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El ruido constante se mezcla con transporte público, ambulantaje y obras en vía pública, afectando la salud y calidad de vida en zonas marginadas

Contaminación acústica: las áreas con mayor rezago social son también las más ruidosas

Contaminación acústica: las áreas con mayor rezago social son también las más ruidosas

Las colonias de la capital son actualmente un vasto mapa sonoro donde el ruido se distribuye con marcadas diferencias socioeconómicas. En alcaldías céntricas con vida nocturna activa, como Cuauhtémoc o Benito Juárez, los vecinos suelen denunciar ruido generado por bares y restaurantes, una molestia intensa pero localizada, concentrada principalmente en horarios nocturnos y fines de semana.

Sin embargo, en colonias populares de Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza o Tláhuac, la exposición al ruido no es episódica: es diaria, continua y proviene de múltiples fuentes.

En barrios como Cerro de la Estrella, La Purísima, San Juan Xalpa, Pensador Mexicano, Jamaica, El Arenal o Campestre Aragón, el ruido no desciende ni en la madrugada.

A los motores de los microbuses se suman los altavoces del ambulantaje, los escapes modificados de motocicletas, la operación de talleres mecánicos o de herrería a pie de calle y las obras que acompañan la infraestructura de mercados y vialidades primarias.

Las casas, más pequeñas y con materiales de menor aislamiento, no cuentan con ventanas dobles ni sistemas de amortiguación acústica, lo que incrementa la exposición en interiores.

A diferencia de zonas con mayor presencia mediática, donde las quejas suelen traducirse en clausuras o verificaciones, en estas colonias la normalización del ruido ha debilitado tanto las denuncias como las expectativas.

Para muchos habitantes, el ruido es simplemente parte de la vida cotidiana, no un problema ambiental que merezca atención institucional. Eso no significa que no haya molestia, sino que la prioridad diaria —trabajo, transporte, seguridad— deja poco margen para organizarse y exigir silencio.

Vivir junto al estruendo: la vida diaria frente a bases de transporte y ejes viales

Mariana, vecina de la colonia Constitución de 1917, relata que hace tres años instalaron una base de microbuses a menos de 30 metros de su ventana. No fue un anuncio formal, ni hubo un proceso de consulta con los residentes.

“Un día amanecimos con unas láminas y al día siguiente ya estaban los camiones. Todo el día es un festival de motores”, cuenta. Su rutina cambió desde entonces: su hijo, que estudia secundaria, se queja del ruido cuando trata de concentrarse; su esposo, que trabaja de madrugada, duerme con tapones que apenas le sirven.

Para los vecinos que viven frente a un eje vial o junto a un patio de talleres, el ruido es un personaje omnipresente. En Santa Martha Acatitla, una familia narra que entre los gritos de los vendedores, los frenones de camiones de volteo y el paso constante de mototaxis, el silencio dura apenas minutos.

“No se puede dejar la ventana abierta, ni para ventilar. Hablar por teléfono es gritar”, dice una mujer de 57 años que ha vivido ahí toda su vida.

En gran parte de estas colonias, los talleres de hojalatería, carpintería, herrería o lavado de autos operan sin barreras acústicas. Los vecinos no se oponen a la actividad económica —muchas veces son los mismos habitantes quienes trabajan en estos negocios—, pero reconocen la carga que implica para quienes viven cerca.

Muchos talleres instalan compresores y maquinaria pesada en banquetas y calles angostas, lo que vuelve imposible amortiguar el sonido. En otras colonias, como Agrícola Oriental o Morelos, la situación se agrava por las terminales de transporte público y la operación casi permanente de rutas que pasan cada dos o tres minutos.

Una adulta mayor de la colonia Valle de Aragón, que vive a menos de un kilómetro del Aeropuerto Internacional, explica que los vuelos no son lo que más la altera; son las motocicletas con escapes modificados que pasan a todas horas por la avenida adyacente. “Los aviones me acostumbré. Pero las motos aparecen como cuchillazos, me despiertan y me quedo tensa”, dice.

Impacto del ruido en la salud mental en zonas marginadas

La exposición al ruido no es solo una incomodidad: es un factor de riesgo para la salud física y mental. Los efectos son más severos cuando se combinan con otras condiciones de precariedad, como las que predominan en muchas colonias de la periferia o de alta densidad.

