Nacional

El incómodo espiritismo de Pancho Madero

A estas alturas del siglo XXI, buena parte de los mexicanos saben que, entre los rasgos que definían la personalidad de Francisco Ignacio Madero, detonador de la revolución de 1910 y presidente de la República por espacio de quince turbulentos meses, estaba el de ser un fervoroso creyente de la filosofía espírita. A nadie sorprende ya, de tanto que se ha contado esa historia. Pero no siempre fue así

historias sangrientas  

En 1960, jamás se habló de las ideas espíritas de Mader

En 1960, jamás se habló de las ideas espíritas de Mader

Especial

Si en algo ha insistido el desarrollo de la historia como campo de conocimiento, en el pasado reciente, es en desentrañar los mecanismos de los cultos a las figuras heroicas, y en el camino, les ha raspado -un mucho o un poco, según el personaje- el bronce con que algunos fueron recubiertos en su momento. Naturalmente, esto tiene sus matices. A pesar de años de debates, de investigaciones y de nuevas publicaciones, apenas hemos logrado, con respecto de Benito Juárez, que el Benemérito dé unos cuantos pasos de polka en una película, eso sí, sin despeinarse ni un milímetro. En cambio, en el caso de Francisco Ignacio Madero, la historia de sus creencias espiritistas son, a estas alturas del siglo XXI, bastante conocidas, y se habla de ellas sin que por eso se resquebraje el sobrenombre –“Apóstol de la Democracia”- con el que el lugar común insiste en referirse a aquel hombre bajito y bondadoso, que además era vegetariano y homeópata, y que estaba convencido de su misión transformadora de la realidad mexicana de su tiempo, dictada, pensaba él, por la mano de los espíritus bienhechores que vigilaban su existencia.

No faltan, en estos tiempos, quienes califiquen al movimiento rebelde acaudillado por Madero, y que estaba planeado para estallar un día como hoy, pero de hace ciento doce años, como “la revolución de los espíritus”, asumiendo por completo el peso de la fe espírita de Madero como el detonador esencial de aquellos hechos. Pero en otros momentos de la vida nacional. Esa fe ha resultado profundamente incómoda, en diferentes momentos, tanto para los malquerientes del revolucionario coahuilense, como para quienes, en el curso del siglo XX continuaron el culto civil que a la memoria del presidente derrocado y asesinado en 1913.

MÉXICO, 1911: EL CAUDILLO Y SUS ENEMIGOS

Desde el triunfo de la revolución maderista, en la primavera de 1911, se generó una enorme expectativa en torno a lo que podría ser su presencia en la vida nacional y sus logros como presidente de la República. Se le llegó a dibujar como un bebé recién nacido, acunado por las bellas mujeres que representaban a la Nación y a la Democracia. Naturalmente, los sectores que no terminaban de resignarse a la caída de Porfirio Díaz, o a quienes incomodaban las ideas de cambio de Madero -que, en el fondo no eran tan revolucionarias- no estaban dispuestos a rendirse sin pelear. Es cierto que hubo una prensa antimaderista, ruda y despiadada. No es cierto que esa prensa haya sido artífice de la caída del coahuilense, pero sí generó y reforzó un clima de tensión colectiva, agravada por los errores del presidente Madero.

Con frecuencia, los caricaturistas de 1911 y 1912 se burlaron de las creencias de Madero

Con frecuencia, los caricaturistas de 1911 y 1912 se burlaron de las creencias de Madero

Especial

Para generar ese clima hostil, esa prensa antimaderista recurrió a la burla, a la caricatura, al desprecio por las declaraciones del presidente, quien llegó a quejarse de que la prensa publicaba en primera plana los más descabellados rumores, y los comunicados de su gobierno -que él mismo redactaba, como llegó a reconocer- iban a dar a un rincón en páginas interiores. Se hizo burla de la corta estatura de Madero, de su pertenencia a una rica familia que hizo fortuna con la producción de bebidas alcohólicas. Se le comparó, siempre en desventaja, con la figura de don Porfirio. Se hizo una burla falaz de sus creencias espíritas.

Y era falaz, porque ser espírita en 1911 no era ninguna rareza. Había muchos mexicanos que creían en aquella doctrina que se decía filosófica y que era mucho más que las sesiones donde todo mundo se tomaba de las manos para invocar a los muertos. En los años previos al estallamiento de la revolución maderista se habían dado importantes congresos espíritas, donde don Pancho había participado como un ponente destacado.

Naturalmente, en aquellos años agitados, los malquerientes de Madero recurrieron a todo lo que les parecía materia para ridiculizar al caudillo que llegó a la presidencia. Uno de los rasgos constantes de aquella campaña contra Francisco Madero era tacharlo de “loco”, y una de las características de aquella “locura”, naturalmente, era su creencia en que podía comunicarse con los espíritus. Desde las páginas del despiadado semanario Multicolor, hasta el peladísimo poema “Madero Chantecler”, escrito de forma anónima por José Juan Tablada, las críticas a la fe espírita del presidente eran pan de todos los días.

