
La noche que México flotó. Esa sería la mejor descripción para la presentación del dúo francés Air, que aterrizó en el Auditorio Nacional como parte de la gira que celebra los 25 años de Moon Safari y, entre sintetizadores cálidos y guitarras que parecían deslizarse por la penumbra, ofreció un viaje sonoro que conjugó nostalgia, precisión musical y humor tímido. El show, celebrado la noche del 16 de septiembre, reunió a miles de asistentes que respondieron con un silencio expectante y aplausos contenidos; muchos conocían el repertorio al pie de la letra, no obstante, se dejaron llevar por la atmósfera que el grupo construyó con gran pulso estético.

Desde la apertura con piezas icónicas como La femme d’argent y Sexy Boy, la puesta en escena dejó claro el propósito: que la música mandara. Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin —acompañados en gira por el baterista Louis Delorme— ocuparon el escenario dominado por “la caja blanca” (the white box stage) que se transformaba mediante proyecciones y juegos de luz sin recurrir al exceso visual. El resultado fue un concierto contenido y envolvente, donde la iluminación y la mezcla sonora ayudaron a convertir al recinto en una cápsula.
El momento más celebrado —y anunciado desde la gira— fue la interpretación completa de Moon Safari: el álbum debut tocado de principio a fin. Temas que marcaron a toda una generación —All I Need, Kelly Watch the Stars, Talisman, Ce matin-là— sonaron con arreglos fieles a la memoria, pero con detalles que los transportaron al presente, sobre todo en la sutil reconstrucción de las texturas analógicas y ese toque vintage inconfundible. Tras la ejecución del disco, Air volvió con un segundo bloque que incluyó otros éxitos y piezas menos obvias, cerrando así la noche con una sensación de plenitud y pequeño asombro.

Musicalmente, la dupla mantiene intacta su química: Godin y Dunckel intercambian roles entre teclados, guitarras y secuencias con una naturalidad que evidencia décadas de equipo. La presencia del trío (con Delorme en batería) les dio un pulso ligeramente más orgánico que en formaciones puramente electrónicas, lo que permitió que momentos como You Make It Easy o Radian respiraran con más aire. La mezcla estuvo equilibrada: las voces delicadas, casi en susurro en pasajes concretos, emergían sin estridencias y las capas sintéticas conservaron ese brillo redondo que caracteriza al grupo.
En cuanto a público y producción, el Auditorio respondió casi lleno; la escenografía apostó por la moderación y la precisión técnica antes que por el espectáculo pirotécnico. Eso favoreció que la experiencia fuera más íntima de lo que un recinto de esas dimensiones suele permitir: hubo momentos de silencio compartido en los que el auditorio entero parecía contener la respiración.

No fue, por tanto, una noche de nostalgia sin más: fue una lectura contemporánea del legado de Moon Safari. El álbum, que catapultó a Air a la escena internacional, se sostuvo como un documento vivo —sus melodías siguen funcionando— y el concierto confirmó que la banda puede celebrar su historia sin quedarse detenida en ella. Para los asistentes fue una mezcla de fiesta contenida y reverencia; para la banda, una forma elegante de recordar y, a la vez, seguir explorando.
La noche fue un acierto rotundo en la que Air demostró que su música sigue flotando con facilidad: no necesita volar más alto para hacerse sentir; la prueba más contundente sucedió anoche.
