“…Mamá, soy ‘narquito’, no haré travesuras…”
"Cubierto de jiras,
al ábrego hirsutas
al par que las mechas
crecidas y rubias,
el pobre chiquillo
se postra en la tumba,
y en voz de sollozos
revienta y murmura:
«Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».
“Y un cielo impasible
despliega su curva.
«¡Qué bien que me acuerdo!
La tarde de lluvia;
las velas grandotas
que olían a curas;
y tú en aquel catre
tan tiesa, tan muda,
tan fría, tan seria,
y así tan rechula!
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».
“Y un cielo impasible
despliega su curva…”
¡Ay!, Dios mío, hasta dónde puede llegar el desolado amor de un hijo por su madrecita buena, por su madrecita santa, por quien lo amó antes de conocerlo.
Pero (siempre en la vida hay un pero y a veces el pero lo supera todo o todo lo impide o todo lo jode),en los tiempos recientes, lejos de los del vate huertista (por Victoriano, jamás por Efraín), don Salvador Díaz Mirón, cuya lira (lora) suena en los versos más cursis y horribles de la lírica mexicana, comparables apenas con los de don Juan de Dios Peza o alguno de estos inspirados aedos como Aguirre y Fierro en su bohemio brindis a la madre.
Pero esos versos ya han sido superados, si no en la rústica sinceridad de su cursilería, sí en el traslado del romanticismo materno filial al discurso político en la lucha contra la delincuencia organizada en México, cuya capacidad de muerte ya nos tiene la patria convertida en un cementerio infinito, lleno de fosas, osamentas, cadáveres y desaparecidos.
Si bien no es la primera —y quizá no sea la última en ese sentido—, esta recomendación amable del Señor Presidente a los violentos, para apartarse de los senderos del mal y pensar mejor en sus madrecitas a quienes tanto (supongo) hacen sufrir con su descarriada y corta vida de delincuentes contumaces y forajidos sin esperanza, la oratoria presidencial es digna de los afanes de quien haga, para asombro de las futuras generaciones y los siglos por venir, el ideario de la Cuarta Transformación, encarnada en las admoniciones morales del Poder Ejecutivo.
Explicaba el Señor Presidente el cambio de enfoque en la atención de los problemas de la juventud, justificaba sus programas de becas y becarios, de jóvenes construyendo el futuro y otros; hablaba de cómo en México la familia aglutina y protege, del firme tejido de los de la misma sangre; del cambio de modelo de seguridad, de la esperanza en el combate a la corrupción. Y entonces dijo estas palabras, con el tono y la lengua populares, como la gente, nuestra gente, habla cada día, en la casa o fuera de ella. Me “cái”.
“…Y se ha avanzado.
“No estoy diciendo que no hay problema, claro que hay, pero estaba peor, o sea, estaba muy difícil, ustedes lo saben. Entonces, ha ido bajando, se ha ido serenando la situación social, hay menos inseguridad, ahora tenemos más problemas allá en la frontera, Nuevo Laredo, hay un grupo ahí que está muy beligerante y los estamos llamando a que le bajen y que ya todos nos portemos bien.
“¡Ya; al carajo la delincuencia!, ¡fuchi!, ¡guácala! Es como la corrupción, “fuchi”, “guácala!
“¿Qué se decía antes o se hacía creer? Que estar en una banda, en un grupo delincuencial, era de mucho prestigio, hasta tiraban aceite, presumían en las series de televisión.
“¿Qué panorama pintaban?
“Pues una situación totalmente irreal, pura fantasía de residencias, de autos último modelo, de ropa de marca que usaban los delincuentes, muchachas, muchachos guapos, mucho poder, sometían a las autoridades.
“Bueno, pues eso es totalmente irreal, pero además eso sólo produce sufrimiento para los que se dedican a esas actividades, a los jóvenes, a sus familias, ayer lo decía yo, a las mamás, que sufren tanto, porque quieren tanto a sus hijos; entonces, ¡ya chole! con eso… ¡ya!
“Ahora vamos a que los jóvenes, como ya lo dije, tengan trabajo, tengan posibilidad de estudiar, fortalecer los valores culturales, morales, espirituales, hacer realidad el que se entienda que sólo siendo buenos podemos ser felices, que la felicidad no es acumular bienes materiales, no es acumular dinero, fama; la verdadera felicidad es estar bien con uno mismo, estar bien con nuestra consciencia y estar bien con el prójimo, ésa es la verdadera felicidad. Lo otro es felicidad pasajera, efímera, transitoria, lujo barato, eso no conduce a nada bueno”.
Y un cielo impasible despliega su curva…
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