
“Me despierto en la madrugada pensando en cuánto debo y en todo lo que todavía falta por pagar”. Alicia tiene 34 años, trabaja como auxiliar administrativa y vive en Iztapalapa. Dice que diciembre no le provoca entusiasmo, sino ansiedad. “El aguinaldo llega y se va en cuestión de días. Entre regalos, comida, transporte y deudas, siento que no alcanzo a respirar. A veces pienso que soy la única que se siente así, porque todos los demás parecen estar bien”.
En la Ciudad de México, el cierre del año concentra una serie de factores —económicos, familiares, escolares y emocionales— que convierten a diciembre en uno de los periodos de mayor desgaste psicológico. Bajo la narrativa de la celebración, el fin de año funciona para muchas personas como un recordatorio de carencias, pendientes y expectativas incumplidas.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Salud Financiera (ENSAFI), elaborada por el INEGI y la Condusef, 36.9 por ciento de la población adulta en México presenta un nivel alto de estrés financiero, mientras que 34.6 por ciento reporta un nivel moderado. En conjunto, alrededor de siete de cada diez personas viven con una carga económica que genera preocupación constante.
El estrés financiero no se limita a la falta de ingresos, está asociado a la imposibilidad de ahorrar, a la acumulación de deudas y a la incertidumbre sobre el futuro inmediato. La encuesta señala que una parte importante de la población reconoce que el dinero “nunca alcanza” al final del mes, una percepción que se intensifica en diciembre debido a los gastos extraordinarios: regalos, cenas, viajes, inscripciones escolares o compromisos familiares.
Mariana García, psicóloga consultada por Crónica explica que este tipo de estrés tiene efectos emocionales muy importantes. “El problema no es solo cuánto dinero entra, también la sensación permanente de amenaza. El cuerpo vive en alerta: se eleva el cortisol, se altera el sueño y la mente empieza a anticipar catástrofes. Diciembre amplifica esto para muchos, porque todo parece urgente y obligatorio”.

Cuando la ansiedad se normaliza
Los efectos de esta presión económica trascienden el bolsillo. Estudios sobre salud mental en la capital, como una encuesta realizada por International Journal of Environmental Research and Public Health, indican una alta prevalencia de síntomas de ansiedad y depresión, con un aumento sostenido desde la pandemia de covid-19. Insomnio, irritabilidad, cansancio extremo y problemas gastrointestinales figuran entre las manifestaciones más comunes.
Martín, estudiante universitario de 21 años, describe el fin de año como una etapa de evaluación permanente. “Yo creo que en diciembre no solo se revisan las cuentas, también se revisa la vida. Mis calificaciones, lo que hice bien, lo que hice mal. Si no cumplí expectativas, parece que todo el peso cae de golpe”. Para jóvenes como él, el cierre de semestre académico coincide con tensiones familiares y económicas que dificultan el descanso emocional.
Desde la consulta psicológica, Mariana García observa este patrón de manera recurrente. “Diciembre activa lo que llamamos el ‘balance emocional del año’. Muchas personas llegan con frases como ‘no hice lo suficiente’, ‘no avancé’, ‘me quedé atrás’. Es un momento en el que la autoexigencia se vuelve muy dura, especialmente en jóvenes”.
La especialista añade que existe una presión social implícita por mostrarse satisfecho. “Hay una expectativa cultural de felicidad. Si no estás bien, sientes que hay algo mal contigo. Esa contradicción entre lo que se siente y lo que se supone que se debe sentir genera culpa y vergüenza, y eso profundiza el malestar”.
“Se juntan el balance personal del año, la presión social por ‘estar bien’, la comparación con otros y las obligaciones económicas. Todo eso genera lo que llamamos distrés, un tipo de estrés que no ayuda a adaptarse, sino que desgasta”. Según la especialista, muchas personas minimizan estos síntomas porque los consideran “normales” en estas fechas.

Soledad y silencios
Para quienes no cuentan con una red de apoyo cercana, el impacto puede ser mayor. Doña Claudia, madre soltera de 38 años, trabaja por cuenta propia. “Mis hijos esperan una Navidad bonita y yo hago lo posible, pero cuando se duermen me quedo pensando si el próximo mes voy a poder cubrir la renta, y luego es o navidad o reyes, pero al fin a cabo se termina gastando”.
Al respecto, la especialista señala que la soledad es uno de los factores menos visibles del estrés de fin de año. “En consulta vemos a muchas personas que no están acompañadas, o que incluso estando en familia se sienten profundamente solas. Diciembre intensifica esa sensación porque todo gira alrededor de la convivencia”.
En adultos mayores, migrantes internos o personas que trabajan en servicios, la soledad puede convertirse en un detonante de síntomas depresivos. “No es raro que aparezcan pensamientos de inutilidad o tristeza profunda. Y como socialmente no se habla de esto, se vive en silencio”, apunta la psicóloga.
La obligación de celebrar
La investigadora en salud mental María Elena Medina-Mora ha documentado que la combinación de desigualdad económica y expectativas sociales eleva el riesgo de trastornos emocionales. “Cuando el discurso dominante es que todos deberían estar celebrando, quienes no pueden hacerlo experimentan frustración y culpa, lo que agrava el malestar”, ha señalado en distintos estudios.
El psiquiatra Sergio Aguilar-Gaxiola coincide en que el estrés de fin de año no puede verse solo como un asunto individual. “Hablamos de condiciones estructurales: precariedad laboral, falta de acceso a servicios de salud mental y una cultura que normaliza el sufrimiento. Todo eso converge en estas fechas”.
Desde su práctica clínica, Mariana García enfatiza que el estrés sostenido tiene consecuencias acumulativas. “No es que enero borre lo que pasó en diciembre. Muchas personas llegan al nuevo año agotadas, con síntomas que ya se cronificaron. Por eso hablamos de una emergencia silenciosa”.
Reconocer la otra cara de diciembre
Para la psicóloga, el primer paso es nombrar el problema. “Decir ‘no estoy bien’ en diciembre no es fracasar. Es reconocer una realidad. Necesitamos bajar la exigencia, replantear expectativas y entender que el autocuidado también implica decir no”.
Mariana García sugiere acciones concretas: planificar gastos realistas, negociar celebraciones más austeras, mantener rutinas básicas de sueño y alimentación, y buscar apoyo profesional o comunitario cuando el malestar se vuelve persistente. “La salud mental no debería ponerse en pausa por las fiestas”.