
En medio de un convento frío en Burgos, con velas encendidas, una estatua del demonio al centro del set y puertas que se cierran solas, Paco Arasanz, Tatiana del Real y Frank Rodríguez se conectan por videollamada para hablar de Los ojos del diablo. No es promo vacía: están literalmente en pleno rodaje, “del otro lado del charco”, como dicen entre risas nerviosas, y con la vibra del lugar todavía pegada a la piel.
La cinta, que comenzará rodaje en serio el 19 de noviembre y tiene previsto su estreno en cines de España en marzo de 2026, se filma en locaciones históricas de Burgos, entre ellas el antiguo hospital psiquiátrico de Oña, un espacio cargado de mitos y leyendas que se ha convertido en el corazón visual y emocional de la historia.
Un rodaje que empieza con un ritual… y algo de verdad
La película abre con un ritual satánico en ese viejo psiquiátrico. Lo que empezó como un juego de ficción terminó coqueteando con algo más inquietante.
“Primero era ficcionado, pero luego no ha sido así”, cuenta Paco entre broma y verdad. “Ayer nos complicamos un poco, improvisamos algo y acabó siendo real”.Tatiana remata: “Me cambiaron el ritual a la mera hora y Paco puso un ritual real. Y como no era en latín, lo entendía perfectamente. Mientras lo iba leyendo me daba muchísimo miedo, porque entendía bien las palabras y todo el tema de la posesión”.
La anécdota se cuenta entre risas, pero se siente la tensión. El equipo ya vio cosas que no estaban en el guion: luces encendidas en zonas vacías del convento, puertas que se abren y se cierran, una ouija abandonada y hasta una dentadura postiza encontrada en un rincón oscuro. “La vibra está muy loca… Ojalá podamos mandarte fotos, pero hay cosas escritas ahí muy densas”, confiesa Tatiana.
Paco, lejos de espantarse, lo celebra: “Si pasa algo, que pase… lo grabamos”, dice, medio en broma, medio en serio.

Burgos: un escenario de terror demasiado perfecto
No es la primera vez que Arasanz trabaja en Burgos, y eso se nota. “Burgos es un lugar lleno de lugares fantasmales, es increíble”, explica. “A través de los otros rodajes que hemos hecho, hemos empezado a conocer más la zona y siempre nos reciben con los brazos abiertos. El pueblo está para nosotros, nos han abierto las puertas del espacio y no tenemos ninguna limitación”.
El rodaje, sin embargo, no deja de ser un reto. “En las pelis de terror, a veces lo que es de terror es el rodaje”, bromea Paco. “Aparecen mil cosas, pero a veces los inconvenientes hacen que la película mejore”.
Una de las postales más fuertes la vivió Tatiana al entrar por primera vez al set: “Paco no me quiso contar cómo iba a ser la primera escena. Solo me dijo: ‘Quiero que conozcas el set por primera vez ya grabando’. Lo primero que vi al entrar fueron millones de velas y una estatua enorme del diablo en medio. Fue súper impactante”.
La estatua, por cierto, es real. Se la regalaron en una tienda esotérica cuando solo estaban buscando utilería. Buen augurio… o no.
Tatiana del Real, la fan del terror que soñaba con ser poseída
Tatiana interpreta a una joven atrapada en un proceso de posesión demoníaca, cuyo descenso será registrado por una cámara maldita. Aunque suene brutal, ella lo vive como la realización de un sueño de infancia.
“Yo soy fanática del cine de terror, y desde que vi El exorcista decía: ‘Yo quiero ser ella, yo quiero ser ella’”, cuenta, divertida. “Cuando Paco me invitó al proyecto, le dije que uno de mis sueños era siempre ser una poseída”.
La preparación ha sido intensa, física y mentalmente, pero muy cuidada: “Paco siempre ha cuidado mucho cómo quiere la caracterización, cómo quiere abordar al demonio. Me ha mandado ejercicios, hemos platicado mucho por Zoom… Todavía no entramos a las escenas del exorcismo, pero él confía en mí, yo confío en él y de la mano sé que va a salir lo mejor posible y lo más natural posible. Esa es la idea”.
