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Caminar por San Felipe de Jesús o avenida Fortuna ya no es lo mismo: vecinos hablan de un antes y un después en los nuevos senderos urbanos

La luz como camino: vecinos de GAM redescubren sus colonias gracias a los Senderos de Paz

"Senderos de paz", ahora en Congreso de la Unión (Especial)

En la alcaldía Gustavo A. Madero, donde por décadas las noches se vivieron con cierta dosis de incertidumbre y las banquetas eran más bien obstáculos que invitaciones al paseo, hay un nuevo lenguaje urbano que poco a poco comienza a escucharse con fuerza: se llama “Sendero de Paz, Seguridad y Esperanza”. Aunque el nombre pueda parecer solemne o simbólico, en realidad se traduce en algo muy concreto: banquetas nuevas, luminarias encendidas, jardines vivos, murales con identidad y, sobre todo, vecinos que ya no sienten miedo al caminar de noche.

Fue a finales de noviembre de 2024 que, como lo prometió en campaña, el alcalde Janecarlo Lozano entregó el primero de estos senderos en la colonia San Felipe de Jesús, una obra que abarca 1,200 metros de la avenida Gran Canal del Desagüe, entre las calles Otumba y 1 de Mayo, con 25 luminarias tipo vela en el camellón, 83 luminarias de 150 watts en fachadas y el funcionamiento de 258 lámparas en calles aledañas como León de los Aldama, Ejido y Periférico.

Ahora, a casi siete meses de la entrega del inicio de este proyecto, este periódico recorrió dos de los senderos más recientes: el de la avenida Fortuna, en el corazón del norte capitalino, y el que embellece y transforma la avenida León de los Aldama en la colonia San Felipe de Jesús. En ambos se percibe lo mismo: un cambio que va más allá de lo físico. Es, dicen los propios vecinos, una transformación emocional.

Antes tierra de nadie

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A lo largo de tres kilómetros, el nuevo sendero sobre avenida Fortuna traza un eje entre la Central de Autobuses del Norte y avenida Insurgentes, pasando por el Hospital Magdalena de las Salinas y el CCH Vallejo. Durante años, este trayecto fue un lugar oscuro, con banquetas rotas, basura acumulada y grafitis desvencijados.

“Aquí no pasaban ni los taxis”, dice la señora Guadalupe, vecina de Magdalena de las Salinas. “El que podía, daba la vuelta. Era zona prohibida para mujeres, para estudiantes, para cualquiera que caminara solo”.

Hoy, en cambio, hay 188 luminarias nuevas —entre postes altos, reflectores y lámparas de fachada— que iluminan la vialidad como no se había visto en años. En el bajopuente del Eje Central, que antes era un tiradero clandestino, se pintaron murales y se instalaron bolardos, gravilla y una nueva banqueta. En palabras de don Armando, comerciante de la zona,

“Lo que antes era escondite para rateros ahora es punto de encuentro, incluso para los que pasean al perro o salen a trotar”.

Y es que ese es el punto central de los Senderos de Paz: recuperar la calle para la gente. Aunque se trate de iluminación y concreto, detrás hay una intención política clara. Como lo expresó el alcalde Janecarlo Lozano durante el encendido oficial del sendero: “Queremos que las mujeres se sientan seguras cuando regresan de la escuela o del trabajo. Estos senderos son para ellas, para los jóvenes, para todos los que tienen derecho a caminar sin miedo”.

De acuerdo con datos oficiales, este es el décimo quinto sendero inaugurado en la alcaldía. La meta: transformar 16 kilómetros de espacio público.

San Felipe de Jesús, del abandono al encuentro

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Si hay una colonia que refleja los extremos de la GAM, esa es San Felipe de Jesús. Olvidada por décadas, con calles amplias y maltratadas, camellones abandonados y poca vida urbana, hoy la comunidad vive un proceso de recuperación que va más allá de las obras públicas.

En avenida León de los Aldama, entre la avenida Ejido y la calle Calpulalpan, se construyó el tercer sendero en esta misma colonia. El cambio es visible: 6 mil 500 metros cuadrados de camellón fueron rehabilitados, se colocaron 141 luminarias, se restauró un kiosco, se colocaron cuatro juegos infantiles, un gimnasio al aire libre, una fuente seca con música, una velaria de 500 metros cuadrados y hasta un parque canino con reja perimetral.

