
Hace unos años un amigo me contó un cuento zen.
Este era un maestro zen, que recorría India acompañado por su alumno. Llegaron a una casa pobre, en donde los alojó una buena familia. Le preguntaron a la familia de qué vivía, y contestaron que de una vaca.
—La vaca nos da leche, a veces nos alcanzar para vender un poco, o para hacer queso; está flaca de tanto que la usamos, pero somos pobres— dijeron.
Los monjes salieron y, apenas habían caminado unos cientos de metros, el maestro dijo a su alumno:
—Pequeño saltamontes, quiero que esta noche regreses a la granja donde nos acogieron tan amablemente, encuentres la vaca y la eches por un barranco.
El maestro no escuchó las razones de su alumno. Tampoco las súplicas. Así que el discípulo obedeció y en la noche desbarrancó la vaca.
Pasaron los años, el sabio maestro murió y su antiguo discípulo, ahora convertido, él mismo, en maestro zen, recaló por casualidad en la misma zona. Se alojó con la misma familia, que ahora vivía con más comodidades. “¿De qué viven?”, les preguntó. Y contestaron:
—Antes teníamos una vaca, pero se desbarrancó y tuvimos que arreglárnoslas. Mi mujer empezó a vender sus hermosos tejidos, yo me dediqué a otras artesanías, mi hija trabajó, con sus ahorros compró unas gallinas y ahora vendemos huevos a todo el pueblo; mi hijo es constructor.
En México tenemos una vaca. Nos la dio Tata Lázaro. Se llama Petróleos Mexicanos. La queremos mucho.
Hubo una época en que era muy gorda, y nos preparamos para administrar la abundancia. Pero ésta nunca llegó: el dinero que obtuvimos por la venta de su producto se escurrió entre especulación, corruptelas e importaciones.
Decidimos que teníamos que apretarnos el cinturón, y que ya no íbamos a depender de la vaca, pero igual seguíamos dependiendo de ella. Los que la ordeñan directamente le dijeron al entonces Presidente: “Si se muere la vaca, se muere México, y se muere usted”. Ese Presidente decidió mejor no meterse.
Una de las primeras cosas que hizo su sucesor fue atacar a quienes controlaban la ordeña de la vaca. Puso a otros. Hizo muchos cambios. La economía ya no dependía de la vaca, pero las finanzas públicas sí. O sea, que la dinámica económica todavía dependía de la vaca.
El siguiente Presidente cambió la organización de la explotación de la vaca. Diferentes empresas se dedicaban a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche negra. Como el precio estaba muy bajo, fueron años de vacas flacas. Por fortuna, no toda la economía dependía de ella, pero las finanzas públicas sí.
Las vacas flacas —y en especial, la del 95— influyeron en que cambiara el color político del Presidente en turno. Éste, que se las daba de gente del campo, dijo que ya era hora de que dejáramos de depender tanto de la vaca. Propuso una reforma fiscal. Lo hizo de manera atrabancada, y no se veían beneficios evidentes para los miembros más pobres de la familia. Como el precio de la leche negra estaba al alza, los legisladores consideraron que lo mejor era que las finanzas públicas siguieran dependiendo de la vaca. Poco importó que su ubre mayor, también conocida como Cantarell, diera muestras de agotamiento.
En ese tiempo, las cabezas de las familias nucleares (porque la que vive de la vaca es una gran familia patriarcal) pidieron y obtuvieron que se les diera a ellos los remanentes por venta de leche a alto precio.
Cuando el más reciente Presidente puso a consideración del Congreso su ley de ingresos y presupuesto de egresos, calculó el precio de la leche negra con base en una función matemática muy complicada que habían hecho los sabios de las familias con vacas. Resultaba que, para hacer los gastos públicos necesarios, era menester elevar algunos impuestos. Pero se opusieron unos miembros de la familia —no necesariamente los más pobres—, y se llegó a una solución salomónica: asumir que el precio de la leche negra iba a ser superior al que decía la función matemática. Qué tanto es tantito. Y además, quitaron del presupuesto el forraje de calidad que le íbamos a dar a la vaca, para cubrir otras necesidades.
Ahora, el precio de los productos de nuestra vaca ha caído por debajo del que se tuvo como referencia en el presupuesto. Ya les advirtieron a las cabezas de las familias nucleares que no va a haber remanentes este año. Vamos a utilizar un guardadito para seguir gastando lo mismo, al menos durante el primer semestre del año. Si los precios siguen a la baja, a ver qué tal nos va en la segunda mitad.
Seguimos siendo una familia pobre, pero nos las arreglamos. De comer no falta, al menos para la mayoría de nosotros. Queremos mucho a la vaca. De verdad. No la vamos a desbarrancar (aunque la tenemos hambreada y trabajada en exceso). Pero tal vez los precios internacionales del petróleo se encarguen de algo parecido.
En todo caso, bien haríamos en dejar de depender de ella, aunque para eso se requiera una dolorosa reforma fiscal. Sería un gran aprendizaje que nos ayudaría a ver, entre otras cosas, que no se puede chiflar y tragar pinole al mismo tiempo (y esa es otra enseñanza zen: al tiempo).
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