Deportes

‘Es martes y el cuerpo lo sabe’

El siglo del estadio

. El siglo XX fabricó al atleta perfecto y al espectador sedentario.

El siglo XX descubrió que el cuerpo podía vender entradas.La era industrial había agotado los pulmones del obrero; la del espectáculo los convirtió en negocio.El deporte moderno nació entre banderas, himnos y patrocinadores: un hijo legítimo del capitalismo y del patriotismo.El atleta, antes símbolo de salud, se transformó en mercancía heroica.El sudor, antes prueba de virtud, ahora olía a contrato.

Los Juegos Olímpicos, resucitados por un barón con fe pedagógica, fueron el ensayo más exitoso de la civilización para disfrazar la competencia con espíritu humanista.“No importa ganar, sino participar”, decía el lema.Lo firmaban las naciones, pero lo desmentían los medalleros.Cada oro era una frontera; cada récord, una bandera.El cuerpo se convirtió en embajador y arma: diplomacia de músculo.

LA MASA Y EL MITO

El estadio reemplazó a la iglesia.Miles de cuerpos mirando a uno solo: la misa sin transubstanciación, pero con marcador.El héroe deportivo encarnaba la redención colectiva; su victoria borraba derrotas ajenas, su caída redimía la tristeza nacional.La multitud se sentía partícipe sin moverse del asiento.La televisión perfeccionó el milagro: millones de creyentes viendo el mismo sudor en tiempo real.

EL ATLETA PROFESIONALIZÓ EL SACRIFICIO

Su cuerpo ya no le pertenecía: era un territorio ocupado por el rendimiento.Entrenadores, médicos, marcas, técnicos, todos gestionaban su metabolismo como una empresa.El talento se volvió dato; la vocación, estadística.Detrás de cada medalla había un laboratorio, y detrás del laboratorio, un accionista.

Mientras tanto, el ciudadano común asistía al espectáculo con gratitud: alguien sudaba por él.Era la delegación simbólica del esfuerzo: mirar para sentir que también se participa.La gimnasia nacional se volvió visual.Aplaudir era el nuevo ejercicio cardiovascular.

DE LA PATRIA AL MERCADO

El deporte pasó de representar a los dioses a representar a las marcas.El atleta cambió la toga por el patrocinio.El cuerpo dejó de ser biología para ser publicidad con pulsaciones.La identidad nacional se fragmentó en logotipos.La cámara ya no filmaba gestas, sino contratos.

Las guerras encontraron en el deporte su sustituto higiénico.Los estadios se convirtieron en laboratorios del orgullo, y la derrota en problema diplomático.El poder descubrió que era más rentable producir héroes que soldados.El deporte prometía unidad, pero distribuía jerarquías con precisión quirúrgica: algunos nacían para mirar, otros para ganar.El mito de la meritocracia encontró su campo de pruebas en la pista de tartán.

EL ATLETA RECORDABA LO QUE ERA SER HUMANO

Y, sin embargo, algo del rito antiguo sobrevivía: el temblor del cuerpo al límite, el instante en que la respiración se despega del cálculo.Ahí, por un segundo, el atleta recordaba lo que era ser humano.Después, el himno, la cámara, el contrato, la conferencia: el orden restaurado.

El siglo XX fabricó al atleta perfecto y al espectador sedentario.Ambos dependían del otro: uno corría para ser visto, el otro miraba para sentirse vivo.La humanidad encontró su equilibrio en esa simetría absurda.El cuerpo siguió moviéndose, pero ya no por hambre ni fe, sino por horario televisivo.

El deporte juró ser la república del mérito, pero acabó siendo la monarquía del marketing.El músculo conquistó el mundo… para terminar obedeciendo al cronista.Y así, entre flashes y himnos, el cuerpo aprendió la lección definitiva del siglo:quien controla el aplauso, controla el sudor.

Tendencias