
Hay momentos en los que el cuerpo parece entrar en huelga.El músculo se endurece. La pierna no responde. El aliento se acorta.Y tú, mientras lo vives, maldices en voz baja: “ya me llené de ácido láctico”.Como si fuera un veneno. Como si la fatiga fuera un castigo. Como si la biología no tuviera más remedio que sabotearte.
Pero lo cierto es que el ácido láctico no es el enemigo.Es, de hecho, un aliado malentendido.Un mensajero torpe, sí. Pero mensajero al fin.
EL MITO QUE NOS CANSÓ A TODOS
Durante décadas, se nos enseñó que el ácido láctico era una sustancia malvada que aparecía cuando entrenábamos fuerte. Que era el responsable de ese ardor insoportable en las piernas. Que causaba agujetas. Que había que “sacarlo” del cuerpo, como si fuera una mancha.
La realidad es otra: el ácido láctico no existe como tal dentro del cuerpo. Lo que sí existe es lactato.Cuando haces ejercicio intenso y el oxígeno no alcanza para cubrir toda la demanda, el cuerpo recurre a una vía rápida: la glucólisis anaeróbica. Es eficiente, pero incompleta. Genera energía velozmente, pero deja residuos. Uno de esos residuos es el lactato.
El lactato no intoxica. Al contrario: es reciclado por el cuerpo como combustible. Se transporta al hígado, al corazón o a otros músculos, donde puede ser reutilizado como fuente de energía. Es como una moneda de cambio que el cuerpo pasa de mano en mano.
Entonces, ¿de dónde viene la sensación de ardor, la pesadez, la necesidad de parar?De una combinación de factores: acumulación de protones, alteración del pH, fatiga nerviosa. Pero culpar al lactato es como culpar al mensajero por el contenido del sobre.
EL CUERPO NO SE RINDE: SE REGULA
Cuando sientes que “no puedes más”, en realidad sí puedes. Pero el cuerpo no te lo permite.No porque te quiera sabotear, sino porque te quiere proteger.El lactato es parte de ese sistema de defensa.Es como una alarma silenciosa que dice: “esto está muy intenso, vamos a regularnos”.
Y aquí viene lo interesante: cuanto más entrenas, mejor maneja tu cuerpo esa acumulación. Aumenta su capacidad de remover lactato. Eleva su umbral. Aprende a tolerar más sin necesidad de rendirse.Es decir: el cuerpo no se vuelve más fuerte por resistir el ácido láctico, sino por aprender a convivir con él.
El verdadero límite no lo pone el lactato, sino tu capacidad de escuchar al cuerpo sin entrar en pánico.Porque muchas veces, lo que hace que te detengas no es la fatiga, sino el miedo a ella.
NO LAVES, COMPRENDE
Después del entrenamiento, algunos se apresuran a “sacar el ácido láctico” con masajes, baños fríos, jugos mágicos.Pero el cuerpo no es una esponja que se escurre.Es un sistema complejo que se autorregula.
La mejor forma de procesar el lactato es seguir moviéndose suavemente. Caminar, estirar, hidratarse.No porque estés “limpiando” nada, sino porque estás ayudando al cuerpo a reencontrar su ritmo.
El lactato no es un fracaso. Es una señal de que estuviste en la zona de esfuerzo real. De que tu cuerpo salió de su zona de confort y trató de adaptarse.Y si lo supiste leer, si no te rendiste con violencia ni exageraste la hazaña, entonces sí: estuviste entrenando.
Porque en el fondo, el cuerpo no quiere que ganes.Solo quiere que aprendas a escucharlo.Incluso cuando habla en el idioma del ardor.