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Casos sin resolver: el asesinato de Víctor Yturbe, “El Pirulí”

Habrá quien diga que los años 80 del siglo pasado fueron tiempos tormentosos para los mexicanos, y tendrá razón. Pero también eran días, comparados con el presente, un tanto inocentes. Sin TLC, sin comida rápida de franquicia en cada esquina, apenas asomaba eso que ahora llamamos globalidad. Poco a poco, el crimen organizado se filtraba por los diversos ámbitos de la vida pública, y a él se le achacaban, en modo especulativo, extraños asesinatos, muertes insólitas, como la de un popular cantante romántico.

historias sangrientas

Potosino, amante del bolero romántico,

Potosino, amante del bolero romántico, "El Pirulí", fue en sus inicios, incluso, payaso de playa en su amado Puerto Vallarta.

Abrió la puerta. La hija no traía llaves, alguien tenía que esperarla. Seis tiros reventaron el silencio de noche de domingo en el fraccionamiento Las Arboledas, en el municipio mexiquense de Atizapán. Aquel hombre de pelo rizado y sienes canosas se derrumbó. Sus atacantes, tres hombres, tenían todo el tiempo del mundo. Actuaron con prontitud, pero sin esas prisas que echan a perder las cosas. Se perdieron en la oscuridad. Un par de personas alcanzaron a verlos, pero de nada valdría: el asesinato del cantante Víctor Yturbe, “El Pirulí”, se convertiría en uno de esos casos que se desvanecen con el tiempo, porque los indicios se vuelven ceniza, porque los papeles se hacen quebradizos, porque la nada los devora, porque nunca se da con los responsables.

Se acababa noviembre de 1987. Los periódicos alcanzan la nota, que, inevitablemente, es de primera plana: “El Pirulí” es un cantante famoso, con muchos años de carrera, presencia frecuente de los programas musicales de la televisión mexicana de aquellos años. Es un personaje simpático, que combina la interpretación de boleros románticos, con una voz fina y aterciopelada, con el humor a flor de piel, acaso resabio de sus años de payaso acuático y estrella de los centros nocturnos del lugar de sus amores, Puerto Vallarta.

Pero desde el principio, el misterio empapa el caso. La prensa de nota roja patalea porque los directamente involucrados “no quieren cooperar”, es decir, no aportan “la carnita” que le da sustancia y dramatismo a la información policiaca: pelos y señales, chismes y rencores cultivados, pleitos tal vez no resueltos, que resurgen al calor de las lágrimas y las declaraciones ante el Ministerio Público. Nada sale de los ocupantes de aquella residencia en Atizapán, y nada saldrá. El caso se va extinguiendo por falta de combustible, y las autoridades acaban por desentenderse del asunto. Total, no será la primera vez, en la accidentada historia policiaca del siglo XX, que un asesinato se quede sin resolver.

Detrás de las primeras notas del asesinato de Víctor Yturbe quedan, a falta de elementos concretos, planas y planas de especulaciones, de reporteo del bueno, que logra dibujar otra cara del afable personaje que aparece en las pantallas televisivas. Aparecen broncas sin resolver, proyectos parados, deudas, chismorreo sentimental. Pero nada es concluyente.

Víctor Yturbe era un cantante popular y querido. Había participado muchas veces en el Festival OTI y era una presencia frecuente en la televisión mexicana de los años 80.

Víctor Yturbe era un cantante popular y querido. Había participado muchas veces en el Festival OTI y era una presencia frecuente en la televisión mexicana de los años 80.

La muerte de “El Pirulí” se queda en el cajón de los misterios.

DE UNA TURBIA ESCENA DEL CRIMEN AL HERMETISMO

A la distancia, muchas relecturas del asesinato de “El Pirulí” señalan este crimen como uno de los primeros que vinculan a personajes del mundo del espectáculo con figuras de lo que en 1987 empezaba ya a considerarse crimen organizado: narcotraficantes de variadas influencias y poderío que acababan convirtiéndose en proveedores y estrellas grandes y chicas, con problemas de adicciones, o narcotraficantes -que también tienen sus corazoncitos- apasionados por los boleros o por las baladas, o por una voz, masculina o femenina. No son todavía los tiempos en que los narcocorridos ganen espacio público y traigan consigo una cauda de violencia que acaba por quemar a algunos de entre quienes se ganan la fama pública interpretándolos.

A fines de los años 80, la cultura policiaca no es lo que hoy: las pruebas y peritajes forenses son menos sofisticados, todavía faltan años para que se empiece a hablar de las pruebas de ADN como herramientas relevantes en la resolución de casos criminales, y todo ese conocimiento todavía no llega a las pantallas televisivas en la forma de series donde la tónica se concentra en el procesamiento tecnológico-científico de los indicios que siempre quedan en el lugar donde se ha cometido un hecho de sangre.

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Y aún así, este caso, el de la muerte de Víctor Yturbe, es, desde el principio, un problema de procedimiento. No pasa mucho tiempo después de aquella noche de noviembre, antes de que la policía empiece a hablar de modificaciones sustanciales en la escena del crimen.

Los datos que arroja la autopsia se conocen rápido: seis tiros, de calibre 9 milímetros, expansivas, mortales por necesidad. Se afirma que los disparos fueron hechos a quemarropa. Algún periódico que lleva el caso en primera plana durante esos primeros días, logra colarse, como siempre, por alguna rendija que le permita llegar ante el cadáver del cantante y fotografiarlo: quienes ven la imagen, impresa al día siguiente, ven en el rostro del muerto un rictus que los más serenos atribuyen al rigor cadavérico; otros ven el último gesto de “El Pirulí”, una expresión de sorpresa: no imaginaba que sus asesinos lo esperaban del otro lado de la puerta, él descansaba en su hogar, pues el concierto que tenía programado para ese día, 29 de noviembre, en Tijuana, se había cancelado.

