Opinión

En el Zócalo, fascismo y desmemoria

Si fue organizado para competir con la movilización ciudadana del 26 de febrero, el mitin del gobierno resultó insuficiente. Aunque estuvo respaldada con fondos públicos y buena parte de sus asistentes fueron por el temor de perder apoyos oficiales, el Zócalo tenía zonas sin ocupar durante la concentración del sábado 18 de marzo, convocada por el presidente López Obrador.

Fue él quien planteó ese mitin, como respuesta al de las organizaciones ciudadanas que defienden la autonomía y la integridad del INE. Es de él, y de sus operadores políticos, el tropiezo que significa una movilización que no superó la de aquellos a quienes considera rivales suyos. Además, hay que recordar que el 26 de febrero hubo movilizaciones ciudadanas en más de cien ciudades. A la del sábado 18, vinieron a la ciudad de México grupos de todo el país y ni siquiera así se desbordó el Zócalo.

Si hubiera una pizca de sensatez para obtener lecciones de esa movilización, podría esperarse que el presidente dejase de competir para acaparar la plaza pública como ha intentado en sus actos de masas más recientes. El Zócalo y las calles de nuestras ciudades son suficientemente espaciosos para que quepan todos, lo mismo simpatizantes que ciudadanos críticos de las decisiones del gobierno. También en las urnas debieran caber los votos de todos y por eso es indispensable que se restituyan las capacidades del INE para organizar con autonomía elecciones competitivas.

Algunos de los más exaltados, entre los miles de obradoristas que acudieron al mitin del sábado 18, ofrecieron una muestra de intolerancia tan vulgar que le restó atención al mensaje presidencial. Mientras coreaban que es un honor estar con Obrador, un grupo de barbajanes quemó una efigie de la ministra Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte. Esa expresión fascista es consecuencia del discurso de odio que promueve López Obrador.

Miles de personas identificadas o simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador abarratoraron el Zócalo capitalino.

Miles de personas identificadas o simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador abarrotaron el Zócalo capitalino.

FOTO: Adrián Contreras

Tal intolerancia ha sido especialmente ofensiva porque se agravió la imagen de una de las mujeres mexicanas más destacadas en la actualidad. La hoguera en el Zócalo manifiesta un inaceptable desprecio contra las mujeres y sus derechos.

Antes de ese desplante de irracionalidad de algunos de sus seguidores, el presidente leyó un discurso a ratos farragoso y del que la prensa destacó las expresiones retóricas contra Estados Unidos. Aunque el pretexto del mitin era reivindicar su política energética en los 85 años de la expropiación petrolera, no ofreció ninguna cifra sobre la situación de Pemex y ni siquiera mencionó a la hasta ahora inútil refinería de Dos Bocas. En cambio, hizo un extenso relato de “la estrategia del general” Lázaro Cárdenas para llegar a la expropiación de 1938.

López Obrador mostró a los primeros años del gobierno cardenista como si hubieran sido diseñados por el general michoacano para llegar a la expropiación petrolera: “Primero, entregó la tierra a los campesinos y ayudó a los obreros. Luego, impulsó su organización. Y finalmente, con esa base social pudo llevar a cabo la expropiación del petróleo”.

Según esa forzada apreciación, Cárdenas construyó el respaldo de campesinos y obreros para luego aprovecharlo: “La reforma agraria aseguró la fidelidad de mucha gente al gobierno cardenista”. Y más adelante: “se pudo ejercer con plena libertad el derecho de huelga. Para mediados del sexenio, campesinos y obreros identificaban a Cárdenas como el defensor de sus intereses”.

Es cierto que el general Cárdenas alcanzó amplias simpatías entre las masas populares. Pero suponer que ese apoyo fue intencionalmente propiciado para que la expropiación fuera posible implica desconocer las tensiones que, ya durante ese gobierno, resultaron de la creciente voracidad de las empresas extranjeras que manejaban el petróleo mexicano.

López Obrador mira a la historia de ese periodo como resultado de la supuesta capacidad estratégica y manipuladora de un artífice colocado por encima de circunstancias y conflictos sociales y económicos. Según él, cuando ya tenía su respaldo, el general Cárdenas organizó a los trabajadores de la ciudad y del campo: “La organización política de obreros y campesinos como segundo eslabón de la estrategia cardenista se desarrolló también con intensidad y entusiasmo”. El presidente soslaya que desde fines de la década anterior había un intenso proceso de organización, que condujo a la creación de centrales obreras y sindicatos nacionales como el de la industria petrolera. La CTM nació en 1936 no como resultado de una iniciativa del gobierno, sino a consecuencia de ese trayecto organizativo que respondía a decisiones de los trabajadores y a la influencia de variadas corrientes ideológicas.

Cárdenas no había previsto la expropiación. El petróleo ni siquiera fue un tema relevante en el Plan Sexenal que elaboró el PNR en 1933. La expropiación se debió a la intransigencia de las empresas petroleras ante las demandas sindicales y a sus desplantes contra el gobierno.

Desdeñando los hechos históricos, López Obrador presenta a Cárdenas como un demiurgo capaz de ordenar a las fuerzas sociales de acuerdo con sus designios. Esa mitificación, la construye al servicio de su propia imagen. López Obrador sugiere que él mismo ha conseguido la adhesión del pueblo para emprender una política de cambios más agresivos.

Se respalda en la figura de don Lázaro para proyectar la suya propia. Pero el licenciado AMLO no es el general Cárdenas, ni estamos en los años 30. Cárdenas tenía un programa de reformas, que iban de la reactivación del campo a la industrialización del país y que era, en aquellas circunstancias, un proyecto de modernización. López Obrador carece de un proyecto de país digno de ese nombre, su inquietud principal es desbaratar avances de gobiernos anteriores, el combate a la pobreza que fue su bandera central ha fracasado. Lázaro Cárdenas apostó a la construcción del Estado mexicano. López Obrador se empeña en erosionar al Estado y quiere reemplazarlo con un ejercicio personal del poder.

Cárdenas enfrentó al fascismo y convocaba a la unidad del país. López Obrador polariza a la sociedad e intoxica a sus seguidores más fanatizados con un odio irracional y agresivo. Así se trasluce el huevo de la serpiente.