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Pese a la estabilidad macroeconómica alcanzada desde la crisis de 1994, México ha tenido el peor desempeño económico de América Latina en lo que va del siglo XXI.

México en el laberinto del crecimiento: 25 años perdidos

Archivo. El Ángel de la Independencia.

México es un país de contrastes, y su economía no es la excepción. Durante las últimas décadas ha sido elogiado por su disciplina fiscal, su baja inflación, la autonomía de su banco central y su integración al comercio global.

Sin embargo, también ha sido objeto de críticas por su bajo crecimiento, débil inversión pública y privada, baja productividad y una desigualdad persistente. ¿Cómo puede un país cumplir con buena parte del manual macroeconómico y, aun así, fracasar en alcanzar un crecimiento sostenido e inclusivo?

Hoy, la inflación ya no es la gran loza de los años ochenta. Las reservas internacionales crecen, la inversión extranjera fluye, las grandes empresas aumentan sus utilidades y la deuda pública está bajo control.

Pero, al mismo tiempo, la pobreza laboral persiste, los servicios públicos siguen siendo insuficientes y deficientes, la calidad educativa no mejora a pesar de una mayor cobertura, y la brecha entre formación y empleo se ensancha. Es como si la economía mexicana caminara por un laberinto: avanza por un lado solo para estancarse o retroceder por otro.

Desde la crisis de 1994–1995, México adoptó un enfoque macroeconómico centrado en la prudencia fiscal, la autonomía del Banco de México, la apertura comercial y financiera, el tipo de cambio flexible y la protección al sistema financiero. Esta arquitectura permitió reducir la inflación, evitar nuevas crisis de balanza de pagos y proyectar una imagen de país confiable para la inversión. Pero la estabilidad se convirtió en un fin en sí mismo, sin traducirse en desarrollo.

El gran pendiente ha sido la transformación estructural. No hablo de reformas estructurales clásicas, sino de un cambio de orientación del modelo económico. México no ha logrado transitar de una economía de maquila, bajo valor agregado, salarios bajos, informalidad extendida y débil recaudación, hacia una economía del conocimiento, con innovación, productividad y competencia. En términos económicos, no sabemos crecer. Y no lo hemos hecho en todo lo que va del siglo XXI.

Reformas sin crecimiento

Desde el año 2000, distintos gobiernos intentaron detonar el crecimiento con estrategias diversas:Vicente Fox (2000–2006): se buscó consolidar la estabilidad macroeconómica, promover el comercio internacional, fomentar al sector de la vivienda mediante el aumento de créditos hipotecarios.

La deuda pública como proporción del PIB se redujo de 19.0% a 17.9%. Se lanzó una política de competitividad, aunque sin éxito en lograr una reforma fiscal significativa.Felipe Calderón (2006-2012): se buscó impulsar la competitividad, fortalecer la infraestructura con inversiones en sectores estratégicos como transporte y energía, se aprobó una reforma fiscal y se internacionalizó parte del aparato productivo.

La deuda pública aumentó en 14.5 puntos del PIB, alcanzando el 32.4%.Enrique Peña Nieto (2012–2018): con el Pacto por México se aprobaron reformas en energía, telecomunicaciones, educación, competencia y fiscales. Se impulsaron las Zonas Económicas Especiales y se promovió una reforma financiera para ampliar el crédito.

La deuda subió otros 12.4 puntos del PIB, llegando a 44.8%.Andrés Manuel López Obrador (2018–2024): se priorizó la inversión pública en infraestructura, la soberanía energética, el fortalecimiento del mercado interno y el aumento del salario mínimo. Se combatió la evasión fiscal y se buscó aprovechar el nearshoring. La deuda creció 6.9 puntos más, ubicándose en 51.7% del PIB.A pesar de estas estrategias y del notable aumento del endeudamiento público en los últimos tres sexenios, los resultados son claros y preocupantes.

¿Qué tan mal hemos crecido?