Allí, la falta de áreas verdes, el estrés económico, la inseguridad y el hacinamiento convierten al ruido en un detonante constante.Las jornadas de sueño interrumpido por el paso de vehículos o el arranque de motores generan irritabilidad, cansancio crónico y frustración.

En entrevistas con vecinos, muchos describen patrones similares: dificultad para concentrarse, sensación de alerta permanente y poca tolerancia a estímulos cotidianos.

Una joven de la colonia Juan Escutia, en Iztapalapa, dice que el ruido la volvió “desesperada”: “Antes podía leer o estudiar en la tarde. Ahora pongo música para tapar el ruido de afuera, pero me cansa más”.

Psicólogos que trabajan en centros comunitarios de zonas populares explican que el ruido opera como un agente invisible que desgasta emocionalmente.

Aunque no se pueda tocar ni ver, crea un ambiente de tensión permanente. Para niños y adolescentes, el impacto puede ser mayor: alteraciones del sueño y problemas de concentración se traducen en bajo rendimiento escolar, irritabilidad y conflictos en casa.

Para adultos mayores, el ruido constante aumenta la probabilidad de hipertensión y episodios de ansiedad, especialmente cuando viven solos.

En colonias donde la vida comunitaria depende de la calle —mercados, tianguis, transporte, comercio—, la convivencia con el ruido se vuelve ambigua: por un lado, forma parte de la economía; por otro, erosiona la salud.

Psicólogos comunitarios señalan que, a diferencia del ruido nocturno de un bar, que es identificable y denunciable, el sonido de un tianguis o una base de transporte se percibe casi como un destino inevitable. Esa sensación de impotencia intensifica el estrés.

Desigualdad sonora

La contaminación acústica tiene un componente de desigualdad que se observa con claridad en la geografía urbana: las actividades ruidosas suelen concentrarse donde la tierra es más barata y donde la población tiene menos posibilidades de defenderse legalmente o movilizarse.

En las colonias acomodadas, las autoridades implementan clausuras más rápidas, operativos constantes y medidas de mitigación; en cambio, en los barrios populares, el ruido se considera parte natural de la vida comunitaria y rara vez se adoptan acciones contundentes.

El ruido, en ese sentido, actúa como un problema ambiental, y un asunto de justicia social. Allí donde falta inversión pública, el Estado también falla en proteger el derecho al descanso.

Las escuelas, hospitales y viviendas sociales están frecuentemente ubicados junto a avenidas de alto tráfico o zonas industriales, lo que incrementa la exposición de poblaciones vulnerables.

La falta de medición continúa del ruido y la ausencia de mapas acústicos actualizados agravan la invisibilidad del problema: lo que no se mide no se atiende.

En otras ciudades del mundo, la reducción de la contaminación acústica se ha convertido en una política prioritaria en zonas marginadas: instalación de barreras sonoras, reordenamiento del transporte público, horarios para actividades comerciales ruidosas y rediseño de rutas. En la Ciudad de México, estos esfuerzos son aún incipientes y no han llegado a las áreas que más lo requieren.

La desigualdad sonora se expresa en la vida diaria: quienes más ruido sufren son quienes menos posibilidades tienen de mudarse. Y las afectaciones que sufren —ansiedad, estrés, problemas de salud física, deterioro en el rendimiento escolar— profundizan las mismas desigualdades que enfrían la movilidad social.

En entrevistas, los habitantes de zonas afectadas coinciden en reclamos sencillos pero urgentes: medición real del ruido, operativos regulares en rutas de transporte pesado, regulación de talleres que trabajan con maquinaria en la vía pública, eliminación de escapes modificados y reubicación de bases de microbuses que operan sin orden.

También solicitan infraestructura básica: ventanas con aislamiento acústico en viviendas sociales, horarios delimitados para obras públicas y mayor vigilancia para evitar que motocicletas y autos utilicen la noche para acelerar sin control.

Muchos reconocen que no desean afectar el trabajo de nadie, pero exigen que la economía local no se sostenga a costa de la salud de quienes la viven diariamente.

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