Cultura

"De las estructuras reticulares a los algoritmos evolutivos" (fragmento), de Carlos Coello

El Colegio Nacional nos comparte un fragmento del discurso de ingreso del destacado computólogo, el cual ya forma parte de las publicaciones de la institución 

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Carlos Coello nutrirá las reflexiones dentro de El Colegio Nacional sobre temas que generan esperanza y temor, como la Inteligencia Artificial

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El Colegio Nacional

Compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del discurso de ingreso de Carlos Coello Coello. En esta lección inaugural, el colegiado comparte cómo transitó de las aulas universitarias a convertirse en uno de los computólogos más destacados de México. Con este texto, que ya está disponible en libroscolnal.com, El Colegio Nacional renueva su colección Discursos ingreso.

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De joven, no fue fácil para mí decidir qué estudiar, pese a que tuve opciones muy limitadas. Para alguien que nació en un pequeño pueblo de la costa de Chiapas llamado Tonalá y que creció en los años setenta en Tuxtla Gutiérrez, las opciones profesionales eran muy escasas, pues se reducían a estudiar ingeniería civil, arquitectura, derecho, administración o medicina. Desde la adolescencia supe que me gustaban las matemáticas, pero creía tener también cierta inclinación por la electrónica y, de alguna forma, pensaba que se me facilitaba la química, aunque nunca me gustó tanto como las matemáticas. Decidí estudiar ingeniería civil, tal vez más porque era la profesión de mi padre que por ser la que parecía más cercana a mis intereses que eran diversos y quizá, hasta un tanto dispersos.

Desde la adolescencia me sentí atraído por la ciencia y también por la ciencia ficción. Crecí admirando a Los cazadores de microbios de Paul de Kruif y pasé horas leyendo historias fascinantes de ciencia ficción como las Crónicas marcianas de Bradbury y el Anochecer de Asimov. Pero también disfruté de la lectura de libros de divulgación como El cerebro de Broca… de Carl Sagan, intrigado profundamente por los enigmas de nuestro cerebro. Fue así como un día de mi remota adolescencia, decidí que sería un científico. La incógnita que prevalecería durante varios años era el área en la que trabajaría.

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Y así, llegué al verano de 1985. Tras haber aprobado el examen de admisión de la carrera de Ingeniería Civil en la UNACH, me encontraba esperando el inicio de los cursos propedéuticos que debía tomar de forma obligatoria antes de ingresar formalmente a la que se volvería mi alma mater. Fue en ese entonces que mi padre llevó un día a casa una pequeña computadora Timex Sinclair que debía conectarse a un televisor. Esta computadora, que contaba con una memoria muy limitada, venía equipada con un intérprete del entonces popular lenguaje de programación BASIC y podía programarse con relativa facilidad. Mi primer contacto con esta pequeña computadora despertó en mí una fascinación que me ha acompañado durante el resto de mi vida. Pero la programación fue el inicio del camino a la curiosidad por saber más acerca de estas enigmáticas máquinas dentro de las cuales se ocultaban mundos maravillosos. Pronto, no me bastó con poder escribir programas que resolvieran problemas sencillos de ingeniería civil. Quería entender la forma en la que una computadora procesaba la información que yo le proporcionaba. Esto me llevó a leer diversos libros y revistas en una época en que no existía acceso a internet en Tuxtla Gutiérrez.

[…] Y así, transcurrieron cinco largos años en los que logré concluir la carrera de Ingeniería Civil mientras estudiaba por mi cuenta diversos conceptos de computación que creía que me serían de utilidad más adelante. Bromeaba con mis amigos, diciéndoles que estaba estudiando computación y que, en mis ratos libres, hacía mis tareas de ingeniería civil. Evidentemente, a esas alturas, estaba convencido de que lo que quería era estudiar computación y veía a la ingeniería civil como un simple pasatiempo. Elegí escribir mi tesis de licenciatura acerca del análisis de estructuras reticulares por computadora usando el método de rigideces.

[…] Fue precisamente en aquellos días, en uno de mis frecuentes viajes a la Rectoría de la UNACH para completar los trámites de mi titulación, en que me topé con un anuncio de unas becas que ofrecía la Secretaría de Educación Pública para estudiar en la Universidad Tulane. En ese entonces, ni siquiera sabía en dónde estaba ubicada esa universidad, pero de inmediato pensé que podría solicitar una beca para cursar una maestría en computación. Lleno de ilusiones, viajé a la Ciudad de México a entregar documentos, convencido de que obtendría una beca.

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El doctor Carlos Coello Coello.

[…] En Tulane me hicieron ver que me habían aceptado por ser un buen estudiante de licenciatura, pero manifestaron, con esa franqueza que caracteriza a los estadounidenses, que resultaría muy difícil para alguien con mi formación, el poder sobrevivir a los cursos de maestría en Ciencias de la Computación. Entendí después que esto se debía, sobre todo, a que, en Estados Unidos, las ciencias de la computación tienen una fuerte orientación matemática y que mi formación de ingeniero civil tenía serias deficiencias a ese respecto.

Tal y como me lo advirtieron, sobrevivir a los cursos de Tulane fue difícil, pero yo me encontraba muy motivado y entusiasmado porque sentía que finalmente podía estudiar aquello que tanto había deseado...