La aldea global conformada por la comunidad planetaria de los usuarios de las nuevas tecnologías de la información refleja la pluralidad y diversidad de las sociedades contemporáneas. Adiós a las hegemonías ideológicas, culturales e incluso religiosas.

Las voces progresistas exclaman: “¡Viva la inclusión y la representación que no dan margen a la marginación ni a los exclusivismos!”. Cualquier grupo cultural, religioso o social, por olvidado que haya sido o por minúsculo que sea, tiene derecho a ser visibilizado en las redes sociales. Esta es una verdad a medias, como veremos más adelante.
Todos tienen voz en la Web, en las redes sociales. Pero, para que te escuchen, hay que saber comunicar el mensaje en el competido ring informático de las narrativas en sintonía o disputa.
No obstante, no podemos ignorar —y si lo hacemos nos exponemos a ser cancelados o “funados”— que existe una narrativa no hegemónica, pero sí preponderante, dueña moral de lo políticamente correcto, que se yergue como referente obligado para toda valoración o juicio. Esta narrativa es la progresista.
El progresismo se pinta de mil colores, con inclinación discreta hacia la nueva izquierda, reconociéndose woke, ambientalista, antiespecista, vegano, decolonialista, indigenista, LGTBQ y, por supuesto, feminista.
Toda disonancia o voz contraria al concierto y consenso progresista es descalificada y atacada furibundamente por los inquisidores y policías morales de lo denominado políticamente correcto.

Es así como, en la aldea global, aparece una comunidad que exige su legítimo derecho a existir en este ecosistema conversativo montado en la Web, la cual alegre y triunfalistamente dijo adiós a los totalitarismos culturales. Tomó ese riesgo y quizás se arrepintió. Esta comunidad de usuarios de Internet, divergente del progresismo y en especial del feminismo, es conocida como manosfera (esfera del hombre o de lo masculino).
Esta manosfera, desde el lado de la masculinidad tradicional, contradice la narrativa progresista y, sobre todo, nace como una reacción —casi siempre agresiva— al feminismo más radical. Radicalismo masculino confrontado contra radicalismo femenino.
A ese feminismo radical, señalado de minoritario pero bastante estridente, se le atribuye haber responsabilizado al hombre de todos los males del planeta y de la humanidad. En su discurso, este feminismo denuncia al hombre dominante, blanco, hetero, carnívoro y machista como el perpetrador histórico de las injusticias y violencias cometidas contra las mujeres, los pueblos originarios, las minorías sexuales y los animales.
La camarilla de youtubers, tiktokers, influencers y creadores de contenido que lidera esta manosfera encontró en los hombres agraviados por las descalificaciones del feminismo —menos indulgente con el llamado patriarcado— a su público objetivo. Estos “influencers del patriarcado” rompieron la regla tácita que señala: tienes derecho a expresarte, pero solo mientras no disientas del progresismo.
La manosfera es el refugio en Internet de las masculinidades lastimadas, en búsqueda de afirmación y reivindicación ante una cultura preponderante que ha sido hostil hacia ellas.
El problema no radica en que, desde la seguridad de la virtualidad, se reúnan estos varones de distintas edades para darse apoyo a manera de grupo de autoayuda —eso sería lo de menos; quien no necesita terapia alguna vez en su vida—. La alarma suena cuando, en algunos de estos grupos, se incurre en actitudes radicales, machistas y, en ciertos casos, misóginas.

Critican al feminismo por denostar a los varones y, de manera refleja, la manosfera lanza acusaciones igual de intransigentes contra las mujeres, e incluso, haciendo símil con la idea de patriarcado del feminismo, imagina con igual especulación la existencia de un matriarcado encubierto, como denuncia Esther Vilar en su obra “El varón domado”, donde la mujer sería, en realidad, la opresora y manipuladora del hombre.
La manosfera, al igual que el feminismo que combate, no es un movimiento unificado, sino bastante diversificado en corrientes y tendencias que no se ponen de acuerdo entre sí respecto al papel masculino, las relaciones con las mujeres y sus críticas al feminismo. Su común denominador es la defensa de la masculinidad tradicional, no deconstruida ni diversificada en nuevas masculinidades.
Hay grupos dentro de esta manosfera hasta cierto punto inocuos, que enseñan mediante videotutoriales y pódcast el arte del galanteo, como los PUA (Pick-Up Artists). Otros hacen activismo en Internet por los derechos de los hombres en temas como la custodia de los hijos o las denuncias falsas; a estos se les conoce como MRAs (Men’s Rights Activists). Y están los que podrían ser tachados de abiertamente perniciosos, como los tristemente célebres Incels (Involuntary Celibates), que se asumen como célibes involuntarios y atribuyen su condición a factores estructurales o culturales que los han marginado en su búsqueda del afecto femenino.
Y como en todas las esferas de la intelectualidad y la cultura, hay niveles y grados de preparación y seriedad entre sus exponentes. Por ejemplo, sin ser abiertamente un representante de la manosfera, tenemos a Agustín Laje, escritor e investigador de cierto renombre, cuyos debates con feministas y progresistas son aclamados en estos círculos de Internet. Un peldaño abajo se encuentra Emmanuel Danann, youtuber argentino con millones de seguidores y espíritu mordaz, que además arremete contra el wokismo y el progresismo en general.
En esa escala le seguirían personajes como “Un Tío Blanco Hetero” (Sergio Candanedo), youtuber crítico del feminismo, los estudios de género y lo que él llama “corrección política”, todo un referente de la manosfera española.

Representando a México está El Temach, a quien podríamos calificar de coach con seguidores jóvenes atraídos por discursos sobre masculinidad y la llamada red pill (píldora roja, en referencia a la película Matrix), esa píldora que te hace despertar a la realidad y darte cuenta de que siempre fuiste la víctima, no el victimario, en la guerra de los sexos.
La lista es vasta, e incluso incluye a mujeres muy críticas del feminismo, como Ramsey Ferrero, de España, y Sarahi Cervantes, creadora del espacio De Rana a Reina, quien también utiliza el nombre “Sarahi de Treviño” y se presenta como terapeuta de varones y mujeres afectados por el feminismo radical.
Manosfera y feminismo radical lo único que consiguen es enemistar a mujeres y hombres, y confrontarlos en una guerra de sexos en la que nadie sale ganador; más bien, todos pierden. Ante estos extremismos, lo mejor es reforzar la institución familiar como ámbito donde esposos, padres, hijos y hermanos aprendan, desde la premisa del amor, el valor del respeto, la tolerancia, la aceptación y el perdón.