Cultura

"Para una teología política del crimen organizado" (fragmento)

Con motivo de un ciclo encabezado por Claudio Lomnitz sobre violencia y desapariciones en Zacatecas, El Colegio Nacional nos comparte un fragmento de su más reciente obra

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México no es un estado fallido, sino uno con mucha soberanía, y poca capacidad administrativa, dice Claudio Lomnitz.

Claudio Lomnitz es miembro de El Colegio Nacional.

El Colegio Nacional

Claudio Lomnitz continuará su exploración sobre las desapariciones en Zacatecas el martes 6 y miércoles 7 de febrero, en el Aula Mayor de El Colegio Nacional. En relación con este ciclo de conferencias, compartimos con los lectores de Crónica su obra más reciente, "Para una teología política del crimen organizado (E Colegio Nacional-Era, 2023).

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La noche del 14 de marzo de 1989, Mark Kilroy, un estudiante de la Universidad de Texas en Austin, desapareció en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas. Era el spring break; Mark había cruzado la frontera desde Brownsville con un grupo de amigos para ir a los bares. Su desaparición desató una búsqueda muy intensa, de ambos lados de la frontera. El FBI, la DEA, la Border Patrol y la policía de Brownsville ejercieron presión sobre sus contrapartes mexicanas para que apareciera Kilroy, las fotos del joven circularon ampliamente, incluso en la televisión.

A las dos semanas de la desaparición de Kilroy, aunque por motivos totalmente ajenos a ella, se realizó un gran operativo antinarcóticos en esa frontera, calificado como el más grande organizado hasta entonces. Mil doscientos agentes, una treintena de aviones y una docena de helicópteros reforzaron la vigilancia a lo largo de una frontera que, en cuestión de dos o tres años, se había transformado en el mayor puerto de entrada de cocaína a Estados Unidos.

El 8 de abril, una camioneta hizo una maniobra sospechosa para esquivar uno de esos nuevos retenes y los policías la persiguieron hasta el rancho Santa Elena, en las afueras de Matamoros, ubicado en una zona desde donde ya se sospechaba que salía mucho contrabando. Y, efectivamente, los patrulleros hallaron importantes cantidades de marihuana y algunas armas. Pero, además, al mostrarle la foto de Kirloy al velador de Santa Elena, el señor reconoció al joven y dijo que había estado en una casita del rancho. Al acercarse al lugar, los policías sintieron el hedor de un cadáver descompuesto y empezaron a excavar. Pronto encontraron doce cuerpos enterrados en unas fosas superficiales, varios de ellos desollados. Entre ellos estaba Mark Kilroy.

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El rancho Santa Elena pertenecía a unos de los traficantes de marihuana, de nombre Elio y Serafín Hernández, y las autoridades encontraron en él aproximadamente treinta kilos de marihuana —algo esperado, quizás—, pero había además un adoratorio con toda la parafernalia de la santería “palera” (palo mayombe). Los implementos encontrados en ese “templo” incluían un caldero ritual, llamado “nganga” que, junto con los palos, y fierros que acostumbra a llevar, contenía, según los reportajes, sangre y sesos humanos quemados y una tortuga, también quemada, además de un tambo grande que parecía haber sido usado para hervir a algunas de las víctimas y unas urnas que contenían sangre y pelo humanos.

El adoratorio y el culto asociado a él eran manejados por un “brujo” cubano-estadounidense, aunque radicado desde hacía varios años en México, que se llamaba Adolfo de Jesús Constanzo. En las declaraciones de los testigos que fueron capturados en el rancho Santa Elena, se estableció que Constanzo era la figura principal o líder de una compleja red, en principio responsable de todos los asesinatos, así como de los de otras tres personas, cuyos cuerpos aparecieron en un predio cercano. También los testigos confirmaron que varias de las víctimas habían sido sacrificadas ritualmente y desmembradas, y que algunas de sus partes (la columna vertebral, el corazón, el cerebro) habían sido cocinadas y su caldo, presumiblemente, ingerido a modo de brebaje.

Dos características separan este caso de los actos escandalosos de canibalismo anteriores: primero, que según la versión de la policía (y de la prensa) se trataba de canibalismo por parte de una “secta religiosa”, y no de un acto individual; y segundo, que, a diferencia del caso de los sobrevivientes del accidente aéreo en los Andes, el consumo de carne humana no había sido un acto desesperado, ejercido estrictamente para sobrevivir. Tampoco era un acto de venganza personal: los que capturaron y mataron a Mark Kilroy no lo conocían. Se trataba, más bien, de un ritual de sacrificio humano, que se había llevado a cabo con un número desconocido de víctimas para encubrir el contrabando de drogas. El escándalo de los narcosatánicos parece entonces haber sido el primer caso en que se revivió el sacrificio humano como un acto propiciatorio para una pequeña colectividad que estaba ligada a una nueva economía: una economía ilícita, que necesitaba resguardar muchos secretos.

Mi tesis es que el nuevo canibalismo mexicano fue, en su origen, un dispositivo exageradamente violento, que servía para construir una relación de complicidad que fuera capaz de guardar con fidelidad cualquier secreto. Luego [...] las prácticas evolucionarían. Pero estudiémosla ahora en sus primeros momentos.

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Claudio Lomnitz, miembro de El Colegio Nacional.

Nos es casualidad de que el caso de los narcosatánicos ocurriera en el Matamoros de finales de la década de 1980, en un lugar y en un momento en que hubo un crecimiento exponencial del volumen y el valor del narcotráfico gracias a la introducción de una nueva mercancía al portafolio comercial del narcotraficante local: la cocaína. Hasta cierto punto, ese producto podría ser comercializado desde Matamoros utilizando una vieja y experimentada red de contrabandistas, veteranos del tráfico de autos robados, de los clubes nocturnos y del tráfico de marihuana, que tenían buenos contactos a ambos lados de la frontera internacional. Sin embargo, el tráfico de cocaína desde aquella frontera requería, además, una ampliación radical de los contactos y las relaciones de aquella red inicial. Y es que la vieja mafia fronteriza de Tamaulipas tendría ahora que forjar lazos de confianza con los colombianos del Cártel de Cali y necesitaría cultivar relaciones igualmente confiables en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y en otros aeropuertos internacionales y puertos marítimos de México, lo que significaba ampliar sus redes de contactos en la Policía Judicial Federal, en las Fuerzas Armadas y entre políticos a nivel nacional; había también que ampliar canales de distribución en Estados Unidos y encontrar nuevos rubros económicos de inversión para el lavado de las inmensas cantidades de dinero en efectivo que se estaban recibiendo (...).

Cartelera El Colegio Nacional sobre encuentro encabezado por Claudio Lomnitz.

Cartelera El Colegio Nacional sobre encuentro encabezado por Claudio Lomnitz.