“Daba pena la verdad”, dice Miriam Ochoa, vecina y madre de tres. “Traer a los niños al parque era imposible. No había luz, había basura, perros sueltos, y todo era tierra. Además veías a vagos en los rincones oscuros, fumando, tomando, o haciendo lo que les venía en gana, a todas horas. Ahora la verdad sí hemos aprovechado el cambio y venimos en familia, jugamos ajedrez, nos sentamos, convivimos. La plaza parece otra ciudad”.

En efecto, la plaza central de este sendero fue completamente renovada. Entre los bustos de personajes históricos como Madero, Carranza, Hidalgo y Juárez, hay también nuevas bancas, adoquines y banquetas niveladas. A un costado, jardineras restauradas y un estacionamiento para bicicletas invitan a redescubrir el barrio.

“Este kilómetro de transformación no es solo concreto, es confianza”, afirma el alcalde Lozano, quien ha sido constante en señalar que estos trabajos son parte de una cruzada para cambiar la percepción del espacio público en la GAM.

El poder de caminar sin miedo

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Más allá de los números —miles de metros cuadrados rehabilitados, cientos de luminarias, decenas de murales—, los Senderos de Paz operan en un nivel más íntimo: la percepción vecinal. Desde que iniciaron las obras, muchos habitantes coinciden en algo fundamental: ya no caminan con el teléfono en la mano “por si acaso”, ya no cruzan la calle para evitar un tramo oscuro, ya no viven con la ansiedad de que “algo pueda pasar”.

A lo largo de los senderos visitados, también se han multiplicado las interacciones cotidianas: mujeres que pasean en grupo por las tardes, jóvenes que usan los ejercitadores, adultos mayores que comparten mesa de ajedrez, familias que organizan tardes de juegos.

“No hay transformación más profunda que esa”, apunta el urbanista Rodrigo Reyes, consultado por este medio. “El espacio público es el primer eslabón de la convivencia social. Si lo dignificas, empiezas a regenerar el tejido”.

Un modelo replicable

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Desde que arrancó el programa “Senderos de Paz, Seguridad y Esperanza”, la alcaldía ha intervenido tramos en avenidas como Congreso de la Unión, Villa de Ayala, Tepatitlán y ahora Fortuna. La fórmula ha sido sencilla pero contundente: iluminación, limpieza, arte urbano, vegetación y mobiliario útil. En cada uno de los senderos también se ha incorporado la identidad de la colonia: en el de Congreso de la Unión, por ejemplo, se podaron arbustos con forma de animales, incluido un mamut frente al Metro Talismán. En Tepatitlán, se pintaron 19 murales en fachadas vecinales con imágenes de la cultura popular.

A juzgar por la respuesta ciudadana, el modelo parece funcionar. “Cuando te sientes orgulloso de tu calle, no la destruyes”, dice don Pablo, vecino de Bondojito. “Antes no barría ni mi banqueta, ahora todos salimos con escoba porque esto ya es de todos”.

¿Y qué sigue?

Aunque aún faltan por inaugurar varios tramos, los primeros 15 senderos ya representan una red de 16 kilómetros continuos o parciales de espacios públicos rehabilitados. Desde la óptica del gobierno local, la meta es simple: consolidar un modelo que logre reducir la inseguridad a través de la apropiación del espacio público.

Pero más allá del discurso oficial, lo que resalta es que los vecinos lo han hecho suyo. En muchas colonias, los senderos se han convertido en motivo de reunión, en tema de conversación, incluso en una forma de renovar el sentido de pertenencia barrial.

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“Aquí se puede caminar de nuevo”, dice Estela, estudiante del CCH Vallejo, mientras se toma una selfie frente al mural recién pintado. “Ahora me bajo del camión sin miedo, llego a mi casa con más calma. Eso, para mí, ya es ganar”.

En tiempos donde la inseguridad es uno de los mayores retos de la ciudad, en Gustavo A. Madero parece que se está trazando una ruta distinta. Paso a paso, sendero a sendero.

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