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Mientras en el Vaticano miles de fieles llenan las calles para ver el humo blanco y anunciar que los católicos tienen un nuevo jerarca, en el municipio más populoso del país las iglesias permanecen cerradas y la emoción religiosa brilla por su ausencia 

Ecatepec no se entrega al Papa 

Eran exactamente las 18:08 horas en Italia cuando el humo blanco se elevó sobre la Capilla Sixtina, señal de que el mundo católico tenía un nuevo líder. Miles de personas, sin importar el tráfico, los compromisos o el paso del tiempo, bajaron de sus autos para reunirse con el resto de las personas que llevaban ya tiempo esperando noticias desde el cónclave.

Mientras tanto, al otro lado del océano, en el municipio de Ecatepec, Estado de México, y paradójicamente dentro de una nación mayoritariamente católica, el ambiente era otro. A las 11:00 de la mañana, poco después de conocerse la noticia, las calles seguían en su ritmo habitual. No hubo celebraciones. Los rostros no estaban vueltos al cielo como en Italia, sino atentos al tránsito, a los quehaceres diarios, a las noticias en sus celulares o al murmullo de la televisión. Claro que estaban al tanto de la noticia, pero sin ánimos de festejo.

Soledad

En las iglesias del municipio, reinaba el silencio. Las puertas, en su mayoría, se encontraban cerradas. Las campanas, mudas. Ni una sola repicó por anunciar el “Habemus Papam”. En una parroquia llamada Catedral de Ecatepec del Sagrado Corazón de Jesús, se encontraban las puertas de par en par; apenas seis personas, todas de edad avanzada, se mantenían en oración.

En una de las paredes de esa misma iglesia colgaba una pancarta grande con el rostro del Papa Francisco. Era el único guiño visible a lo que acababa de suceder en Europa. Ninguna otra señal recordaba que la iglesia estaba viviendo un capítulo histórico: hay un nuevo sucesor de Pedro.

Iglesia cerrada

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