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‘Es martes y el cuerpo lo sabe’

El regreso del cuerpo pensante

MEMORIA DE LA CARNE. Su nueva religión se llama bienestar, y sus santos patronos son el metabolismo, el sueño REM y el conteo de macronutrientes.

Después de tantas carreras, el cuerpo ha llegado.

Pero no recuerda para qué.

El cuerpo, después de siglos corriendo detrás de algo, Dios, salario o récord personal, empieza a sospechar que el movimiento no lo lleva a ninguna parte. Descubre que cada paso fue una manera de distraerse del vacío. Y al fin se detiene, jadeante, como quien comprende que el aire que respira no venía de tan lejos.

Después de tanto correr, el cuerpo ha llegado. Pero no sabe a dónde.

SOSPECHA DEL MOVIMIENTO

El cuerpo moderno corre sin convicción, como si el suelo le debiera respuestas.Corre por salud, por culpa, por algoritmo.Corre aunque nadie lo persiga, como si temiera que al detenerse lo alcanzara la conciencia.

Hace siglos corría para cazar o escapar; hoy huye de la inercia y de su propio reflejo.El músculo se volvió obediente: cumple su cuota diaria de pasos y fatiga, esperando redención en forma de endorfina.Pero el placer que prometía el ejercicio ya no proviene del cuerpo, sino de la pantalla que lo certifica.Nadie suda por placer; se suda por notificación.

Y cuando la respiración se acelera, no por esfuerzo sino por ansiedad, el cuerpo empieza a sospechar que algo anda mal.Descubre que su movimiento —tantas veces confundido con libertad— no es más que una forma sofisticada de servidumbre.

MEMORIA DE LA CARNE

El cuerpo guarda una historia que no figura en los libros: la del esfuerzo innecesario.Aprendió a lanzar piedras antes que teorías, a nadar antes que rezar.Cada época lo educó según su miedo: los cazadores temían al hambre, los burgueses al tedio, los oficinistas al espejo.

Ahora teme no rendir.Su nueva religión se llama bienestar, y sus santos patronos son el metabolismo, el sueño REM y el conteo de macronutrientes.El cuerpo, pobre crédulo, se mide para saber si existe.Cada latido se transforma en dato; cada jadeo, en contenido.

Y, sin embargo, algo de su vieja sabiduría resiste.El cuerpo recuerda cómo era moverse por instinto: subir una cuesta sin smartwatch, respirar sin pedagogía.Esa memoria subterránea, que ni la ciencia ni el mercado han podido borrar, es su única forma de lucidez.El cuerpo sabe lo que la mente teme admitir: no hay progreso en repetir los gestos del miedo con ropa deportiva.

LA PAUSA COMO REVOLUCIÓN

La pausa se volvió la herejía contemporánea.Hay que pagar por ella: retiros, mindfulness, silencio con desayuno bufet.El cuerpo decide ensayar la versión pirata: detenerse sin permiso.Sentarse en la banqueta y dejar que el mundo corra su maratón.Por primera vez, el músculo no quiere rendir; quiere comprender.

El descanso ya no es descanso: es desobediencia.Los manuales de productividad no lo dicen, pero quedarse quieto es la única forma de moverse hacia dentro.El cuerpo lo intuye con la sabiduría que solo da el agotamiento: toda carrera tiene meta, menos la de vivir.

EL MÚSCULO QUE PIENSA

El cuerpo pensante no aspira a la iluminación; aspira a una buena siesta.No filosofa con palabras, sino con silencios.Cada respiración profunda es una forma de ateísmo contra la religión del rendimiento.

Después de milenios de correr tras Dioses, fábricas y likes, el cuerpo se sienta.No medita, no postea, no presume.Solo respira, convencido de que la evolución se detuvo en el instante en que el hombre dejó de escuchar su propio diafragma.

Quizá la inteligencia corporal consista en eso: en saber cuándo no moverse.Porque moverse sin propósito fue siempre la manera más elegante de huir.Y, en el fondo, el cuerpo lo sabe: toda esta carrera humana no era hacia el futuro, sino hacia el descanso.

El cuerpo pensante no llegó tarde: llegó cansado.Y, por primera vez, eso parece una forma de sabiduría.

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