
La historia se enreda en un pequeño pueblo pesquero donde Audelio (Jorge A. Jiménez) regresa tras años de ausencia y descubre que su familia y vecinos viven atemorizados. Las leyendas antigas —oídas en fogatas y tabernas— cobran forma cuando Mercedes (Mercedes Hernández) afirma haber visto a una figura luminosa emerger del agua para reclamar alma y memoria. Cada aparición de La Miringua remite a un pecado no expiado: traición, codicia o abandono. A través de escenas en que la niebla y el reflejo lunar confunden la línea entre lo real y lo sobrenatural, el guion logra un equilibrio entre escenas de tensión pura y silencios que pesan más que un grito.
El laureado director de fotografía Juan Pablo Ramírez, AMC, convierte al lago en un personaje tan vivo como amenazante. Sus tomas panorámicas muestran las aguas oscuras extendiéndose hasta el horizonte, mientras que las tomas cerradas de rostros ateridos transmiten la desesperación de quienes saben que el lago guarda secretos de ultratumba. “Quise que cada reflejo en el agua insinuara una presencia oculta”, explica Nito. El uso de luces crudas y contraluces enfatiza la dualidad del folclor purépecha: bello en superficie, peligroso en su misterio.
La banda sonora, obra de Leonardo Heiblum, Nico García Liberman, Emiliano González de León y Odilón Chévez, emplea tambores prehispánicos, conchas y cuernos tradicionales para generar un pulso rítmico que no cede al susto. Las cuerdas disonantes se combinan con silencios rotos por el crujir de la madera en las embarcaciones y los cantos lejanos de pájaros nocturnos. Cada sonido —desde el susurro del viento hasta el chapoteo furtivo— multiplica la inquietud.
Un reparto al servicio de la leyenda

Encabezada por Noé Hernández en un papel que conjuga fortaleza y vulnerabilidad, la película cuenta también con las actuaciones de Hoze Meléndez como el pueblo escéptico y Renata Vaca como la joven que lucha contra sus propias sombras. Jorge A. Jiménez y Mercedes Hernández brindan escenas de intensidad contenida, mientras que la presencia veterana de Noé Hernández ancla el relato en una emotividad honesta. Sus interpretaciones evitan caer en el histrionismo, reforzando la sensación de que cualquier habitante del pueblo podría ser la próxima víctima del espíritu vengador.
Desde el inicio, Nito quiso rescatar la autenticidad de la región. “No fue un rodaje al uso, fue un rito colectivo”, afirma. La producción contó con la colaboración activa de pescadores, artesanos y ancianos purépechas, quienes no solo facilitaron locaciones y logística, sino compartieron relatos orales que nutrieron el guion. El elenco incluye a muchos debutantes locales, descubiertos a través de talleres de actuación en las islas, lo que a la vez garantiza un carácter genuino y da voz a la propia comunidad.
Entre lo real y lo fantástico

Pese a sus elementos sobrenaturales, Un Cuento de Pescadores plantea una reflexión sobre la relación del hombre con la naturaleza. El film sugiere que la Miringua podría ser, en última instancia, la metáfora de una madre tierra airada, hastiada del daño ecológico y la explotación. Entre persecuciones nocturnas y rituales ancestrales, la película interpela al espectador: ¿quién merece redención, y quién debe enfrentar el peso de sus actos?
Grabar en un lago volcánico exigió adaptarse a la imprevisibilidad del agua y el clima. Barcos que zozobraban con olas repentinas, noches frías bajo tiendas de campaña y la delicadeza para montar cámaras en embarcaciones estrechas fueron solo algunos obstáculos. “Cada amanecer traía un paisaje distinto”, recuerda Nito. “El lago parecía querer contarnos la leyenda en tiempo real”.
Aunque el público acostumbrado al terror moderno puede reconocer trazos de folk horror al estilo de The Witch o Midsommar, aquí la tradición no se forzó: nace de la propia esencia del lugar. La película evita clichés del género y apuesta por una narración pausada que ahonde en el miedo ancestral. Los instrumentos musicales autóctonos y la presencia de bailes tradicionales —como el de los viejitos— refuerzan esa inmersión cultural.
Un Cuento de Pescadores se estrena con la fuerza de una narrativa que va más allá del susto. Es un homenaje a las leyendas mexicanas, al vínculo entre comunidad y entorno, y a los relatos que perduran en la memoria colectiva. Al apagar las luces del cine, el murmullo del lago debería seguir resonando en la mente del espectador, recordándole que hay historias que, como el agua, fluyen bajo la superficie y solo emergen cuando menos lo esperamos.