Una cámara maldita entre mundos
En Los ojos del diablo hay un elemento clave que sostiene gran parte de la atmósfera: una cámara maldita capaz de mostrar visiones prohibidas del más allá.
“Es un objeto entre mundos que te permite ver el más allá”, explica Paco. “Es algo que todos deseamos, ¿no? Siempre hay esa inquietud con saber si hay algo más después de esta existencia. Esta cámara lo va a revelar… pero no vamos a ver luces blancas ni angelitos; es la parte más oscura del inframundo”.
Más que un truco de guion, la cámara funciona como metáfora. “Al final todos tenemos un sentido trascendente”, dice el director. “La cámara, dentro del universo de la película, busca responder a esas inquietudes que todos tenemos y mostrar —no voy a llamarlo infierno—, pero sí el inframundo”.
Un exorcista tipo Rasputín y un sacerdote rockstar
Frank Rodríguez da vida a un exorcista que está lejos de ser un héroe blanco y puro. Es un personaje lleno de matices: fe, manipulación y oscuridad conviven en la misma figura.
“Paco me contó desde un principio que lo tenía contemplado como una especie de Rasputín”, explica Frank. “Le dio un look muy rebelde, con chaqueta de cuero, casi como un rockstar. Es como un sacerdote rockstar, rebelde. Eso me permitió darle un tono oscuro, pero también muy llamativo visualmente”.
Aunque al momento de la entrevista todavía no graba su primera escena, ya sabe que el personaje le va a exigir entrar en zonas incómodas. Lo curioso es que, a diferencia de Tatiana, Frank no es fan del género como espectador: “No me gusta el cine de terror porque maneja muchas fórmulas, me cansa y pocas cosas me sorprenden. Pero como actor sí me gusta hacerlo”.
Ya ha trabajado antes con Arasanz en Nos veremos esta noche, y repite: “Sé que es un género que se vende muy bien, que la gente lo acoge muy bien. Y aunque no tengas un gran presupuesto para efectos especiales, puedes jugar con la mente, con los sonidos. Eso es lo que me trae aquí”.
Terror sobrenatural con emociones reales
Uno de los sellos de Paco Arasanz, reforzado tras el fenómeno de Obayifo Project —que saltó de YouTube a cines, de cines a plataformas y de regreso a salas—, es la búsqueda obsesiva de realidad dentro del terror.
“Nosotros buscamos la realidad”, dice directo. “A veces hay escenas en las que potenciamos el trabajo de los actores con cosas no previstas, para que tengan emociones reales. Lo que se muestra es real. Intentamos llegar al nivel máximo de realidad, que siempre te plantees al ver la película si lo que ocurre es real o no”.
Eso implica un trabajo emocional fuerte: “Los actores tienen que conectar con su propia realidad y transmitirla. No es fácil, porque no hay una separación clara entre personaje y actor. Hay momentos en los que está tan junto que no se nota la línea”.
¿Qué quieren que viva el público con Los ojos del diablo?
Cuando se les pregunta qué esperan que experimente el público cuando la película llegue a salas en 2026, todos coinciden en que no quieren solo “sustos”.
“Espero que les dé miedo, lógicamente”, concede Paco. “Pero también que les guste y que sea más una experiencia de terror que una película. Es algo totalmente inmersivo, no solo a nivel estético, sino emocional. No es ficción estrictamente dicha: es una experiencia, es otra cosa”.
Tatiana lo complementa desde el lado fan: “Yo soy fan del cine de terror y creo que en México se están haciendo cosas muy interesantes. Me emociona que esta sea una coproducción México–España y que de aquí salgan más proyectos. Ojalá la gente sienta que vivió algo real”.
Frank, que no disfruta tanto el terror desde la butaca pero sí desde el set, lo resume con sinceridad: “Al final, si logramos jugar con la mente del espectador, con lo que no ve pero siente, habremos hecho bien nuestro trabajo”.
Mientras tanto, en ese convento lleno de velas, ouijas olvidadas y pasillos interminables, el equipo sigue rodando. Entre nervios, risas y supersticiones, Los ojos del diablo va tomando forma, lista para mirar de frente al público el próximo año.