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Un regalo mexicano, el monumento a Fray Antón de Montesinos, al garete

La pieza, obsequio de México a la República Dominicana, forma parte de un proyecto de gran envergadura, diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, que nunca se completó. Ahora, alejado de su concepción original, forma parte de la imagen de los XXV Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizarán en Santo Domingo, en 2026.

monumento

Fray Antón de Montesinos

Fray Antón de Montesinos

Fray Antón de Montesinos lleva casi cuarenta años a las orillas del mar, y la acción del viento, la humedad y la sal erosionaron la cantera blanca que forma su hábito de dominico. Su presencia en el malecón de Santo Domingo se debe a un gesto de buena voluntad del gobierno mexicano para la República Dominicana. Olvidado durante años, el monumento dedicado al primer gesto de defensa de los derechos humanos en tierra americana fue, en el pasado reciente, parcialmente rehabilitado, pero el compromiso que ambos países firmaron en 1982 es todavía materia pendiente: las autoridades dominicanas aún no cumplen su parte de aquel acuerdo.

Todo el material concerniente al monumento a Montesinos y su proyecto urbanístico, se conserva, con un amplio registro técnico y fotográfico, en el archivo de Pedro Ramírez Vázquez, uno de los arquitectos mayores del México contemporáneo.

Son la desmemoria y el lucro político los factores que desvanecieron el compromiso original del gobierno dominicano para desarrollar el proyecto según se planeó en 1981, que contemplaba una amplia avenida que comunicaría la zona más antigua de la capital dominicana con el emplazamiento del monumento obsequiado por México.

El monumento, dedicado al fraile dominico que en 1511 levantó la voz para defender a los nativos de la isla de la violencia de los encomenderos, mide 25 metros de altura y se encuentra arropado por un edificio de dos plantas, que, según el proyecto de Pedro Ramírez Vázquez, funcionaría como un museo dedicado a narrar y documentar la lucha por el respeto a los derechos y a la integridad de los indígenas americanos.

Los acuerdos establecidos en torno al proyecto quedaron en el olvido; el museo se abandonó y se descuidó. Del proyecto de desarrollo urbano nada se hizo. El modelo a escala de la figura de Montesinos, que sirvió hace 40 años para presentar el proyecto, fue obsequiado por el gobierno de México a la Cámara de Diputados de la República Dominicana, para ser colocado en su sede. De aquella pieza, de 2 metros de altura, aproximadamente, hoy día nadie sabe nada; no existe la información que dé cuenta de su paradero final.

LA ESCALA DEL ESPACIO PÚBLICO Y LA ESCALA DE LA DIGNIDAD

La historia del monumento cuando José López Portillo era secretario de Hacienda y Crédito Público del gobierno de Luis Echeverría, y la República Dominicana en 1975. Interesado en temas humanísticos e históricos, López Portillo habló de la posibilidad de levantar un monumento a aquellos frailes que levantaron la voz en defensa de los indígenas.

A fines de 1980, el presidente dominicano, Antonio Guzmán, visitó nuestro país. López Portillo ya había llegado a la presidencia de la República. Se esbozó una promesa: México habría de regalar, en prenda de amistad e ideales compartidos, un monumento que homenajeara al fraile y a sus compañeros de orden, pioneros en la defensa de lo que hoy se entiende como derechos humanos.

El presidente Guzmán agradeció el gesto de su colega mexicano, y anunció que se buscaría un espacio, relevante y digno, para el emplazamiento del monumento. En aquellos días se habló, para tal efecto, de una calle, que se volvería completamente peatonal, en la zona llamada “ciudad colonial”. Ahí, se encuentra todavía el convento dominico donde vivieron Montesinos y sus compañeros.

López Portillo, a través del secretario de Relaciones Exteriores de ese entonces, Jorge Castañeda, designó a Pedro Ramírez Vázquez, a la sazón secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, para proyectar y ejecutar la obra. Era diciembre de 1980 y la instrucción era partir hacia la República Dominicana a la brevedad.

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La prensa dominicana dio cuenta de la llegada de Ramírez Vázquez a fines de enero de 1981. La oficina de la Presidencia de la República Dominicana ya había desarrollado algunas propuestas para colocar el monumento. Plantearon que lo adecuado sería algún espacio en la zona colonial y se plantearon varias opciones: una era la pequeña plaza conde convergen el convento dominico, la Capilla de la Tercera Orden de los Dominicos, y una parte de la calle Macorís.

Boceto que Pedro Ramírez Vázquez hizo en el pequeño block de notas que el arquitecto mexicano encontró en su habitación de hotel durante su visita a Santo Domingo a finales de enero de 1981.

Boceto que Pedro Ramírez Vázquez hizo en el pequeño block de notas que el arquitecto mexicano encontró en su habitación de hotel durante su visita a Santo Domingo a finales de enero de 1981.

Se mostraron otras alternativas, como el Callejón de los Curas, la calle peatonal Pellerano Alfau, un paseo peatonal en el extremo sur de la Catedral de Santo Domingo, y una plaza más, frente al templo de Nuestra Señora de las Mercedes.

Pero Ramírez Vázquez, no bien descendió del avión que lo llevó a tierra dominicana, aplicó su mirada de urbanista a la ciudad que recorría. Escuchó con atención las propuestas de las autoridades locales, luego, fue a recorrer la zona donde se pensaba colocar el monumento.

“Mi papá todo lo veía en grande, como lo muestran sus obras y sus diseños”, reflexiona el arquitecto Javier Ramírez Campuzano, hijo de Ramírez Vázquez y heredero del vasto archivo que documenta buena parte del desarrollo urbano y cultural del México del siglo XX.

