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Al paso de los años, a Kahwagi Gastine, presidente del Consejo de Administración de Grupo Crónica, le gusta recordarse detrás de esa mesita escolar, en la primaria Benito Juárez, sede de sus sueños. Como ahora, cuando las emociones lo desbordan tras la XV entrega del Premio Crónica…

Y usted, don Jorge, ¿qué escribiría de sus padres?...

. Don Jorge Kahwagi Gastine, presidente del Consejo de Administración de Grupo Crónica.

A Jorge Kahwagi Gastine le gusta recordarse detrás de aquella mesita provisional donde aprendió a hablar español, creció su amor por México y nació su compromiso y agradecimiento por la educación pública.

Germinó ahí la semilla de vida…

Tenía entonces cinco años. Junto con su madre y hermanos había atravesado el Mediterráneo desde Líbano para llegar primero a Nueva York, y luego a México, donde su padre, consagrado al oficio sacerdotal, servía de tiempo atrás a la comunidad maronita de nuestro país. Fueron más de 30 días de travesía, a bordo de una embarcación turca, el primer barco carguero de la historia en zarpar desde territorio libanés. Kahwagi, hoy presidente del Consejo de Administración de Grupo Crónica, lo recuerda “como una gran flecha cruzando el mar”.

Recién había terminado la Segunda Guerra Mundial…

Ya en tierras mexicanas, el niño Jorge fue inscrito de inmediato a la escuela. Lo aceptaron en la primaria Benito Juárez, ubicada en la colonia Roma de la Ciudad de México, entre las calles de Xalapa y Aguascalientes. Fue una incorporación apresurada e imprevista: no había un pupitre para él. Los maestros debieron rescatar una pequeña mesa y una silla para sentarlo. Lo colocaron junto a la puerta del salón. Y ahí comenzó a fabricar el anhelo de ser abogado, ahí se tatuó para siempre en el corazón las raíces mexicanas.

Al paso de los años, le gusta recordarse ahí, detrás de esa mesita junto a la puerta de los sueños, de sus sueños. Como ahora, cuando las emociones lo desbordan tras la XV entrega de los Premios Crónica…

“Termina la ceremonia y me siento lleno de luz. Vaya hombres y mujeres que le dan realce a México, nos sentimos orgullosos de sus saberes y sus acciones. Escuchar sus mensajes, nos reconforta. Con ellos, jamás nos sentimos solos, al contrario, nos sentimos invencibles, listos para afrontar cualquier reto. Y luego la porra del Politécnico, me llegó al corazón”, dice de arranque.

Qué simbolismo el que un baluarte de la UNAM, el ex rector José Narro, haya premiado al Politécnico…

Pepe Narro fue un puente de unidad entre la Universidad y el Poli. Aquí no hay rivalidad: cuando hay buenos mexicanos, no importan los escudos ni los colores. Aquí no hubo partido de futbol americano, hubo partido de valores y conocimiento.

Qué ganas también de escuchar un Goya en Museo de Antropología (sede de los galardones)…

Los jóvenes politécnicos estaban contentos, era su momento de festejar y todos nos unimos a ellos. El Goya como el Huélum retumban con la misma intensidad.

Y luego el doctor Arturo Reyes (director del IPN), en su discurso, también devolvió el reconocimiento a la UNAM y en especial al ex rector Enrique Graue.

El doctor Reyes es un apasionado del Politécnico, y qué decir del doctor Graue: ejemplo de hombres talentosos formados en la Universidad, que terminan por entregarse a la institución con gran generosidad. Fue la primera vez que me impuse en el comité de premiación: quería ser yo quien reconociera su trayectoria.

Un hombre que ha resistido las embestidas del poder…

Y se mantiene firme, porque es un profesionista íntegro, un defensor de la autonomía universitaria y de la libertad. Nadie podrá contra eso.

Y hablando de defensores de la autonomía universitaria, Narro regaló una gran metáfora sobre el premio y sus quince años: una edad primaveral, decía…

Quedó perfecta, porque lo que representan estos científicos, académicos y escritores son flores y símbolos que hacen brillar el sol. Y luego tenemos el verano, que llega con la experiencia, sin dejar de alumbrar; y el otoño nos enseña a no llorar por las hojas que se caen sino a tener la certeza de que volverán a nacer; y el invierno nos incita a la reflexión, y no importan los problemas ni la soledad, siempre se dejarán frutos y semillas para dar paso, otra vez, a la primavera. Desde su inicio, Crónica ha tenido un compromiso con la ciencia, educación y cultura, hemos pasado por todas las estaciones, pero nunca hemos cambiado nuestra visión: primero México, y todo lo que le ayude a nuestro país encontrará eco en nuestras páginas y en nuestros esfuerzos.

. De izquierda a derecha: Jorge Castro Kahwagi, Layla Kahwagi Macari, Don Jorge Kahwagi Gastine, Fernando Marón Kahwagi y Miguel Marón Kahwagi.

Describía a los premiados como símbolos que reflejan brillo…

Y el brillo es para todos lados. Para la vida profesional, pero también para la vida personal y familiar. Una de las cosas más valiosas es que siempre hablan de su niñez, de sus padres, abuelos, hijos, de toda su familia. Mandan un mensaje de gran poder: que la familia es importante y hay que cuidarla, que para triunfar en la ciencia y la difusión de la cultura hay que ser buenos hijos, buenos hermanos, buenos padres.

El sociólogo Carlos Martínez Assad hacía un recuento de los libros que grandes escritores han dedicado a sus padres. Usted, ¿qué escribiría sobre sus padres?

Un silencio extendido trastoca la charla. Don Jorge parece imaginar a sus padres por segundos eternos, así, sin decir nada, aunque la mirada refleja una llamarada de nostalgia.

“Mis padres siempre estarán presentes en mi vida, agradezco la formación que me dieron, agradezco que mi padre haya decidido venir a México y que luego haya mandado traer a toda la familia, agradezco que mi madre valiente se haya aventurado a cruzar el mar con todos sus hijos pequeños. Por ellos soy lo que soy, y por mi esposa Sonja, una muralla del núcleo familiar. Hoy los Kahwagi estamos más unidos que nunca, y es por ella, por su fortaleza y su guía. Nada sería sin mi esposa y sin la inspiración que me inyectaron mis padres”.

A Jorge le gusta recordarse detrás de aquella mesita improvisada, feliz con su primer lápiz, con su primer borrador y su cartilla de alfabetización entre las manos.

“Me enamoré de México desde el primer instante. Cuando llegué a la escuela Benito Juárez me recibieron con gusto, me arroparon, sentí el primer abrazo de un niño mexicano, la primera palmada, encontré muy buenos amigos y una escuela preciosa, que fomentaba el amor por México”.

“No hablaba español, fui aprendiendo poco a poco. Recuerdo a todos mis maestros, gente buena, comprometidos con el avance académico de los estudiantes y con la enseñanza de valores. En la Benito Juárez fui un niño feliz, aprendí muchas cosas; esa escuela me dio el impulso suficiente para volar y llegar hasta la Universidad”.

¿Por qué esa fascinación por viajar al pasado y detenerse justo ahí, tras esa mesita?

Porque ahí comenzó mi devoción por México y mis raíces como mexicano, porque ahí sentí el primer abrazo de esta tierra, porque ahí me di cuenta del valor de la educación pública. Toda mi formación fue en escuela pública: desde la primaria hasta la Universidad, sin pagar un solo centavo. ¿Cómo no estar agradecido? Seguiré trabajando hasta el final de mis días por este país, seguiré colocando piedras y cemento a favor de un México de valores, seguridad y orgullo….

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