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El miedo y el cansancio que obligan a seguir

Como ellos, hay muchos. Hacen presencia en distintos ámbitos de la vida mexicana. Los ha movido el miedo, el cansancio, el instinto de supervivencia.

Larga fila de personas esperando para entrar a un local comercial
Larga fila de personas esperando para entrar a un local comercial Larga fila de personas esperando para entrar a un local comercial (La Crónica de Hoy)

Como ellos, hay muchos. Hacen presencia en distintos ámbitos de la vida mexicana. Los ha movido el miedo, el cansancio, el instinto de supervivencia.

Sus amigos están repartidos por el mundo, y, en algunos casos, aún les quedan parientes en Venezuela, y eso le agrega una dosis de inquietud al futuro que están construyéndose en México. Cada caso es distinto, cada historia tiene sus particularidades, pero muchas tienen algo en común: el agradecimiento al país que los ha recibido.

Gleny Vanessa Valente afirma que, para muchos venezolanos, en los tiempos que corren, existe algo como “el sueño mexicano”, y, a ella, ese sueño se le ha convertido en realidad: acaba de cumplir tres años en territorio mexicano; logró hacerse el espacio que le permite ganarse la vida como productora de  comerciales y videos; halló un esposo mexicano que humanamente no puede quererla más y tiene una bebé, nacida aquí, de pocos meses. Pero sus padres aún viven en Venezuela, y ella no pierde detalle de lo que ocurre en su patria, y lo que ve a la distancia, aún le indigna, le duele.

A Gleny fue la inseguridad la que la sacó de Venezuela. “Uno aprende a sobrevivir en el caos económico; la escasez de productos no empezó con Maduro, pero sí se acrecentó. Lo que a mí me movió en realidad, fue la certeza de que en Venezuela te pueden matar por cualquier cosa”.

¿Cómo llegó a la decisión de abandonar Venezuela? “Yo iba a salir de vacaciones hacia México, en los días en que aprisionaron a Leopoldo López; en esa manifestación encarcelaron gente y, al hacer la noche, me enteré que habían asesinado personas con francotiradores. Entonces, dije que esa noche tenía que irme del país. Me fui al aeropuerto a las once de la noche, aunque mi vuelo salía a las 7 de la mañana, pero no podía saber si las aerolíneas  funcionarían.

“Volé a Miami, donde vive una de mis hermanas. No tienes que regresar a Venezuela, me dijo. De Miami vine a México, donde unos amigos, que trabajaban en la misma productora que yo, me dijeron que por qué no intentaba trabajar aquí”.

Como no tenía papeles y sí tenía en Venezuela casa y auto, regresó a su país, pero tenía ya la idea de irse: “A los pocos días, manejaba yo en Caracas, cuando cuatro motorizados se acercaron al auto de adelante: le dispararon y le rompieron el parabrisas. Mi primer pensamiento fue meter la cabeza entre las piernas. Me han intentado secuestrar; me han puesto la pistola en la cabeza varias veces. Entonces me dije: yo no puedo seguir jugando esta ruleta rusa. Puedo acostumbrarme a comer solamente lechuga, pero no puedo acostumbrarme a preguntarme cada día si voy a volver a casa con vida”.

UNA CUESTIÓN DE SALUD. Diego Guerrero es actor. Estudió Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello y luego se formó como actor en España. En su caso, fue la estricta sobrevivencia la que lo sacó de Venezuela. Diego padece una enfermedad rara y de difícil tratamiento: el síndrome POEMS, un padecimiento que afecta los sistemas inmune, endocrino, vascular y nervioso que puede detonar múltiples enfermedades, desde la diabetes hasta el agrandamiento de los órganos internos. Convalecía de un trasplante de médula cuando tomó la decisión de venir a vivir a México.

“Para mí era fundamental”, dice a Crónica. “Ese año, conseguí los reactivos para poder hacerme análisis de sangre, pero las medicinas que necesito ya no se conseguían en Venezuela, y tenía la inquietud de no poder trabajar lo suficiente, por falta de energías, para tener el dinero para atenderme. En mi revisión anual, mi doctora me habló de la opción mexicana; en algún momento tendré que hacerme otro trasplante de médula, y ella me dijo que los médicos mexicanos son excelentes en esa materia.

Diego lleva en México dos años. La rareza de su padecimiento le ha valido ser atendido en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. “La verdad es que me han cuidado bien. Llegué aquí y pude obtener una visa de trabajo. El médico de unos amigos me habló de Nutrición. Cuando se enteraron de mi enfermedad, me dijeron ‘claro, venga”. Solo habemos ocho o nueve pacientes de POEMS ahí. Mientras más casos tengan, más posibilidades de desarrollar tratamientos tienen.

Aún le quedan en Venezuela abuelos, tíos, primos, una hermanita menor. Pero sus amigos están en Alemania, en España, en Colombia, en Perú, en México. “El gatillo que nos ha impulsado a dejar Venezuela es, en cada caso, distinto, pero todo está relacionado con el futuro, porque todos estamos en la búsqueda de un futuro posible”.

“LA CRISIS LO PROVOCÓ”. La primera vez que Luisa Avelero pisó un mercado mexicano, se puso a llorar, en ese mar de colores y aromas. Entrar a una panadería, aún hoy, cuando falta poco para que cumpla dos años en México, le sigue pareciendo un lujo, porque recuerda que en Venezuela hacer fila por horas para conseguir una canilla (una baguette) no quiere decir que efectivamente se obtenga pan. Fueron la aguda crisis económica y el miedo lo que la orilló, junto con su esposo, a salir de su país. “Tengo un negocio de vestuario para cine. En la última película que hice allá, en 2015 fue dificilísimo. Muchos materiales son importados, dependen de la paridad”.

La llamaron para trabajar en otra película, pero ya era muy difícil conseguir materiales para trabajar.

México era una opción clara: “Aquí hay mucha producción audiovisual, de cine; tengo amigos que ya habían llegado aquí, y que se habían ido dando a conocer con su trabajo”. Pero en Venezuela queda su familia.

Para Luisa la nostalgia es inevitable: “estás en otro país porque la crisis lo provocó; porque es una crisis social y económica, y entonces uno vive con la mitad de la cabeza ocupada y triste por lo que pasa, y con la otra mitad trabajando, poniéndole muchas ganas,  volviendo a empezar”.

“Yo iba a salir de vacaciones hacia México, en los días en que aprisionaron a Leopoldo López; en esa manifestación encarcelaron gente y, al hacer la noche, me enteré que habían asesinado personas con francotiradores. Entonces, dije que esa noche tenía que irme del país”

“El gatillo que nos ha impulsado a dejar Venezuela es en cada caso distinto, pero todo está relacionado con el futuro, porque todos estamos en la búsqueda de un futuro posible”

“Mira que estar en otro país y venir a lugares como éste para poder convivir con tu gente, trabajo toda la semana en una cocina para que cuando llegue este día, pueda sentarme y charlar con mis hermanos”

“Uno vive con la mitad de la cabeza ocupada y triste por lo que pasa, y con la otra mitad trabajando, poniéndole muchas ganas,  volviendo a empezar”

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