
inutos antes de la hora indicada, cientos de personas se daban cita en la sala principal del Palacio de Bellas Artes para disfrutar de una de las obras del ballet romántico más importantes, y que es referencia obligada de las compañías de danza clásica de todo el mundo: Giselle, la historia de un amor imposible que trascendió el espacio terrenal y se sumergió en un delirante e irreal estado pasional más allá de la muerte.
La sala está a media luz. Suficiente para que la gente ubique el lugar que indica su boleto y para que la orquesta —bajo la dirección del director huésped Aleksi Baklan— afine sus instrumentos, a la vez que aprovecha para hacer el último ensayo. Son las 19:59 y pese a que es mucha la gente que llega, no es suficiente para cubrir todos los lugares de la planta baja y el segundo piso.
Por fin. Todo está listo. La música comienza a llenar el ambiente y el telón rojo sube y deja ver una aldea ubicada en el siglo XIX. Las luces apuntan a Hilarión, el guardabosque (José Luis González), quien se atormenta por el amor no correspondido de la campesina Giselle (Laura Morelos), que aparece momentos después, entre aplausos espontáneos del público.
Luego entra a escena Albrecht (Raúl Fernández), tercero en discordia y que traza la línea que cierra el triángulo amoroso. Ante el cortejo de éste, Giselle se muestra algo tímida, pero no lo rechaza.
Después, lo inevitable: el enfrentamiento entre los dos pretendientes. Hay forcejeos y la mujer se interpone. La música acelera la cadencia y aumenta el volumen. Todo sucede estrepitosamente. Los espectadores, con las miradas fijas y los cuerpos en el filo de la butaca, no pierden detalle.
Así, en medio de una escenografía sencilla y poco dinámica, complementada con un paisaje natural dibujado al fondo, Hilarión realiza su venganza, pues revela a Giselle el engaño que su amado mantiene: no es un pobre aldeano, sino un duque.
Es entonces que el virtuosismo de quien interpreta a Giselle se hace evidente. La impresión del engaño la hace trastabillar de un lado a otro en el escenario, haciendo gala de su destreza corporal para que, luego de una lenta agonía, muera en los brazos de Albrecht.
Termina así el primer acto de este montaje estrenado originalmente en 1841 en la Academia Real de Música y Danza de París, pero con una fuerte tradición en México desde que se presentó por primera vez —sin ninguna alteración del original—, en 1976, en el Teatro Juárez de la ciudad de Guanajuato, luego de que la Compañía Nacional de Danza la incluyera en su repertorio.
DANZA MORTUORIA. Sin ninguna alteración en el libreto, inicia el segundo acto, tal y como lo concibió el poeta y crítico francés Théophile Gautier, quien obtuvo su inspiración amorosa en una joven bailarina italiana llamada Carlotta Grisi, para luego basarse en la leyenda germánica de Las Wilis —retomada por el poeta alemán Heinrich Heine—, que habla acerca de las mujeres que han muerto sin cumplir su amor. Así, vestidas de novia, continúan en el más allá lamentando su destino.
En esta parte de la puesta —que se presentará tres ocasiones más: el 25, 27 y 29 de septiembre—, el escenario descubre un panteón inhóspito, tétrico, dominado por la oscuridad, en donde acontece una “danza mortuoria”, idéntica a la que describió Heine:
“...revestidas con sus trajes de novia, coronadas con flores... de una belleza irresistible, bailan tanto más apasionadamente al sentir que la hora que les fue dada para danzar se escapa y deberán descender a sus tumbas, frías como el hielo”.
Ahí, en medio de esa danza se encuentra Albrecht, a quien Las Wilis le impusieron el castigo de bailar hasta que muera de agotamiento. Entonces, Giselle intercala turnos con él para evitar que fallezca. Al final, cuando los primeros rayos de sol aparecen, la protagonista viaja, literalmente, al submundo, a las entrañas de la Tierra a donde pertenece.
Los espectadores, en tanto, se desbordan en aplausos que colman el recinto. Algunos, de pie, gritan repetidos “bravo”, mientras que las luces de las cámaras fotográficas empiezan a parpadear para inmortalizar el momento, como inmortal será el amor, más fuerte que la muerte, que Albrecht siente por Giselle.
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