Cronomicón

Cuento de Sogem

El último canto

El pájaro Kaua’i atravesaba la isla de orilla a orilla buscando la cavidad de un árbol donde descansar. Sabía que cerca de los lagos encontraría una disponible, pero todos los pájaros que se acercaban a esos lugares eran atacados por mosquitos, enfermaban y casi siempre morían. Cantó buscando el consejo de otro pájaro; solo el silencio le respondió. Todos los demás lo habían excluido, lo evitaban e ignoraban. El motivo le era totalmente desconocido. Tal vez su canto molestaba, o su plumaje se había vuelto opaco y escaso.

Cuando la noche empezaba a reinar, encontró un árbol con una cavidad cerca de la cima de la isla. Se acurrucó en su interior, aliviado de no tener que pasar otra noche al aire libre. Recordó cómo en el pasado siempre tuvo dónde dormir. Los mosquitos lo obligaron a él y a su especie a recluirse en la parte más alta de la isla: también los humanos ocupaban cada vez más espacio y con ellos llegaron las ratas, que también buscaban refugio en las cavidades de los árboles.

El pájaro Kaua’i cuento de Sogem

Despertó a la mañana siguiente, revitalizado como no se había sentido desde hacía mucho tiempo. Bajo la luz del día inspeccionó mejor la zona. Cerca había muchos árboles frutales de los que podía alimentarse, un río sin mosquitos corría cerca de ahí y el árbol donde durmió tenía una forma peculiar que impedía que las ratas escalaran hasta la cavidad. Cantó otra vez, dejando espacios en cada silbido para que otro completara la melodía; de nuevo solo el silencio lo acompañó.

Repitió el canto. Sabía que ese lugar era apto para su especie. De seguro los demás también batallaban para dormir cómodamente. Él mismo había sufrido mucho cuando un huracán arrancó el árbol donde dormía y todos los árboles con cavidades. Desde aquel día deambuló por toda la isla buscando un lugar donde vivir. Solo cuando encontró ese árbol recordó lo que era el sueño tranquilo. Quería que los demás lo compartieran.

Cantó de nuevo buscando a sus compañeros. Les comunicaba que podrían prosperar de nuevo, que habitarían toda la isla, viajarían a las otras islas cercanas y tendrían descendencia allí. Afinó su voz. Se subió a la rama más alta que encontró. Ajustó cuidadosamente el tiempo entre cada silbido y cada pausa. Sabía que nadie se uniría a su canción; no entendía el porqué Anhelaba que al menos le dijeran por qué lo habían abandonado. No importaba el motivo. Solo quería asegurarse de que el último canto que se escuchara no fuera el suyo.

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