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El combate contra el pueblo maya: una guerra de medio siglo

Cuando el general Bravo llegó a tierra maya,el gran acontecimiento fue la toma de Chan Santa Cruz, pero no se detuvo ahí: luego se apoderó de Payo Obispo y Bacalar los días 10 y 31 de mayo de 1901.

La Guerra de Crimea
La Guerra de Crimea La Guerra de Crimea (La Crónica de Hoy)

Acaso con cierto hartazgo, de la ciudad de México había salido el nombramiento del general Ignacio Bravo, que ya pasaba de los 70 años, como jefe de la décima zona militar. A él le tocaría encabezar la campaña que, contra los mayas rebeldes, el gobierno de Porfirio Díaz, ordenó en diciembre de 1898. No lo sabían de cierto en la capital, y probablemente el general Bravo tampoco lo tenía claro, pero a la vuelta de dos años y medio, el ya anciano militar estaría en condiciones de avisarle al presidente oaxaqueño que, por fin, habían doblegado a los sublevados.

Era mayo de 1901 cuando el general Bravo firmó un telegrama que viajó a la ciudad de México, dirigido a don Porfirio, y a los gobernadores de Campeche y Yucatán. Breve, preciso, aquel mensaje contaba en unas pocas palabras algo que parecía ser el final de una batalla que ya pasaba del medio siglo:

De Chan Santa Cruz el 4 de mayo de 1901

Sr. Gobernador del Estado: tengo el honor de participar a Ud. que hoy ocupé esta plaza.

Firmado. Ignacio A. Bravo

Al día siguiente, las fuerzas del general Bravo conmemoraron en Chan Santa Cruz un aniversario más de la victoria del 5 de mayo en Puebla, izando la bandera en la otrora ciudad rebelde, y cantando el himno nacional. Mientras tanto, todo el país se enteraba de lo que todo mundo llamó “hazaña”.

La prensa de la capital pudo hacerse con el telegrama recibido en las oficinas del gobernador yucateco, don Francisco Cantón, y no hubo periódico serio que no lo reprodujera. Tantos años llevaba la famosa rebelión de los mayas, que el país había cambiado radicalmente no una, sino varias veces, y se había recurrido a todo, o a casi todo, para frenarlos.

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Los gobernadores de otros tiempos habían recurrido a mercenarios, a negociaciones con otros países, intentando conseguir la ruta segura que les permitiera arrasar con los necios indios rebeldes. Y, desde 1847, los repetidos intentos de arreglar el problema habían fracasado. Y he aquí, que, 64 años después del primer estallido, era un viejo general, eso sí, muy bien pertrechado, con tropa sólida y bien armada, la que se había podido alzar con la victoria, tomando el bastión rebelde, la población que todo el mundo conocía: Chan Santa Cruz.

Bravo había desembarcado en Puerto progreso en octubre de 1898. Lo acompañaba su Estado Mayor y dos batallones, un escuadrón de caballería y la determinación de vencer. En la ciudad de México, la prensa bullía en entusiastas augurios, afirmando que, esta vez, el veterano general sí aplastaría a los mayas.

Poco a poco, se había ido construyendo la ruta que llevaba a los soldados de don Porfirio hacia la victoria: se colocaron postes de telégrafo, se cavaron trincheras. Todo en la ruta hacia Chan Santa Cruz. La prensa aseguraba que el grupo de rebeldes parapetados en la legendaria población eran pocos y se encontraban ya en situación de debilidad.

Cuando en mayo de 1901 Bravo envió el telegrama, que circuló por todo México, Patricio Trueba, gobernador interino de Campeche, se apresuró a enviar su respuesta, felicitándose, felicitando al gobernador Cantón y, desde luego, felicitando al presidente Díaz. “La bandera de la patria flamea ya en esas regiones”.

Hubo fiesta en Mérida. El general Bravo fue recibido como héroe, y hasta se le declaró ciudadano yucateco, en mérito a su coraje, a su valor y en “premio a sus triunfos en esa campaña contra los mayas”. Emocionados, los habitantes de Mérida festejaron por todo lo alto el nuevo anuncio: Chan Santa Cruz llevaría, en adelante, el nombre del general Bravo, “con objeto de tributar al propio tiempo un homenaje a los que han llevado a cabo la reconquista patriótica”. No pararon ahí los homenajes: el presidente Díaz condecoró a Bravo, en agosto de ese mismo año, con la medalla de 3ª clase al mérito militar. Y, como el tiempo corría de otra manera a principios del siglo XX, la diputación de Yucatán anunció en abril de 1902, la creación de una condecoración honorífica para todos aquellos que, a lo largo de la campaña, habían servido en el combate contra los mayas.

Era 1905, y todavía se programaban ceremonias de condecoración a los valientes vencedores del pueblo maya.

