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Los ucranianos ya tienen su Desembarco de Normandía ¿Cómo engañaron a los rusos?

La contraofensiva que estremece al Kremlin empezó por una ventaja de Zelenski: fue actor antes que presidente. La esperanza es que este sea el principio del fin de la guerra (que convierta al líder ucraniano en el Churchill del siglo XXI); el temor es una reacción salvaje de Putin... que ya una vez le funcionó

la guerra de ucrania

Volodimir Zelenski visitó el miércoles por sorpresa la ciudad liberada de Izium, a la vuelta a Kiev tuvo un carro se estrelló contra el suyo, pero salió ileso

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EFE

La palabra mágica que tantos millones de ucranianos esperaban con desesperación se escuchó, por primera vez, el pasado 15 de junio: Contraofensiva.

“Si Ucrania recibiera armas, podría montar una contraofensiva para el verano”, declaró el general Dmitro Marchenko al diario Ukrainska Pravda. No fue casualidad que la dijera el comandante encargado de la defensa de la ciudad de Mykolayiv. El objetivo es que el enemigo girara los ojos hacia esa ciudad del sur de Ucrania, a menos de dos horas de Jersón, un puerto estratégico para la salida del grano al mar Negro y la segunda urbe más poblada en manos de los invasores rusos, detrás de la martirizada Mariúpol, en el mar de Azov.

A lo largo de los días finales de primavera y primeros del verano, los ucranianos protagonizaron escaramuzas en el frente de batalla sur sin mayores ganancias territoriales ni duros enfrentamientos. Ante la falta de reacción rusa, Kiev redobló la apuesta.

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El 9 de julio, el propio presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se dirigió a la nación para anunciar en tono solemne por radio y televisión que había ordenado al Ejército la “reconquista del sur”. Para añadir drama, el ministro de Defensa, Oleksi Rétznikov, declaró que el Ejército estaba acumulando “una fuerza de combate de un millón de efectivos” para la ofensiva.

Por su parte, la viceprimera ministra Irina Vereshchuk, a quien el presidente Zelenski nombró ministra de “reintegración de los territorios temporalmente ocupados”, instó a los residentes del óblats (provincia) de Jersón a evacuar sus hogares y huir a zonas controladas por los ucranianos; o en caso de que no puedan, a “crear refugios para sobrevivir a la contraofensiva, ya que habrá intensos combates y bombardeos en los próximos días”.

El mensaje de Zelenski fue la versión ucraniana del mensaje del 24 de febrero del presidente ruso Vladimir Putin, cuando anunció que había ordenado la invasión de Ucrania, según dijo, “para desnazificar el país” y acabar con el “genocidio” de la minoría, para estupefacción del mundo, que así se enteró de que el Tercer Reich había renacido en Kiev, sin que nadie se hubiese dado cuenta… excepto los rusos.

El actor Zelenski se hizo popular con su programa de sátira política El servidor del pueblo

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Ukrainform

Pero la diferencia entre Zelenski y Putin es que, el primero fue actor antes que presidente y el arte de engañar lo domina mejor que el antiguo exespía del KGB. De hecho, cuando el ruso aseguraba en enero que los más de 100 mil soldados desplazados a la frontera oriental con Ucrania estaban allí para participar en unas maniobras militares, nadie realmente se tragó la mentira, empezando por el propio Zelenski o el estadounidense Joe Biden. Más bien lo que pasó fue que nadie quería creer que el inquilino del Kremlin se iba a atrever a invadir un país “hermano”.

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Pero volviendo al mensaje de julio de Zelenski, los ucranianos y sus aliados —los estadounidenses y sus satélites espías— comprobaron que los rusos habían mordido el anzuelo: tropas y artillería pesada que se dirigían a reforzar los territorios invadidos en el este y el norte de Ucrania se voltearon en dirección suroeste, hacia la región de Jersón.

