Escenario

‘Háblame’: El catártico terror por no querer soltar nuestras pérdidas

CORTE Y QUEDA. Este fin de semana llegó a la cartelera mexicana la película de terror más destacada del año hasta el momento bajo la dirección de los australianos Danny y Michael Phillipou

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Fotograma de 'Háblame'.

Fotograma de 'Háblame'.

CORTESIA

El terror y el suspenso usualmente son asociados con lo oculto, lo que acecha en las sombras o lo desconocido. Esa constante sensación de angustia y miedo es bien capturada en la ópera prima de los mellizos australianos Danny y Michael Phillipou: Háblame. El dúo, descubierto gracias a un popular canal de YouTube que crearon llamado RackaRacka, encuentra la manera adecuada de mezclar los tropos de varias cintas del género para traerlos hacia una contemplación actual en la que los jóvenes parecen no temerle a nada más que a sus propios fantasmas y sentimientos.

La cinta nos presenta a Mia (Sophie Wilde), una adolescente que ha pasado años evitando el trauma de la muerte de su madre. Pero eso cambiará cuando sus amigos le presentan un juego macabro con una mano embalsamada que, supuestamente, ayuda a conjurar espíritus. En un comportamiento eufórico digno de la generación actual, el grupo pone a prueba los poderes sobrenaturales del objeto que traerá un alma o más de vuelta al plano de los vivos. Pero ¿qué puedes hacer cuando la puerta al mundo de los espíritus se abre tanto que no sabes en quién o qué confiar?

Uno de los grandes aciertos de Háblame es que los Phillipou usan a conveniencia el relato aparentemente sobrenatural para llevarlo por otros oscuros caminos. Si bien existen ciertas posesiones usadas al más puro estilo de Evil Dead de Sam Raimi, son las consecuencias que el infame juego les trae a aquellos que no siguen las reglas al pie de la letra lo que comienza a generar la tensión y angustia en el espectador. Esa desesperación surge a partir de la conexión perturbadora que va generando en ellos, hasta que el lazo creado se torna desastroso, específicamente para Mia y su turbio pasado que no se atreve a confrontar, produciéndole heridas seductoras para los espectros del más allá.

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Es esa plausibilidad y la cercanía de la pérdida o la muerte que juegan un factor simbólico que será el motor de las pesadillas de los personajes. Además, no hay nada que resulte más atractivo para un demonio que un alma en sufrimiento. Con ello, los hermanos alimentan el relato con un par de simbolismos interesantes: Primero, la aparición de un ciervo herido en el camino que ejemplifica algo fundamental para Mia y su arco curiosamente, el más poderoso de todos se muestra a la vista de todos: la mano embalsamada y el ritual para conectar con ultratumba. La forma en cómo se hace es apretando la mano para convocar al más allá con la petición más sencilla, ‘háblame’, y así dejar entrar al ente por no más de minuto y medio para después soltarla y liberarte de ello.

Pero, ¿qué pasa cuando no puedes soltar? Es ese el eje que toma la cinta a partir de cierto momento, después de coquetear con las típicas películas de adolescentes ingenuos que sufren las consecuencias por meterse en lo que no deben. Si bien esto también pasa, es el motor detrás de ello lo que detona actos grotescos y miedos profundos que remiten a la oscuridad y dolor derivado de la pérdida, específicamente, de un ser querido. Las etapas del luto y la superación de este proceso son bien capturadas por los Phillipou, mostrando que el aferrarse no lleva a nada bueno y que la sanación puede ser rocosa, oscura pero no carente de cierta luz.

Asimismo, Háblame tiene una correcta creación de atmósferas cimentada por dos factores. Primero, la fotografía de Aaron McLisky que en su segundo largometraje crea una sensación interesante a través de la paleta de colores vista alrededor de los jóvenes, pero específicamente sobre Mia pues se adapta y cambia a la par de ella según la etapa de duelo y la evolución de su personaje. Otro factor es la música, donde Cornel Wilczek transmite una angustia creciente en los momentos más indicados, tratando de contagiar esa desesperación de los protagonistas al enfrentar el dilema que no pueden comprender del todo.

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Es así que los Phillipou le sacan jugo a los clichés del género, pues a pesar de que Háblame no es algo realmente novedoso, la forma en cómo ejecutan su narrativa resulta por demás atractiva, creando un infierno personal mientras los fantasmas internos acechan en medio del dolor de la pérdida. Lo que es cierto es que los australianos si dejan muchas interrogantes abiertas, pero esos misterios ayudan a construir un suspenso atractivo y complejo que va fluyendo conforme a la interpretación de cada uno, pues jamás esclarece si lo que vemos son posesiones malignas o una espiral descendiente a la locura por parte de Mia y sus penas.

Se aplaude también el uso de los efectos prácticos sobre la saturación de efectos especiales. Entre un efectivo maquillaje y momentos de pesadilla creados con la mera actuación o creación práctica de los espectros, crean lo necesario para que el terror sea efectivo. Eso sí, los jump scares y efectos de sonido pueden llegar a ser un tanto simplones pero es la actuación de Sophie Wilde como la adolescente ansiosa incapaz de enfrentar la pérdida hasta que se convierte en un infierno personal del cual no tiene escapatoria la que brilla como una luz guía en este mundo creado por los directores.

Con un tono lúgubre y un clímax redondo, Háblame es una cinta idónea para explotar no sólo una actualización de esos miedos desatados en una generación que suele manejarse por la popularidad y las redes sociales, sino una reflexión para aquellos que viven en la sombras de sendos problemas psicológicos ocultos que prefieren evadir hasta lo imposible, siendo la pérdida el detonante para un terrorífico desglose de la salud emocional, muy al estilo de Sonríe (Finn, 2022) donde la depresión era el eje. Aquí, es el complejo proceso de soltar o no el que nos hace ver que nuestros demonios pueden ser más terribles que aquellos que invitamos a entrar y no nos dejan ir.

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