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Narco religión: religiosidad detrás de la narco-cultura

La religión y el sentido de la muerte son afines. Se encuentran y dialogan en el imaginario cultural de las naciones. Desde que el hombre es hombre, el ocaso de nuestros días nos hace palpar las ventanas de lo sagrado, de lo religioso.

Quien está en constante contacto con la muerte tiene, por oficio o rutina, muy presente la religión. El sepulturero suele ser persona de convicciones religiosas; del mismo modo, el policía y el gendarme necesitan de un capellán que les tramite moralmente sus asuntos con el Creador.

Qué decir de aquel que, por trabajo, tiene el delinquir y, por ende, expone la vida todos los días. No todos, pero sí muchos de ellos, por obvias razones, son personas profundamente religiosas. Su religiosidad, en términos teológicos, es escatológica, es decir, de tintes lúgubres y mortuorios.

Narco religión

Esta vinculación entre el delinquir y la religión es añeja y está presente en tradiciones tan milenarias como la hindú. Entre los siglos XIV y XIX proliferó en la tierra de Gandhi una secta de asesinos llamada los thugs, que veneraban a la diosa de la destrucción, la terrible Kali. Practicaban el estrangulamiento ritual. Sus víctimas, ofrendadas a la diosa, eran viajeros y comerciantes.

Más próximos a nuestra cultura latina y a nuestros tiempos, tenemos a la Cosa Nostra, o mafia siciliana. El capo di tutti i capi solía ser un devoto católico. Su organización delictiva estaba estructurada en jerarquías sectarias en las que el sentido ritual religioso estaba presente, otorgándoles solemnidad y sacralidad.

A partir de esta heterodoxa religiosidad, de tintes católicos, los mafiosos derivaban códigos de honor, ritos de iniciación y principios de legitimación de la autoridad.

El ingreso a la mafia, al igual que ocurre con algunos cárteles, estaba revestido de simbología y ritualidad que daban cuenta de la trascendencia del acto. Al iniciado se le pinchaba un dedo para que brotara la sangre; acto seguido, se le colocaban entre las manos unas imágenes de santos que eran prendidas.

Entonces, con solemnidad, se pronunciaban las palabras de juramentación: así como aquellas imágenes quedaban calcinadas, de igual manera el presentado también ardería si traicionaba a la Cosa Nostra.

El ritual sellaba un vínculo cuasi religioso entre la organización y el nuevo recluta. Su honor y lealtad quedaban comprometidos, y a Dios se le ponía por testigo.

El equivalente mexicano de una diosa terrible como Kali, envuelto en la religiosidad popular católica, es la Santa Muerte. Ambas son representaciones del aniquilamiento, la devastación y la destrucción como males que asolan inexorablemente a la humanidad.

Narco religión

De la Santa Muerte son devotos muchos de los menesterosos, marginados, prostitutas, pordioseros, delincuentes y, sí, también sicarios, traficantes y narcos. Por ello la clandestinidad de su culto, herético o completamente desvinculado de la fe defendida por la Iglesia católica.

La Santa Muerte, ya se ha dicho infinidad de veces, no es santa. Al menos, no figura en el santoral y no podría hacerlo, dado que, a la muerte, en el cristianismo en general, no se le rinde culto como en otras religiones.

Esclarecer el origen del culto a la Santa Muerte no es nada sencillo. Hay quienes la vinculan con el dios de la muerte mexica, Mictlantecuhtli, con el cual guarda incluso un parecido iconográfico. Desde sus comienzos, la devoción a esta lúgubre figura tuvo ese aire de clandestinidad asociado al esoterismo y la brujería. Antes de popularizarse, su culto lo profesaban pequeños y cerrados grupos de creyentes.

Ahora tiene una infinidad de altares en todo México, y su imagen se vende en mercados tradicionales como el San Juan de Dios y, sobre todo, en el Mercado Corona, ambos en Guadalajara, Jalisco. Los sicarios y los reclusos se la tatúan, y su culto es uno de los más populares en la narco-cultura.

De ella, de la Niña Blanca, la que decide tu destino final, el delincuente espera protección y que lo libre de sus enemigos. A diferencia de los santos católicos y de las representaciones crísticas y marianas, ella, para el imaginario religioso popular, no juzga los actos de sus devotos ni cuestiona el tipo de favores que le piden.

Narco religión

No es casualidad que el culto a la Santa Muerte conduzca a algunos de sus creyentes al satanismo. Ambos cultos implican devoción a lo prohibido y una abierta rebeldía contra la religión dominante, la católica.

También es oportuno decir que, dentro de la narco-religión, en su espectro más extremo o siniestro, los cultos satánicos son los más marginados: la clandestinidad de la clandestinidad. Su estética de terror, su carácter provocador y contestatario son difíciles de asimilar para el común de los mexicanos de arraigadas creencias cristianas.

La presencia de este culto, relacionado con sacrificios de animales e incluso de seres humanos, ha servido para escribir los capítulos más sensacionalistas de la narco-cultura y la narco-religión, como el que salió a la luz en 1989 en Matamoros, Tamaulipas, con el caso de los narco-satánicos liderados por Adolfo de Jesús Constanzo.

Saliendo de estas oscuras zonas de la escala religiosa, otra religión que se ha popularizado en la narco-cultura es la santería, utilizada como instrumento de brujería al que muchos delincuentes atribuyen eficacia mágica y de clarividencia.

A los dioses orishas de la santería —religión sincrética— se encomiendan algunos narcotraficantes. En sus creencias encuentran parafernalia de imágenes, amuletos y talismanes, recursos supuestamente probados para tener bajo control a sus subordinados, protegerse de ser asesinados o anticipar el futuro.

Si la santería es un paso hacia una religiosidad positiva, pues conecta con una tradición ancestral aunque algo exótica y distinta del cristianismo, se podría decir que el culto a Jesús Malverde representaría un avance hacia formas religiosas menos oscuras, peligrosas y malignas como el satanismo.

Narco religión

Malverde, conocido también como el Robin Hood sinaloense, fue un forajido de finales del siglo XIX y principios del XX que hizo fama por robar a los ricos para socorrer a los pobres. Su principal santuario se encuentra en Culiacán, Sinaloa, y a él acuden miles de fieles. Se presume que también le son devotos algunos narcotraficantes.

Algunos narcos se identifican con Malverde porque, mediante medios ilícitos, buscan hacer el bien a su gente. El fin justificando los medios. Este fue también el caso, muy sonado en los medios, de Nazario Moreno González, “El Chayo”, líder de la Familia Michoacana, quien en vida quiso ser más que un capo: se asumió como un líder carismático cuyo propósito era salvar a México, empleando el trasiego de drogas como un medio para financiar su misión. Incluso escribió un libro con sus enseñanzas, Pensamientos, en el que cita la Biblia.

Nazario Moreno y su ideario inspiraron una facción disidente de la Familia Michoacana: los Caballeros Templarios. La narco-insurgencia de estos neo-templarios está en el polo opuesto de los narco-satánicos, ilustrándonos cómo, en el mundo de la narco-religión, están presentes todas las formas de la religiosidad actual.

No todos los hombres del hampa son religiosos; pero aquellos que profesan una fe lo hacen para invocar el auxilio o protección de fuerzas oscuras o no tanto, o con el fin de justificar o legitimar sus ilícitas actividades.

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