EL LARGO ENCONO: LA GUERRA DE CASTAS.

La represión contra los mayas había empezado en la segunda mitad de 1848, y no fue empresa sencilla: los mayas, en pie de guerra, se arropaban en el culto de la “cruz parlante”, que daba mensajes de resistencia. Chan Santa Cruz se convirtió en el corazón del movimiento de rebelión, y resistió a las incursiones de la milicia federal y las fuerzas del gobierno yucateco.

Fue la rebelión maya, conocida como la “Guerra de Castas”, una cadena larga de motines y alzamientos, la larga historia que conocieron todos los militares mexicanos del siglo XIX, y a medida que el país se estabilizaba en lo que empezaba a ser el porfiriato, empezó a ser aún más molesta y notoria, como habían sido los yaquis y los apaches en el norte del país. Como a ellos, la “gente de razón” daba en llamar “bárbaros” a los mayas sublevados.

Sublevados, sí, y constantes: notorio fue su culto a las cruces, pues ahí se habían “aparecido” esas cruces milagrosas, labradas en un árbol, y que le dieron fortaleza y valor a los rebeldes. En torno a ellas se construyeron rituales, y se habló de que las cruces hablaban, y que daban protección divina a los fieles y los llamaba a expulsar a los blancos de territorio maya. Fue la Cruz Parlante será el principal emblema de los sublevados y logró aglutinar a todos los pueblos dispersos en una sola fuerza que atormentaría por décadas a los blancos.

Como en todo conflicto de larga duración, hubo cierta estabilidad, pero, cada tanto, se levantaban campañas contra los mayas en rebelión. Ambas partes tomaron, perdieron y recuperaron poblados y territorios, como en 1852, cuando Chan Santa Cruz, centro rebelde de operaciones, fue tomada, pero volvió a manos de los alzados tiempo después.

Con altas y bajas, la guerra contra los mayas continuó. El auge de la industria henequenera hizo que los indígenas tuvieran espacios de trabajo más convenientes y eso le restó bríos a la guerra, a medida que se acababa el siglo XIX. Pero eso no menguó la tenacidad de grupos que continuaban en resistencia,

Cuando el general Bravo llegó a tierra maya,el gran acontecimiento fue la toma de Chan Santa Cruz, pero no se detuvo ahí: luego se apoderó de Payo Obispo y Bacalar los días 10 y 31 de mayo de 1901.

LAS CIFRAS DEL EXTERMINIO

Cierto: los hombres blancos habían vencido, o al menos eso pensaron en 1901, porque todavía, en 1907 y 1912, hubo nuevos estallidos de rebelión. Pero el saldo era terrible: a medida que se acababa el siglo XIX, las campañas contra los mayas habían configurado lo que hoy se puede llamar una política de extermino, completamente similar a la que se había instrumentado contra los yaquis y contra aquel núcleo de chihuahuenses rebeldes, los tomochitecos.

En la península yucateca, se había vivido, por espacio de medio siglo, con frecuentes noticias de matanzas y emboscadas: pueblos enteros fueron quemados, e incluso se dieron algunas grandes batallas en medios urbanos con miles de muertos como en Valladolid.

Por temporadas, en aquellas tierras se vivió una diaria guerra de guerrillas que en ocasiones arrinconaba a los blancos. Tiempos hubo en que los mayas parecían dueños del territorio, con excepción de algunos de los pueblos principales y del corredor de Mérida a Campeche.

La grave consecuencia de la rebelión fue el saldo terrible de mayas y blancos asesinados: en un censo de 1843, Yucatán registraba medio millón de habitantes, diez años después eran poco más de 300 mil.

Murieron blancos e indígenas por igual: en la población de Tepich, al principio del conflicto, fueron asesinados todos los pobladores blancos, mestizos y mulatos, en respuesta a la masacre hecha por el gobierno contra la población maya, al incendiar sus viviendas sin permitir que los ancianos, mujeres y niños salieran de sus casas.

¿Qué quería el pueblo maya? Acabar con el sistema colonial semiesclavista que dominaba la vida en Yucatán: los indios estaban arraigados en las haciendas, con una choza y una pequeña parcela por todo pago, un mínimo jornal. Todos los lugares comunes de la desigualdad y la opresión porfirianas eran realidades en Yucatán: endeudados con tiendas de raya, trabajando de sol a sol, encadenados por las deudas, embrutecidos por el alcohol, y con la amenaza constante de las guardias y el ejército.

Las cifras son brutales: se habló de12 mil mayas muertos en la última campaña, la que llevó al general Bravo a la victoria. No extrañó, al paso del tiempo, que el recuerdo del exterminio continuara alentando en los mayas sobrevivientes, y que en ellos permaneciera el deseo de venganza y el reclamo de libertad.

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