
Para Erika Méndez, directora de la compañía Lagudanza, la semilla de Trágame Sueño nació de dos fuentes íntimas: su admiración por Michael Ende y la experiencia personal de haber lidiado desde la infancia con pesadillas. “Michael Ende ha sido una gran inspiración de mis obras”, confiesa. “Al mismo tiempo, yo he tenido que convivir con las pesadillas desde muy pequeña. La unión de esas dos cosas me hizo pensar que quería hablar de los sueños y de las pesadillas”.
La obra se inspira en el cuento Trágame Sueños, que relata la historia de Dormilandia, un reino donde gobierna quien mejor duerme. La princesa Dormilina sufre por sus pesadillas hasta que aparece un ser misterioso: el Trágame Sueños. Sin embargo, el montaje de Lagudanza traslada esta atmósfera fantástica a un contexto urbano en la Ciudad de México, generando un puente entre lo mágico y lo cotidiano.
El resultado es un universo escénico en el que conviven la danza contemporánea, el teatro de sombras, las marionetas y las proyecciones animadas. Méndez aclara que su intención no fue construir un espectáculo interdisciplinario de manera forzada: “No pretendemos ser multidisciplinarios, sino tomar los lenguajes que faciliten comunicar la historia. Así fue surgiendo todo: una marioneta aquí, sombras allá, un poco de danza, un toque de teatro. La historia pedía esos recursos y nosotros los seguimos”.
En medio de estos recursos escénicos, se coloca un tema fundamental: la paternidad en soledad y la ausencia de la madre. La historia presenta a un padre que, incapaz de soñar, intenta sostener a sus hijas con lo que tiene a la mano. “No buscaba abrir una reflexión social”, explica la directora, “pero resulta inevitable. Hay muchos papás solteros que se han acercado emocionados, diciendo: ‘Gracias, porque casi nadie habla de nosotros’”.
Uno de esos encuentros la marcó especialmente: un hombre con dos hijos que no podía pagar su propio boleto para ver la obra. Tras invitarlo a pasar, al final se acercó con lágrimas en los ojos para agradecer el gesto y la historia. “Fue muy conmovedor ver cómo la obra conecta profundamente con experiencias de vida reales”.
Niñas protagonistas, humor inteligente y un padre que no sabe soñar
Uno de los grandes aciertos de Trágame Sueño es que las protagonistas, Domitila y Pequeña, son interpretadas por niñas reales, algo que para Méndez resulta fundamental. “Es una forma de respeto al público. Muchas veces vemos adultos representando a niños, pero aquí queríamos que fueran niñas de verdad, porque la historia se centra en ellas. Aportan frescura, espontaneidad y una verdad escénica que es invaluable”.
La historia pone al centro a un padre que, entre la precariedad y el cansancio, enfrenta la imposibilidad de soñar. Ese personaje conecta con la realidad de miles de padres solteros que luchan por sostener a sus hijos. Méndez lo retrata con una mezcla de ternura y humor: “En una escena, el papá presume haber preparado sopa, y otro personaje le responde que la maruchan no es sopa. Entonces la niña lo defiende: ‘Mi papá cocina muy rico’. Esa broma revela de manera lúdica las limitaciones y los esfuerzos de un padre en soledad”.
A lo largo de la puesta en escena, surge la figura mágica del Trágame Sueños, construido como una marioneta estilo Bunraku que funciona como vínculo con el cuento de Ende. Sin embargo, en esta versión, el ser no vive en un bosque encantado sino en un camellón del Viaducto, cerca del aeropuerto capitalino. Con el pelo maltratado por la contaminación, este personaje urbano se convierte en símbolo de un México en el que lo fantástico se encuentra con lo cotidiano.
La construcción visual y sonora del montaje refuerza este contraste. La música original de Julio Ordóñez Orellana combina juguetitos sonoros con pasajes nostálgicos, mientras que los bailarines dan vida a árboles encantados y escenarios imposibles solo con el cuerpo. “El bosque encantado es una delicia porque los intérpretes lo recrean sin escenografía, únicamente con movimiento”, destaca Méndez.
Pero quizás el elemento más distintivo de la propuesta es su tono. Lejos de limitarse a lo infantil, Trágame Sueño apuesta por un humor inteligente que conecta tanto con niños como con adultos. La directora, con experiencia en el stand-up comedy, incorpora esa lógica en el guion: “El stand-up es reflexivo, crítico y risible. Eso aplicamos aquí. Hay bromas que los niños no entienden, pero los adultos sí, y viceversa. El humor funciona como una vía para reflexionar sin perder lo lúdico”.

El valor de soñar: una obra entrañable y familiar
Para Erika Méndez, presentar Trágame Sueño en el Foro Shakespeare representa un logro importante. Aunque Lagudanza se ha caracterizado por su exploración desde la danza, este espacio les abre nuevamente las puertas gracias a la fuerza teatral de su elenco joven.
La directora no duda en afirmar que se trata de una obra crucial en su trayectoria: “Me siento orgullosa de esta pieza porque refleja todo lo que he aprendido en montaje, dirección, danza y guion. Es una obra que habla más de mí que otras anteriores. Siempre me había enfocado en multiversos o en la física cuántica, pero esta vez abordo directamente mi inquietud sobre los sueños y las pesadillas”.
La obra tiene además un componente personal entrañable: las dos niñas protagonistas son sus sobrinas, quienes desde los seis años han estado en escena. “Es también una obra familiar, en el sentido más íntimo. Ellas ya son profesionales, pero al mismo tiempo forman parte de mi vida, y verlas crecer dentro del proyecto es profundamente significativo”.
De cara al público, Méndez no duda en lo que espera que se lleven tras la función: “Quiero que tengan una experiencia teatral auténtica, que rían, que reflexionen y que salgan con ganas de conversar. El teatro activa zonas del cerebro que el entretenimiento pasivo no alcanza. Es como leer: abre perspectivas y nos conecta con la vida de otro modo”.
Con Trágame Sueño, Lagudanza celebra más de dos décadas de crear experiencias escénicas únicas, reafirmando que el arte puede ser lúdico y, al mismo tiempo, profundamente humano. Una obra que invita a recordar que, incluso en medio de la dureza de la vida cotidiana, soñar sigue siendo un acto de resistencia y de ternura.