
Ciudadanos que tienen que cumplir sanciones por fotocívicas han encontrado en el Centro de Transferencia Canina del Metro una alternativa ideal para realizar sus jornadas de servicio comunitario; más que un castigo, representa una experiencia gratificante el invertir un poco de su tiempo en quienes más lo necesitan, como los perros que viven en el albergue.
Las fotocívicas son un sistema de multas implementado en la capital con el fin de fomentar una conducción más responsable. En lugar de penas económicas, se aplican sanciones como trabajo comunitario y cursos online, basados en un sistema de puntos asignados a cada vehículo.
A las 10 de la mañana en punto, el refugio abre sus puertas a los infraccionados, ellos, son identificados entre las personas voluntarias con un gafete anaranjado que portan en el cuello con la leyenda “Trabajo Comunitario Fotocívicas”, cualquiera pensaría que como se trata de pagar una sanción que requiere parte de su tiempo llegarían con mal humor o con cierta frustración, pero aquí es totalmente lo contrario.
Sus caras y lenguaje corporal transmiten felicidad y tranquilidad, incluso, cierto placer por apoyar en las labores del albergue, ellos solamente pueden realizar cuatro horas diarias de servicio al día; el total de las horas depende de las sanciones que tengan. Y son supervisados por un representante de la Dirección Ejecutiva de Justicia Cívica.
Como parte de su servicio los infraccionados realizan actividades de mantenimiento en general y otras relacionadas con los lomitos, todo depende del número de personas que llegue a realizar trabajo comunitario al día. Limpian jaulas, pasean perros, recogen excremento y lavan trastes, cobijas y camas.
En esta ocasión les tocó lavar camas de los 44 canes que actualmente habitan en el refugio; de acuerdo con los infraccionados, esta labor es “lo más pesado” que han hecho, pero saben que no representa una tarea física exigente.
Bajo la sombra de un árbol, sobre una mesa blanca, con guantes puestos y con ayuda de unos cepillos de escoba, Fabiola y Ricardo tallan concentradamente las cobijas; el olor a limpio a lo largo del lugar delata que realmente están quedando limpias.

Las labores se aligeran entre ladridos y colas agitándose de felicidad
Fabiola y Ricardo llegaron al refugio por distintas faltas administrativas, para ellos más que un castigo, es una “experiencia bonita y gratificante” pese a la responsabilidad, esfuerzo y dedicación que implica. El tiempo en el albergue pasa más rápido y las labores se aligeran entre los murales de colores de perros, los ladridos y las colas agitándose de felicidad.
Para Fabiola, una señora que debe cumplir 10 horas de servicio por invadir las cebras de un alto, no hay otro lugar en el que quiera realizar el resto de sus horas de trabajo comunitario. Incluso, asegura que si vuelve a tener fotocívica ahí realizará sus horas de trabajo comunitario.
Ella no estaba enterada de que existía el Centro de Transferencia Canina, un lugar al que llegan perros rescatados del Metro, ya planea ir en otra ocasión como voluntaria porque quiere seguir en contacto con los perros.
“El lugar está muy bonito, vienen muchas personas voluntarias a apoyar a pasear a los perritos; me gustó estar con los animalitos y ver como los tratan. Quiero cumplir el resto de mis horas aquí. Está muy bonito”.

Ricardo, es un joven alérgico a los perros, pero no se quedó con las ganas de hacer su servicio comunitario en el albergue, él está pagando su multa por exceder el límite de velocidad e invadir las cebras de la vía, y asegura que su experiencia en el lugar ha sido placentera y que el castigo no se siente como tal.
De todas las actividades que ha realizado, pasear a los perros fue lo que más le gustó, “pensé que iban a ser más agresivos, pero son muy nobles”; además, comenta que el tiempo en el albergue es como una desconexión de la rutina diaria y aprovecha para relajarse, “pasas un tiempo despejado del ruido”.
“Todos aquí son muy amables, todos te van explicando y se ve que tienen mucho amor por los perritos, eso también se transmite y está padre”.
Revela que cumplir con sus horas de trabajo comunitario en el refugio ha servido para transmitir a sus conocidos que hay un lugar donde están los perritos rescatados del Metro, incluso, una de sus amigas ya realizó un donativo en especie.
Al acercarse la hora de la salida Fabiola mira el reloj, “ya faltan 15 minutos”, comenta, y continúa lavando alegremente. Minutos después, el encargado de la Consejería les avisa que ya es hora de salir, acomodan las cosas que utilizaron, se quitan los guantes y sin prisa, como no queriendo, se dirigen a registrar sus horas de trabajo realizadas.
