacomo Marramao, es que para él tienen validez las tesis expuestas por el padre filosófico del populismo, Ernesto Laclau y su idea de que hay una tarea por hacer: la construcción del “pueblo”. Pero esto implica, necesariamente, el establecimiento de una frontera antagónica entre “pueblo” e instituciones. “Para mi—habría declarado Laclau en más de una ocasión—, política radical es la construcción política del pueblo.” (p. 58)

Y aquí surge otro dilema plateado por Marramao: “Pero—al margen de las reservas críticas de quien, como yo, no se reconoce en la ‘razón populista’, aun advirtiendo la necesidad de subrayar la disonancia cognitiva producida por el uso diferente de la voz ‘populismo’, o del mismo término ‘patria’, en Europa y en América Latina, y de distinguir entre populismo político iberoamericano y el neopopulismo mediático, videocrático y xenófobo europeo—queda por reconsidera la complejidad teórica y la seriedad del problema planteado por Ernesto Laclau.” (p. 59)

Este desafío lanzado por Laclau se ha discutido ampliamente a nivel nacional e internacional: sin embargo, hasta donde mis conocimientos alcanzan, México es uno de los pocos lugares en el que esa discusión no se ha dado. Sería hora de que los ideólogos de la 4T se pusieran a trabajar seriamente en este tema en vez de andar lanzando improperios y diatribas a diestra y siniestra: la construcción dialógica, no simbólica (ni artificial), del pueblo.

P.D. feliz año nuevo, 2023

Mail: jsantillan@coljal.edu.mx