Cultura

El fracaso de la democracia

Los griegos -que crearon el concepto dēmokratía- fueron muy específicos en este sentido: la democracia debe ir acompañada de la Paideia (una educación moral y espiritual, es decir integral del ser humano), de otra manera…¡no funciona!>>

Depositando el voto en las elecciones presidenciales
El voto, uno de los rasgos de la democracia. El voto, uno de los rasgos de la democracia. (La Crónica de Hoy)

Es un reto limitar a unas palabras el debate en torno al significado de la democracia. Sin embargo, me gustaría compartir una pequeña reflexión. Asociada en general con la idea de libertad y de derechos humanos, en la sociedad contemporánea limitamos la idea de democracia a derechos egoístas, al libertinaje y a una supuesta “justicia social”, creando así, sin darnos cuenta, una democracia nihilista, construida en base a intereses y a un ejercicio de simulación de nuestra libertad. Esto hace que, desde hace décadas, la sociedad participa a la “construcción” de una democracia sin sentido, vacía de contenido que responde a una sociedad de masa y relacionada sólo con el “poder”, “ganancias” y “derechos”, olvidándonos totalmente de los valores y del significado moral que debe acompañar una auténtica democracia.

Los griegos -que crearon el concepto dēmokratía- fueron muy específicos en este sentido: la democracia debe ir acompañada de la Paideia (una educación moral y espiritual, es decir integral del ser humano), de otra manera…¡no funciona!

La realidad de nuestros tiempos es muy diferente. Los valores espirituales ya no acompañan a nuestras democracias y no existe ya una medida objetiva para nuestras acciones. Sin mencionar que las instituciones también carecen de estos valores y se han vuelto meramente funcionales y tiránicas o corruptas.

Aunque nuestras sociedades se encuentran en un proceso continuo de cambio (social, económico, político) pensamos que la idea de democracia debe adaptarse al supuesto “progreso”. Sin embargo, en este proceso de adaptación -a sociedades globales, plurales y progresistas- la democracia ha perdido su esencia.

Es verdad: la democracia no es algo estático, sino un proceso dinámico y, por lo mismo, en la historia hemos visto dos manifestaciones de la misma: la democracia liberal y la democracia autoritaria (aunque es una antinomia). Se ha llegado a la conclusión de que el fascismo fue una democracia autoritaria. El populismo también lo es (porque, en el fondo, es un fascismo). Y no podemos no remarcar que, a nivel global, lo que llamamos democracia toma con fuerza, desde hace décadas, la forma de populismo, es decir de autoritarismo. En este tipo de régimen la libertad se vuelve un simulacro, ya que el poder no lo tienen los ciudadanos, sino que está concentrado en el estado que “ofrece” a los ciudadanos lo que estos “necesitan”. Entonces se crea una tiranía de la masa, de la multitud, respaldada por el Estado. Nietzsche afirmaba con razón que la “lógica del Estado” es la siguiente: “Yo el Estado soy el pueblo”. Cuando el pueblo identifica sus intereses con el estado, se da lugar a una sociedad fácil de manipular.

En México (y no sólo) la democracia tiene intentos fallidos por muchas razones, pero, en especial, porque, por un lado, se trata de una sociedad joven en el intento del ejercicio de la democracia; y, por otro, se trata de una sociedad compleja (multiétnica, plural) y, de una mentalidad colectiva difícil de cambiar con cada sexenio. Aun así, la democracia no deja de ser una aspiración y lo deseado por la mayoría, y con cada generación que pasa, estas ansias se vuelven más imperantes. Pero también con cada régimen político las desilusiones han crecido, de tal manera que las nuevas generaciones han empezado a ya no esperar nada (el nihilismo total). Esto porque no se vota realmente por un cambio para el futuro, sino que se vota para las conveniencias presentes, cayéndose en la misma dinámica de retroceso al pasado. Este sigue reflejando un infantilismo social, es decir, como bien afirmaba Nietzsche a una falta de madurez para hacerse responsable.

Al final de esta breve incursión me gustaría enfatizar que la democracia no funciona ahí donde no se entiende su exigencia: no basta ejercer el derecho de votar una vez cada seis/cuatro/cinco años (dependiendo de cada país) para pensar que vivimos democráticamente. Es decir, no podemos pretender ser una sociedad democrática sin los valores (libertad, responsabilidad, compromiso cívico, respeto a las leyes, etcétera) que deben acompañarla. Democracia no es ir a votar o sólo pedir derechos; sino que la democracia exige de cada ser humano ser responsables y participar activamente en la sociedad (y no me refiero aquí al activismo) guiados por principios morales como el respeto a los demás, la responsabilidad, la honestidad y la conciencia social.

La democracia exige educación, no es sólo un “régimen político”, sino un modo de pensar y de vivir porque exige la libertad (que no es autonomía); cuando se vive desde la libertad y la responsabilidad, sin miedos, entonces sí podemos pretender crear una sociedad democrática. Pero cuando el mental colectivo está educado para esperar todo del Estado/gobierno/y los demás, cuando la mayoría prefieren vivir pensando sólo en su propio beneficio, no es posible la democracia. Sin una educación específica con valores morales y responsabilidades también individuales, no se puede sostener la democracia. La prueba de ello es la degeneración de la democracia, y la instauración de un orden mundial extraño, peligroso, cuyas fuerzas crecen cada vez más, ya que se apoya en el fanatismo, la mentira y la estupidez generalizada que van, poco a poco, borrando la cultura, la educación, la memoria y la historia. 

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