Guadalajara

Restos del pasado, de Cementerio a Central Camionera

Según refiere el historiador Arturo Chávez Hayhoe, el antiguo Cementerio de Santa María de los Ángeles se encontraba sobre el terreno que hoy ocupa la Central Camionera Vieja, de Guadalajara. Su nombre lucía, en relieve, sobre el ático de la puerta del campo santo. Lo construyó, en el año de 1833, un lego perteneciente al Convento de San Francisco de nombre fray Sebastián Aparicio Ortega.Con cierta urgencia, lo inauguró el padre Hijar, guardián del convento; el apremio no podía ser mayor, en ese año la ciudad era azotada por el cólera morbus; los decesos se multiplicaban y el viejo panteón que fray Antonio Alcalde mandara construir a las afueras del Hospital de Belén no se daba abasto con los millares de inhumaciones. Esta lúgubre demanda la vino a cubrir, y al parecer bastante bien, el Cementerio de los Ángeles.El cementerio, refiere el propio Chávez Hayhoe, le debió su nombre a una de las cuatro imágenes que el propio Carlos V donó a los franciscanos de Guadalajara. Las cuatro eran, al parecer, de la misma advocación, y de un tamaño igual, con el Niño Jesús en Brazos y con la mano derecha en la posición propia de quien sostiene un rosario. Una de ellas terminó en la población de Poncitlán, otra fue destinada a la catedral y ahí permanece y se le conoce como Nuestra Señora del Rosario.La tercera tuvo por destino un altar de la Iglesia de los dominicos. La congregación dominica y su convento quedaron destruidos, y la imagen fue a parar al templo de Santa Mónica. A la cuarta y última, la llamada Nuestra Señora de los Ángeles, le rezaban religiosos y fieles en el templo de San Francisco; un buen día desapareció quizás consumida en el incendio que sufrió el templo el 14 de abril de 1936, pero Chávez Hayhoe cree que probablemente fue robada  (Chávez Hayhoe, 1987: 106).Una anécdota que se cuenta del Cementerio de los Ángeles nos habla acerca de un singular hallazgo. Los tapatíos de antaño le tenían una mórbida afición por los relatos y las leyendas sobre panteones, les fascinaba hablar de aparecidos que advertían sobre algún tesoro o que suplicaban favores a los vivos.Del Cementerio de los Ángeles se rumoraba, y hasta en la prensa salió la noticia, de que entre sus tumbas estaba enterrado un gran tesoro. Sin más confirmación que la buena fe y de motivación la avaricia, los tapatíos se dieron al oficio de profanadores de sepulcros; en sus exhumaciones, no encontraron más que huesos.Pero, no se quedaron con las manos vacías esta legión de oportunos sepultureros, pues dieron con la placa que guardaba los restos de un connotado e histórico personaje, el doctor Antomarchy, quien fuera médico de cabecera de Napoleón.El doctor vivió en Guadalajara hasta su muerte, lo hospedó en su casa el también célebre canónigo Luis Verdía.Una rápida mirada al mapa urbano o un recorrido por la zona de 8 de julio nos advierten que el otrora bosque de cruces no resistió la deforestación de la modernidad y el progreso. El buen José Guadalupe Zuno que no encontraba cómo entretener y de paso educar a los tapatíos, ordenó en plenas funciones de gobernador, palabras de Chávez Hayhoe, la demolición.En su lugar se construyó un estadio, el Estadio Municipal, que tardó en convertirse en escombros.

cr

Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México