En aquellos años no se conocían públicamente los escritos espíritas de Madero, ni los detalles de las habilidades que decía tener como médium escribiente. Sólo los entendidos en la materia supieron que, en 1911, cuando ya se encaminaba a asumir la presidencia, publicó su Manual Espírita, firmado bajo el seudónimo “Bhima”, que era una especie de trabajo de divulgación acerca de sus creencias. El presidente jamás se desdijo de su fe espírita, pero esa fe se utilizó en su contra por sus detractores. A muchos de sus colaboradores, en aquellas horas oscuras, les habría gustado que los críticos y enemigos de Madero se concentraran menos en los rasgos de personalidad y pensamiento que lo definían.

Si Francisco Madero no le dedicó más tiempo a aquellas ideas fue porque la vida no le dio tiempo: gobernó, entre sobresaltos, errores y fallas de apreciación durante quince meses, para después morir asesinado.

Cuando los escasos leales que quedaban lo enterraron en el Panteón Francés de la Piedad, a fines de febrero de 1913, nació una especie de culto civil a la memoria del presidente asesinado, que se esforzó en mantener la memoria de sus ideas democráticas. El Madero espiritista empezó a desvanecerse en el conocimiento colectivo y en la cultura que nacería de los movimientos revolucionarios.

MÉXICO, 1960: HOMENAJES

Cuando llegó el cincuentenario de eso que, como bloque monolítico se conocía como “Revolución” con mayúsculas, en noviembre de 1960, Francisco I. Madero fue objeto del homenaje principal. Con un gran y aparatoso ceremonial, los restos del presidente asesinado fueron exhumados de la fosa del Panteón Francés y llevados a un homenaje en la Cámara de Diputados. Luego, fueron conducidos al Monumento a la Revolución, donde el presidente Adolfo López Mateos, escoltado por todos los expresidentes de México que todavía vivían -Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines y Lázaro Cárdenas- los depositó en el mausoleo que se creó en una de las columnas.

El país había cambiado. La cultura laica, iniciada en los tiempos de la Reforma, se había consolidado en la vida diaria de los mexicanos, y a las autoridades federales de 1960 ni por un instante les pasó por la cabeza que las peculiaridades de la personalidad de Madero -su interés por las filosofías orientales, su vegetarianismo, su afición a la homeopatía y, naturalmente, su espiritismo- fueran materia digna de mencionarse.

Cincuenta años después de su llamado a levantarse en armas, Madero estaba completamente cubierto de bronce; era una estatua sin texturas, sin emociones, sin creencias, sin equivocaciones. Era, sencillamente El Presidente Mártir, y eso de que era espiritista en nada ayudaba a mantener el culto a aquella figura heroica.

AGITACIONES SETENTERAS

Resulta curioso ahora, cuando los escritos espíritas de Madero están al alcance de los interesados, y cuando se han publicado interesantes investigaciones en la materia, mirar al pasado reciente. Hace medio siglo, en los agitados años setenta, esos textos que daban cuenta de las habilidades de don Pancho como médium escribiente, que detallan las indicaciones, las enseñanzas y hasta los regaños de los espíritus tutelares en los que él creía, estaban prácticamente desaparecidos, y resurgieron en 1973 de la manera más insólita.

Ilustración de 1973 para la versión de la Editorial Posada sobre los textos espíritas de Madero.

Ilustración de 1973 para la versión de la Editorial Posada sobre los textos espíritas de Madero

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Los textos en cuestión fueron rescatados por el político Isidro Fabela, quien en algún momento los prestó a un joven historiador que trabajaba en el castillo de Chapultepec, Manuel Arellano. Por medio de Manuel Arellano, un reportero de la vieja guardia, llamado José Natividad Rosales, muy aficionado a trabajar temas históricos, tuvo acceso a aquellos materiales.

El resultado no se publicó en alguna publicación académica, sino en una pequeña colección de libros de la ya desaparecida Editorial Posada, propietaria de una revista semanal llamada DUDA, donde lo paranormal, la vida extraterrestre, los OVNIS nutrían sus páginas. El semanario, que vendía carretadas de ejemplares, inició una colección de libros de bolsillo, que se vendían tan bien como la revista. El número 41 de aquella colección se llamó “Madero y el espiritismo”, y por 7 pesos por cincuenta centavos, los mexicanos de fines del siglo XX se enteraron de una faceta de la vida de Madero que había sido completamente olvidada, y, muy probablemente, no de manera accidental.

Andando los años, los textos espíritas de Madero y sus creencias se volvieron tema de los historiadores profesionales. Ya no hay problema en rasparle el bronce a don Pancho. O tal vez sí. Hay espacios en la discusión pública donde el espiritismo de Madero jamás ha sido mencionado.