
El océano está cambiando. No solo por el calor o el plástico, también por lo que ya no está. Imagina un mar sin tiburones. Silencioso, “seguro”, pero desbalanceado. Rico en peces, pero enfermo de sobrepoblación y desbalance trófico. Sin estos depredadores, los océanos no solo pierden un pilar del ecosistema: pierden el equilibrio.
Cuando los dinosaurios dominaban la tierra, incluso antes de la existencia de los árboles, los tiburones ya tenían siglos patrullando los mares. Según estudios científicos, alrededor del 70% de los escualos han desaparecido en los últimos 50 años. Las listas de la IUCN (International Union for Conservation of Nature) se actualizan constantemente y cada vez más especies entran en categoría crítica. Han sobrevivido a cinco extinciones masivas, eso los convierte en uno de los grupos más resilientes del planeta. Y, sin embargo, su existencia hoy está en duda por culpa nuestra.
Hoy, estos depredadores marinos enfrentan múltiples amenazas. La más brutal es la pesca dirigida: son cazados por sus aletas, su carne, sus cartílagos, incluso sus dientes. En muchos casos, se les amputan las aletas y se les lanza al mar aún vivos, condenándolos a una muerte lenta. Otros ni siquiera son el objetivo: quedan atrapados por accidente en redes pesqueras destinadas a otras especies. Además, su lentísimo ciclo de vida no les permite recuperarse del impacto humano. Algunas especies, como el tiburón martillo o el tiburón oceánico de puntas blancas, tardan décadas en madurar y tienen pocas crías. A esto se suman el cambio climático, que altera sus rutas migratorias, y la contaminación, que envenena sus cuerpos con metales pesados y microplásticos.
¿Por qué importan tanto?, no son solo “depredadores”. Son ingenieros de su ecosistema. Su presencia regula poblaciones, evita enfermedades y mantiene sanos los hábitats. Su desaparición provocaría un efecto dominó, los peces medianos acabarán con los herbívoros, lo que a su vez daña los arrecifes, pastos marinos y manglares por el desequilibrio trófico. Como sucedió en Australia, la disminución de tiburones tigre permitió el aumento de tortugas que pastaban excesivamente, dañando los pastos marinos, afectando así a otras especies como manatíes y peces.
Quitar al tiburón de la cima de la cadena trófica no elimina el sistema: lo colapsa. Sin estos depredadores, muchas poblaciones de presas crecen sin control, lo que reduce la biodiversidad y afecta la salud de los ecosistemas marinos. Algunas especies oportunistas, incluso invasoras, se aprovechan del vacío y alteran aún más el equilibrio. Este desorden no se queda bajo la superficie: impacta directamente a los pescadores y comunidades costeras que dependen de mares sanos para subsistir. Disminuyen las especies comerciales, se alteran ciclos naturales, y también se afecta el turismo ecológico, una fuente clave de ingreso en muchas regiones. Con la desaparición de estas criaturas, no solo pierde el océano. Perdemos todos.
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Parte del problema es nuestra percepción. Durante décadas, estos depredadores han sido símbolo de miedo. Pero ese miedo es infundado. Películas, noticias y mitos han distorsionado su imagen, alimentando una narrativa de terror. Pero la realidad es otra: se estima que los tiburones matan entre 5 y 10 personas al año en todo el mundo. En cambio, los humanos matamos entre 70 y 100 millones de ellos en el mismo periodo. Este desequilibrio no es solo numérico: es narrativo. Demonizamos al depredador, del cual nos enseñaron a temer, pero deberíamos temer un océano sin ellos.
Restaurar el equilibrio no es tarea fácil, pero aún es posible. Lo primero es cambiar la percepción: entender que no son nuestros enemigos, sino aliados silenciosos. Pese a su reputación, muchas especies son tímidas, nocturnas y más sensibles a nosotros, que nosotros a ellas. Para protegerlos, necesitamos acciones concretas: apoyar áreas marinas protegidas que garanticen su refugio, reducir la pesca ilegal y fomentar campañas de educación ambiental que derriben mitos y fomenten el respeto.
Además, la investigación sobre su rol en el secuestro de carbono abre nuevas esperanzas para comprender su impacto global y reforzar su valor en la lucha contra el cambio climático. Salvar a los tiburones podría ser, inesperadamente, una estrategia para combatir el cambio climático. ¿No es irónico que hayamos temido durante siglos a uno de los pocos animales que podrían ayudarnos a enfrentar nuestra mayor amenaza? No podemos proteger el mar sin proteger a sus guardianes.
Hemos normalizado la desaparición de especies que ni siquiera entendemos del todo.Y en esa indiferencia, no solo perdemos animales: perdemos, en silencio, los hilos que sostienen la vida oceánica. El planeta no funciona en líneas rectas, sino en redes frágiles de interdependencia. Tal vez el mayor error no ha sido temerles, sino ignorar lo que su desaparición significa. Ellos no necesitan nuestro miedo. Necesitan acción. Y la necesitan ahora. Salvarlos no es solo salvar un pilar del ecosistema marino: es defender el equilibrio del océano y, con él, el del futuro que aún podemos elegir. Un futuro en el que no tengamos que explicar por qué dejamos que todo esto se perdiera.

Valentina Moreno Plascencia es originaria de Guadalajara; apasionada del deporte, música, literatura y pintura, cursa el bachillerato en Portugal. Ha estudiado en México, Italia y Portugal y habla español, inglés, francés, italiano y portugués.
Es cofundadora de empresas dedicadas a la creación y comercialización de alimentos saludables y de café de especialidad con causa social.
Se ha desempeñado como fotógrafa y administradora de redes sociales para marcas como La tía Trini, Trini Terrazas y Moreno y Asociados Firma Legal.
Fue creadora y conductora del programa “Valentina en la cocina”, transmitido durante cuatro años por C7 Jalisco y YouTube, espacio que acercó la gastronomía a niñas, niños y adolescentes a través de recetas prácticas y educativas.