En todo lo que va del siglo XXI, México ha sido el país con peor desempeño económico de América Latina continental.

Dos indicadores clave permiten evaluar el crecimiento: el PIB per cápita, que mide cuánto crece la producción respecto al aumento poblacional; y el PIB por persona empleada, que mide cuánto crece la producción respecto al aumento del número de personas que trabajan.

Figura 1

De acuerdo con datos oficiales del Banco Mundial, entre 2000 y 2024, el crecimiento promedio anual del PIB per cápita en México fue de apenas 0.3%. Es decir, en 24 años, este indicador creció solo 7.6% en términos reales (ver Figura 1). En comparación:

América Latina y el Caribe (ALyC): +34%Promedio mundial: +51%Argentina: +19%Brasil: +40%Chile: +72%Costa Rica: +92%Perú: +104%Panamá: +250%

Pero el panorama es aún más preocupante al analizar el PIB por persona empleada: México no solo fue el país que menos creció, sino que decreció. Desde 2000, este indicador cayó cerca de 10% en términos reales. Es el único país de América Latina continental con una contracción acumulada en esta variable (ver Figura 2). En contraste

América Latina y el Caribe (ALyC): +14%Promedio mundial: +62%Brasil: +24%Chile, Colombia y Honduras: +35%Perú: +58%Costa Rica: +75%Panamá: +118%

Figura 2

Este estancamiento no es reciente. El pobre desempeño del crecimiento económico en México se arrastra desde hace más de cuatro décadas. La diferencia es que, en este siglo, la estabilidad ya no se ha traducido en progreso.

La estabilidad no basta

Estudiar el crecimiento económico es entender los mecanismos que permiten trayectorias sostenibles, donde aumentan la productividad, los ingresos y el nivel de vida, reduciendo las brechas entre personas. Se trata de comprender cómo prosperar.

A partir de ese entendimiento, las políticas públicas deben inducir a los agentes económicos a tomar decisiones que promuevan una asignación eficiente de recursos y, con ello, impulsen el crecimiento sostenido y el bienestar de toda la población.

En México, sin embargo, se ha confundido estabilidad con éxito. Se han evitado crisis, controlado la inflación y mantenido el orden fiscal. Pero el crecimiento no ocurre por inercia, ni basta con acumular capital o atraer inversión extranjera.

Crecer no es solo un resultado: es un proceso complejo que exige estrategia, visión de largo plazo y coherencia. No basta con ortodoxia fiscal ni con programas sociales dispersos. Se requieren instituciones efectivas, competencia en todos los sectores, innovación, servicios públicos de calidad y un sistema educativo que prepare a las personas para un mundo laboral en constante cambio.

Durante este siglo, México ha ensayado todo tipo de recetas: apertura comercial, reformas estructurales, inversión pública, nacionalismo económico. Ninguna ha generado una ruta sostenida hacia el crecimiento con bienestar. Ninguna ha generado prosperidad.

Contamos con el diagnóstico, el conocimiento técnico y las herramientas. Lo que falta es voluntad política para traducir ese saber —con sus matices y debates— en políticas públicas efectivas. Persistimos en administrar síntomas sin atender las causas estructurales.

Crecer de verdad implica entender cómo hacerlo. Con base en evidencia, no en ocurrencias.

México no necesita más discursos sobre su potencial, sino políticas que lo conviertan en realidad. Ojalá, algún día, quienes definen el rumbo económico del país —más allá de ideologías y filiación política— escuchen con seriedad lo que la academia mexicana ha dicho durante años: que la estabilidad es apenas el punto de partida, no el destino.

Porque solo entendiendo cómo crecer —y actuando en consecuencia— podremos, al fin, encontrar la salida del laberinto.

Análisis de especialistas de la UniversidadIberoamericana son presentados a nuestroslectores cada 15 días en un espacio que coordinael Departamento de Economía de la UniversidadIberoamericanas, CDMX

Comentarios: pablo.cotler@ibero.mx

El autor es profesor-investigador del Departamento de Economía

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