“No me refiero a la escala arquitectónica o la escala humana; pienso en una de sus obras más importantes, el Museo Nacional de Antropología: él [Ramírez Vázquez] decía que estaba a la escala de la dignidad que deben tener nuestras culturas, y lo mismo ocurría con su idea de la vivienda; tenía que estar a la escala de la calidad de vida que deben tener sus ocupantes. Lo mismo ocurrió con el monumento a fray Antón de Montesinos: a la escala de la dignidad de los derechos humanos; a la escala de dignidad de la amistad entre México y la República Dominicana”.

DEL “DETALLITO” AL GRAN PROYECTO DE DESARROLLO URBANO

Ramírez Campuzano, que acompañó a su padre en aquel proyecto, recuerda que los dominicanos esperaban recibir algo pequeño, un gesto de cortesía, “un detallito”. “Por la noche, en la habitación del hotel, se puso a trabajar”.

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Montesinos.

La primera semilla del proyecto que Pedro Ramírez Vázquez presentó al día siguiente, al personal de la presidencia de República Dominicana, se hizo en el pequeño block de notas que el arquitecto mexicano encontró en su habitación de hotel. Es un croquis de líneas claras y sencillas, que colocaba al dominico Montesinos a la orilla del mar, en actitud de airada predicación. Dotó al monumento de una construcción que operaría como un museo, y el conjunto se comunicaría con la zona colonial de Santo Domingo por medio de una amplia avenida que transformaría por completo el entorno.

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Aquella sesión de trabajo nocturno permanece en la memoria de Javier Ramírez: “Miraba la ciudad con su sentido de urbanista. Decía ‘abrimos esta calle; abajo ponemos un museo que ofrezca una interpretación del monumento, y que hable de la cultura taína, de la llegada de los españoles, de los abusos, y la defensa de los derechos humanos como valor universal’”. Así lo expuso, al día siguiente, a las autoridades dominicanas.

“Cuando lo describió” -detalla Ramírez Campuzano- “se quedaron sorprendidos. Ya no hubo otra opción. Nos dijeron ‘espérennos un momento’. Regresaron: ‘señor arquitecto, el presidente Guzmán va a recibirlo’.”

Antonio Guzmán, presidente dominicano, le pidió a Ramírez Vázquez que transmitiera a José López Portillo un mensaje de reconocimiento. El arquitecto mexicano respondió: “este es el valor que da México y su presidente a los derechos humanos y al vínculo con la República Dominicana”.

EL COMPROMISO…INCUMPLIDO

Trasladado a la intervención del espacio urbano, el proyecto de Pedro Ramírez Vázquez implicaba una gran modificación en la parte más antigua de Santo Domingo. Para trazar la gran avenida, se requeriría derrumbar casas, crear una calle donde no la había.

El museo que diseñó desarrollaría una breve narrativa que pusiera en contexto al fraile dominico y al valiente sermón pronunciado en 1511.

Para 1981, la experiencia de Ramírez Vázquez en materia de museos ya era vasta y valiosa: tenía en su haber la Galería de Historia, Museo del Caracol, que en 1960 fue un proyecto de avanzada; ya había producido el que todavía es el más importante de los museos mexicanos, el Nacional de Antropología. El nombre de Pedro Ramírez Vázquez ya estaba asociado a espacios de tanta relevancia como el Museo de Arte Moderno, el Museo de la Ciudad de México, o el Museo Fronterizo de Ciudad Juárez. En los años en que el arquitecto recibió la encomienda del monumento a Montesinos, estaban en marcha el Centro Cultural Tijuana y el Museo del Templo Mayor. Con esa experiencia en el arte de hacer museos, a Ramírez Vázquez le parecía indispensable dotar de una interpretación al gran monumento.

Plenamente convencida del valor de la propuesta del arquitecto mexicano, la presidencia de la República Dominicana lo hizo propio, para desarrollarse en una ruta de colaboración. “Mi papá dijo: nosotros hacemos el monumento, pero el proyecto de regeneración urbana, la intervención de la zona colonial, la apertura de esta gran avenida, les toca a ustedes”. Nadie puso objeciones.

No se trató de un acuerdo informal. En el archivo Ramírez Vázquez se conserva el documento expedido por la Oficina de Patrimonio Cultural de la República Dominicana donde se asientan las tareas de cada país:

“…en vista de la envergadura y alcances que ha tomado este proyecto, el cual ya no consiste en la intervención de un pequeño sector, sino más bien en un proyecto de renovación urbana de gran impacto para toda la zona, el Gobierno Dominicano está en disposición de colaborar con el financiamiento y ejecución de todo lo concerniente a la compra de terrenos, expropiación y adquisición de todos los inmuebles que será necesario eliminar, desalojo y reubicación de los actuales inquilinos e los referidos inmuebles y la demolición de los mismos…” Para poder abrir la gran avenida que llevaría al monumento, se requería la expropiación de cuatro predios.

Al gobierno mexicano tocaría el financiamiento de “toda la parte correspondiente a los trabajos de construcción propiamente dichos y a la erección de la estatua de Fray Antón de Montesinos”.

Los trabajos del monumento y el museo se desarrollaron sin complicaciones. El 12 de octubre de 1982, el presidente López Portillo viajó a la República Dominicana para hacer entrega formal del obsequio. México había cumplido.

El problema era, y es, cuarenta años después, que el gobierno dominicano no honró su parte del compromiso. El proyecto original se quedó incompleto y el monumento a fray Antón de Montesinos atravesó por etapas de franco descuido y abandono.

(Continuará)