Cae la noche. La hija del cantante sale, pero no lleva llaves. En la planta superior de la casa de la familia Yturbe, están la esposa y el hijo de “El Pirulí”, como pasa en tantas familias, cada quién en sus cosas. Víctor espera a la hija mientras ve televisión. Y entonces llaman a la puerta.

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Los testigos dirán después que no hay palabras entre el cantante y sus asesinos. No bien asoma el dueño de la casa, recibe los tiros que lo sacan de este mundo.

La familia del “Pirulí” baja las escaleras al escuchar los balazos. Uno de los testigos, un vecino, se acerca para ayudar: llaman una ambulancia, telefonean a la policía.

Pero todo ocurre con rapidez: en unos pocos minutos, Víctor Yturbe muere dentro de su casa. Lo que ocurre es comprensible, dada la urgencia: al verlo herido, la familia mete al cantante, como puede, a la sala de la casa. Con varios tiros en el abdomen, la víctima se desangra con rapidez. El vecino que se ha acercado intenta conseguir una ambulancia. Las declaraciones posteriores aseguran que “El Pirulí” estaba con vida cuando su familia intenta socorrerlo. Policía y socorristas llegan tarde: el herido ha muerto. Después las autoridades considerarán que la escena del crimen, término todavía no tan en boga en el habla de los mexicanos de a pie, ha sido alterada por la familia.

UNA INDAGACIÓN Y UN CALLEJÓN SIN SALIDA

Escándalo de primera plana, todo México sigue las primeras investigaciones sobre el asesinato. La presión pública es intensa, y la Procuraduría de Justicia del Estado de México, encargada del caso, informa que incluso dispone de retratos hablados de los tres atacantes.

Se esbozan tres líneas de investigación: la primera, parte de un romance entre Yturbe y la mujer de un narcotraficante, quien habría “puesto en su lugar” al cantante. Una segunda hipótesis daba por hecho la existencia de una enorme deuda que el cantante tenía por sus compras de propiedades en Puerto Vallarta, donde había crecido como artista, y un lugar en el que “El Pirulí” soñaba para convertirse en presidente municipal.

Víctor Yturbe tenía fama de dicharachero y simpático. Entre sus amistades se contaban grandes personajes de la farándula como Raúl Velasco, que aparece en esta imagen junto a él.

Víctor Yturbe tenía fama de dicharachero y simpático. Entre sus amistades se contaban grandes personajes de la farándula como Raúl Velasco, que aparece en esta imagen junto a él.

Una tercera línea de investigación relacionó al cantante con el narcotráfico: se puso la lupa sobre el tren de vida del cantante, se especuló sobre posibles adicciones y posibles deudas.

Las hipótesis se volvieron especulaciones; los vacíos informativos se fueron llenando a medida que disminuía la información oficial: mientras “El Pirulí” era velado por una multitud de admiradores y colegas que no acababan de dar crédito a lo sucedido: Víctor Yturbe era dicharachero, simpático, buen cantante, joven; apenas tenía 51 años. ¿Quién querría matarlo? Desde Chamín Correa hasta Raúl Velasco, el desfile de celebridades fluía en torno al féretro. No faltó quien cantara algunos de los éxitos que lo habían hecho célebre: “Felicidad”, “Miénteme”, “Verónica”.

Pasaron los días. La prensa de nota roja se quejaba: la familia no deseaba declarar más allá de lo estricto indispensable. Sin mucho margen de investigación, se empezó a perfilar la idea de un asalto como el origen del crimen. Pero nadie creyó en la ocurrencia: nada faltaba, los agresores del “Pirulí” nunca entraron a la casa. Iban a matarlo, solo eso.

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Transcurrió un mes entre suposiciones y divagaciones de la policía, a falta de avances concretos. En el camino, circulan muchas habladurías en torno al cantante muerto: que si no se llevaba bien con los vecinos, que si sus modos amables funcionaban solamente frente a las cámaras de televisión, que si su rancho en Vallarta, al que le había metido mucho dinero, a la hora de la hora solamente producía deudas. Las habladurías llegaron a señalar al actor y cantante Jorge Vargas, como un posible autor del asesinato, en vista de sus malas relaciones con “El Pirulí”. Molesto, Vargas negó rotundamente estar involucrado en el crimen. Sí, se llevaban mal. Incluso, muy mal, reconoció. Pero eso no convierte a nadie en homicida.

En diciembre de 1987, la Procuraduría del Estado de México dio por cerrado el caso, sin que hubiera detenido a los culpables. Todavía hubo un intento de explicar el asesinato como un drama familiar. Algún reportero con mucho vuelo literario aseguró que en las aguas negras de Atizapán había aparecido un sillón ensangrentado, donde una esposa iracunda había ultimado al “Pirulí”. Humo, leyendas urbanas, ninguna prueba. El caso empezó a ser devorado por las nieblas del olvido.

Ahora que la historia del asesinato del conductor Paco Stanley lleva varios días como “trending topic” en las redes sociales mexicanas, las mareas de la memoria traen casos como el de Víctor Yturbe, “El Pirulí”. Igualmente enigmáticos, igualmente impunes.