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Columna: ‘Es martes y el cuerpo lo sabe’

¿De dónde saca energía el cuerpo cuando haces ejercicio?

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EL MISTERIO DE LOS PRIMEROS PASOS

Uno se amarra los tenis, estira el cuello como si eso fuera suficiente, y empieza a moverse. Caminar, correr, pedalear. Al principio no parece gran cosa, pero el cuerpo ya está tomando decisiones vitales.

En silencio. Sin avisar.

Porque el cuerpo, aunque lo ignores, tiene una economía interna más compleja que el SAT. Y cuando haces ejercicio, se enfrenta a su pregunta favorita: ¿de dónde saco energía para esto?

La respuesta depende de la urgencia. Si arrancas como si te persiguiera un perro, el cuerpo acude a la caja chica: una molécula llamada fosfocreatina. Rápida, potente, pero escasa. Te da apenas unos segundos. Luego, como cualquier buen trabajador mexicano, el cuerpo recurre a su siguiente recurso: el ahorro que tenía guardado en forma de glucógeno muscular. Y si el esfuerzo se mantiene, entonces comienza la alquimia.

LA ALQUIMIA DEL ESFUERZO

No es magia. Es bioquímica.

En menos de tres minutos, el cuerpo ya entró al sistema glucolítico, un proceso que transforma glucosa en energía. A cambio, produce algo que muchos temen pero pocos entienden: ácido láctico. Que no es veneno, ni castigo, ni señal del apocalipsis. Es solo el recibo de lo que hiciste: la prueba de que te estás moviendo.

Si el ejercicio continúa, y si eres amable con la intensidad, el cuerpo se vuelve más sofisticado. Llama al sistema aeróbico. Es lento, sí, pero elegante. Oxida carbohidratos y grasas, como quien cocina a fuego lento. Aquí entra el oxígeno como invitado de honor. Se quema grasa, se libera energía, y tú sigues en movimiento, tal vez sintiendo que ya podrías con todo, hasta con la vida.

El cuerpo no solo cambia de fuente de energía: cambia su manera de pensar. Ya no improvisa. Calcula. Prioriza. Administra. Se convierte en un contador sensato, que busca no quedarse sin reservas.

Y aquí viene el chiste: mientras tú crees que estás entrenando tus piernas, en realidad estás entrenando a tu cuerpo a hacer mejores inversiones. Menos despilfarro, más rendimiento.

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EL ARTE DE NO APAGARSE

Pero incluso el cuerpo más sabio tiene sus límites. Si no desayunaste, si llevas días sin dormir bien, si la hidratación brilla por su ausencia, la maquinaria empieza a tambalear.

No porque no quiera, sino porque no puede.

Nadie puede sostener una fábrica sin combustible. Y el cuerpo, aunque noble, no es milagroso.

Algunos creen que entrenar en ayunas “quema más grasa”. Y sí, algo hay de cierto. Pero no olvidemos que el cuerpo es estratégico: si ve que no entra comida, empezará a ahorrar energía bajando el rendimiento. Es decir, uno cree que está siendo eficiente, pero en realidad se está autoengañando a nivel celular.

Lo mismo pasa con los extremos: más no siempre es mejor. Si te pasas de intensidad, el cuerpo deja de quemar grasa y vuelve al modo supervivencia. El metabolismo, que parecía tan generoso, se vuelve tacaño. Guarda todo lo que puede. Incluyendo ese panecito que juraste que “ya habías quemado”.

Y aun así, el cuerpo lo intenta. Todos los días. Te despierta, te mueve, te impulsa. Aunque no le pongas atención. Aunque lo castigues con dietas absurdas o lo sientes diez horas frente a una pantalla.

Por eso, cuando hagas ejercicio, recuerda esto: tu cuerpo no quiere que le aplaudas. Solo quiere que le entiendas. Y que de vez en cuando, lo dejes moverse sin pedirle resultados. Que lo alimentes no para castigarlo, sino para acompañarlo. Que reconozcas el milagro bioquímico que ocurre cada vez que decides caminar cinco minutos más.

Porque sí. Aunque tú no lo sepas, el cuerpo siempre supo de dónde sacar energía. Y también supo perdonarte cuando no se la diste.

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