El “factor Normandía” que olvidaron

El Día De del Desembarco en Normandía ocurrió el 6 de junio de 1944

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NatGeo

A los rusos le habría bastado un sencillo repaso al manual del arte de la guerra para saber que una de las armas más poderosas es engañar al enemigo; o les habría bastado repasar la historia del siglo XX para recordar que la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial (en el frente occidental; el frente oriental fue mérito de los soviéticos) fue, precisamente, que los nazis picaron el anzuelo, cuando dieron crédito a la información engañosa que les proporcionó el famoso agente doble Joan Pujol García, un español que espiaba para los nazis desde Londres (bajo el nombre de Arabel), pero que en realidad trabajaba para los aliados (bajo el apodo Garbo).

Fue él quien convenció a los nazis de que el temido Día D (del que no tenía cierta la fecha, sólo que era inminente), iba a ocurrir en forma de desembarco masivo por el punto más estrecho del canal de La Mancha: Pas-de-Calais. En vez de cerciorarse por otras fuentes, los nazis dieron crédito a esa información y concentraron sus tropas en esa localidad francesa.

El Día D ocurrió el 6 de junio de 1944 mucho más abajo, en las playas de Normandía, lejos del grueso de las tropas nazis, que habrían abortado el desembarco de decenas de miles de soldados británicos, estadounidenses, franceses y canadienses en suelo francés.

Y como “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, lo que pasó hace 78 años en Francia ocurrió hace una semana en Ucrania. El Día D de los ucranianos ocurrió el 8 de septiembre de 2022, cuando comenzó su particular desembarco masivo, pero no por el sur ocupado, sino en el noreste invadido por los rusos.

¿El punto de inflexión?

Mapa

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La consecuencia del engaño a los rusos fue una contraofensiva relámpago que tomó por sorpresa a las fuerzas rusas estacionadas en la región circundante a la asediada Járkiv (la segunda ciudad más grande de Ucrania).

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En cuestión no de días, sino de horas, miles de soldados rusos se vieron en la encrucijada de una retirada precipitada, dejando atrás su armamento pesado, combustible y municiones, o presentar batalla a un ejército enemigo que le superaba en una proporción de ocho a uno, y que cuenta con miles estadounidenses Himars, de alta precisión.

En menos de una semana, mientras el mundo se entretenía con los homenajes en memoria de la fallecida Isabel II, los ucranianos liberaban 6 mil kilómetros cuadrados y llegaban casi a la frontera norte, derribando de un plumazo más de seis meses de invasión rusa. Y como premio mayor, tomaron la estratégica ciudad de Izium, que corta el suministro de armamento a los rusos desde el sur al este, al punto de que hace insalvable la toma de toda la provincia separatista de Donetsk.

Por mucho que los portales del Kremlin como RT o Sputnik, ocultan la humillante retirada, los propios ultranacionalistas rusos se encargaron de que se enterase toda la sociedad rusa y de exigir una movilización total para “aplastar” a los ucranianos.

La versión del Kremlin de que se trató de una “retirada táctica” para luego contraatacar induce a la risa, pero tampoco se atreve a reclutar forzosamente a todos los varones en edad de ir a la guerra, por el tremendo rechazo popular a tan drástica medida.

Pero la racha victoriosa ucraniana no significa necesariamente que la aventura bélica rusa esté perdida por mucho que Zelenski hable de “punto de inflexión”.

Por tanto, a Putin le queda un par de ases bajo la manga: uno sería un acto suicida para la humanidad, un ataque nuclear; y otro sería un crimen de lesa humanidad con un bombardeo sin piedad sobre la población ucraniana, sin hacer caso omiso al clamor mundial para que frene.

Ya lo hizo cuando se estancó la guerra separatista de Chechenia y la ganó en 2009, destruyendo, literalmente, su capital Grozni (en esa ocasión, sin clamor mundial).

Sólo si los ucranianos mantienen su rápida expulsión de los rusos (apoyada con un flujo incesante de armamento occidental) quizá podría Putin verse forzado a negociar una derrota honrosa, aunque sea sacrificando su cargo y marchando al exilio, y lom peor, teniendo que soportar cómo Zelenski es proclamado el Churchill del siglo XXI.