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El negrísimo caso de Arturo Durazo

Al jefe de la Policía de la Ciudad de México, Arturo Durazo Moreno, “El Negro”, se le conocían sus poderosas influencias: era amigo desde la infancia del presidente López Portillo.

Pablo Escobar tras las rejas
Pablo Escobar tras las rejas Pablo Escobar tras las rejas (La Crónica de Hoy)

Al jefe de la Policía de la Ciudad de México, Arturo Durazo Moreno, “El Negro”, se le conocían sus poderosas influencias: era amigo desde la infancia del presidente López Portillo. Pero un asesinato brutal comienza a dar otro cariz a la fama pública del personaje. Bajo su protección medra la Brigada Jaguar de la División de Investigaciones para la prevención de la Delincuencia (DIPD), —nombre elegante que se le ha puesto al servicio secreto capitalino— que comanda un personaje muy cercano al jefe policiaco: Francisco Sahagún Baca, y son integrantes de esa brigada los responsables de lo que muy pronto se conoce como los crímenes del Río Tula.

A ese río, que arrastra, entre aguas negras, los desechos de la capital, son arrojados, poco a poco, 14 cuerpos destrozados. Son los primeros días de enero de 1982. El homicidio colectivo aterra a los capitalinos y escandaliza al país. Navegando en eso que se llama impunidad, los “jaguares” no se ocupan demasiado en ocultar su rastro, y las prueban en su contra se acumulan: se trata de 13 colombianos y un chofer mexicano, dedicados a robos en residencias y bancos. También se les relaciona con violaciones. El origen del desastre es la ambición: han asaltado un banco y los “jaguares” lo saben, y prefieren que el botín se les quede a ellos. Se les “pasa la mano” al torturarlos y prefieren “arreglarlo” matando a todos.

Se empieza a discutir acerca de la violencia de las fuerzas policiacas y de que hasta los delincuentes tienen eso que apenas empieza a llamarse derechos humanos. Francisco Sahagún Baca se dice, está prófugo. Pero la amistad presidencial parece proteger a Arturo Durazo. Se rumora que ha sido el propio José López Portillo quien ha ordenado frenar la investigación que lleva a Durazo como el responsable de la matanza.

Con el sexenio se acaba la protección. Un best seller ochentero aparecido en noviembre de 1983, Lo Negro del Negro Durazo, que le da a ganar a Editorial Posada mucho más que la historia inédita del espiritismo de Madero y casi tanto como la famosa revista Duda, llega a muchos hogares mexicanos. Vende un millón de ejemplares y los laboriosos le calculan 10 millones de lectores. Allí está, en la pluma del exjefe de ayudantes de Durazo, José González, un recuento de crímenes, extorsiones y vínculos con los primeros narcotraficantes, grandes y pequeños, que comienzan a adueñarse del escenario.

Durazo no se queda a ver cómo le va en regalías a González. Sale del país, mientras sus casas con resonancias griegas de la carretera al Ajusco y de Zihuatanejo, son la comidilla del país entero: se habla de corrupción, se habla de deshonestidad, se habla de impunidad. Andando el tiempo, la DEA encuentra a Durazo en 1984. Está en Río de Janeiro. Lo siguen hasta Puerto Rico, y se le detiene. Lo envían a Los Ángeles y lo extraditan a México. En su proceso, acusado y acusadores quedan mal, pues le fincan cargos de contrabando y acopio de armas. Lo sentencian a 8 años de prisión. Liberado en 1992, nunca se libró de la oscura fama que se forjó en los años ochenta.

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