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Anudar una molécula no es una curiosidad, cambia su comportamiento. Al apretarse, el nudo acorta la longitud efectiva de la cadena, concentra tensión y modifica el espacio disponible alrededor del cruce

Ciencia para todos: Nudos moleculares

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En química solemos hablar de enlaces y de geometrías. Pero existe una capa aún más profunda y, a menudo, más determinante, la topología. Dos moléculas pueden tener la misma fórmula y las mismas conexiones covalentes y, sin embargo, pertenecer a arquitecturas distintas si su entrelazamiento espacial es diferente.

En ese territorio aparecen los knotanos, es decir, nudos moleculares, arquitecturas en las que una sola hebra molecular se cruza consigo misma y queda literalmente anudada, sin posibilidad de deshacer el nudo sin romper enlaces. No es un detalle estético, es una propiedad que se conserva bajo cualquier deformación continua, tan fundamental como la composición o la estereoquímica.

¿Cómo se logra un nudo a escala molecular? La respuesta combina autoensamblaje dirigido y química de captura. Primero se guía una hebra flexible para que adopte la forma del nudo mediante “moldes” temporales, metales que actúan como broches, zonas que se atraen por puentes de hidrógeno, superficies aromáticas que se apilan como cartas.

Esas interacciones, reversibles, obligan a la hebra a pasar “por encima y por debajo” en el orden correcto. Después llega el paso decisivo, cerrar la forma con una reacción fiable, por ejemplo una reacción “click”, que convierte esa disposición transitoria en un nudo permanente. El resultado final no es un simple anillo, es un anillo anudado.

Verificar el nudo exige técnicas estructurales. No se ve a simple vista, se cristaliza la molécula y se resuelve su estructura por difracción de rayos X para localizar los cruces. La resonancia magnética nuclear y la dicroía circular ayudan a confirmar la simetría y, cuando procede, la quiralidad del nudo, si es “zurdo” o “diestro”, una quiralidad que puede surgir aun cuando los componentes sean achirales.

Anudar una molécula no es una curiosidad, cambia su comportamiento. Al apretarse, el nudo acorta la longitud efectiva de la cadena, concentra tensión y modifica el espacio disponible alrededor del cruce.

En lo que se conoce como química supramolecular, los knotanos funcionan como filtros finos que seleccionan no solo por tamaño, sino también por ruta, quién es capaz de “navegar” el laberinto del nudo. En materiales, introducir nudos en polímeros añade puntos de amortiguación, al aplicar fuerza, el nudo se aprieta y disipa energía antes de que el material se rompa. En mecanocatálisis, esa misma concentración de esfuerzo en el cruce puede activar reacciones que, sin tensión, no avanzarían.

De aquí se abren tres líneas especialmente prácticas. La primera es la catálisis topológica, aprovechar la quiralidad del nudo para inducir preferencia por uno de los productos de una reacción y, además, poder “activar” esa preferencia apretando o relajando el nudo con luz, pH o voltaje.

La segunda es la memoria molecular, almacenar información en estados topológicos, en lugar de enlaces frágiles, y leerla de forma óptica o electroquímica con alta resistencia a la fatiga.

La tercera son los materiales adaptativos, redes poliméricas con densidad controlada de nudos que ajusten, bajo demanda, su histéresis, su amortiguación y su capacidad de absorber impactos.

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Sin embargo, para que todo esto sea cotidiano fuera del laboratorio hacen falta pasos claros. Necesitamos síntesis más simples y escalables, menos etapas y menos residuos, estímulos suaves para apretar o soltar nudos sin dañar el entorno, luz visible, pequeños cambios de pH o de potencial, y lecturas no invasivas del estado topológico integradas en superficies o películas finas. También es necesario medir con precisión cuánto trabajo puede efectuar un nudo y cuánta energía disipa, con métricas comparables entre sistemas.

La idea central es sencilla y poderosa, la topología no sustituye a la química tradicional, la complementa. Un nudo bien diseñado es un módulo funcional como lo es un carbonilo o un anillo aromático, con una ventaja, su identidad no se pierde al estirar o comprimir la molécula. La pregunta deja de ser “qué grupo instalo” para convertirse en “qué entrelazamiento necesito para obtener esta respuesta”. Al pensar la materia con esa variable activa, el repertorio crece, receptores que no solo capturan, sino que seleccionan por camino, catalizadores que no solo aceleran, sino que sesgan por geometría de esfuerzo, materiales que no solo resisten, sino que redistribuyen.

En síntesis, anudar moléculas no es solo una curiosidad, es abrir una nueva palanca de diseño. El día que podamos anudar, apretar y leer nudos con la misma naturalidad con que hoy funcionalizamos un anillo de benceno, hablaremos de una química en la que la topología ya no es un tecnicismo, sino una herramienta cotidiana para crear funciones que aún no existen.

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