
Odette Alonso, nacida en Santiago de Cuba, pero radicada en México desde 1992, ha ganado diversos premios literarios como el Internacional de Poesía Nicolás Guillén, el Concurso de Cuento Mujeres en Vida y muy recientemente el Clemencia Isaura de Mazatlán. Por su poemario Old Music Island obtuvo el Premio Nacional de Poesía LGBTTTI Zacates 2017, libro en el que la memoria se fusiona con el sentido erótico de los versos y la libertad amorosa. Sobre éste charlamos con la autora.
— ¿Qué es lo que realmente esconde el filo de sus uñas en la espalda?
— Todo el enigma. Es un filo promisorio. Después sucederán el miedo, el deseo, los ensayos y los bailes en salones donde el mármol es el brillo de otro tiempo y suenan la orquesta tropical y la big bang. O mejor aún, los encuentros a puertas cerradas donde se teje el amor como una danza. Después habrá un conjuro de vudú y otras deliciosas impudicias. Y de todo eso, los ojos —es decir, los versos— guardan la memoria. Como en un sueño, pero cierto. Tan cierto que lo puedes ver, tocar, oler, degustar, sentir. Eso es Old Music Island: todas las sensaciones en un poemario.
— La poesía con temática lésbico-gay ¿se lee tan a gusto como tan a gusto te sientan los chalecos de tu abuelo?
— Los chalecos de mi abuelo me quedaban un poco grandes, pero justo eso es lo fascinante: irte acomodando a algo que en un principio pareciera desconcertante y hasta molesto, pero a lo que poco a poco vas hallándole el gusto y la armonía. Así se lee toda la poesía, toda la literatura, todo el arte: desentrañándoles, adaptándolos al propio diapasón. No se puede ver más que a través de los ojos propios, es decir, que toda experiencia será observada desde la propia experiencia. Leemos a otros para entendernos a nosotros mismos y así, esa anécdota que cuento en mis poemas será, a partir de entonces, más que exclusivamente mía, la de cualquier lector, la de todos los lectores. La marca de identidad sexogenérica es importante, entonces, para destacar que ese amor al que le canto puede ser como cualquier otro amor porque, como dice la consigna, Love is love.
— Parecería una pregunta simple o boba, pero leo tu libro y pienso, ¿qué es lo amoroso-erótico en este 2019 para ti?
— Lo gozoso, lo divertido, lo que busca la plenitud y la realización. Durante siglos la poesía amorosa, especialmente la escrita por mujeres y, más específicamente, por lesbianas, cantó, en buena medida a lo inalcanzable, a la decepción, al dolor del amor desatendido, oculto, reprimido, perdido o no correspondido. No faltan entre sus páginas ejemplos de desamparo, locura, suicidio, muerte. Yo misma tengo esos tonos trágicos en ciertas zonas de mi literatura anterior. Pero a punto de terminar la segunda década del siglo XXI, es bueno que visibilicemos también las posibilidades del gozo y de la sobrevivencia del amor después del amor (como cantaba Fito Páez). Eso intenta Old Music Island. Y en tiempos tan violentos como los que vivimos, amar es resistir y hablar de amor es un modo de decir: queremos seguir vivos.
— Ganaste el premio Clemencia Isaura con Últimos días de un país, ¿de qué va este poemario?
— Es una mirada al pasado, a ciertos tiempos no necesariamente idílicos, en esa linde entre la infancia y la juventud. Es difícil hablar de un libro de poesía como si se tratara de una novela, pero en él hay una anécdota que deja ver una historia fragmentada y una reescritura de la memoria. Hay una conexión con el Santiago de Cuba de mis primeros años, con la familia y el tiempo que viví, una observación de ese tiempo desde la experiencia migrante. Esos días, que no serán los últimos ni aquellos que alguien más soñó para nosotros, fueron la simiente del hoy y desde hoy los miro.
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