Imágenes, símbolos y pasado
Una de las cosas de mayor importancia para los mexicanos, es la opinión ajena.
Y más si el resultado es adverso. Nos importa, nos preocupa, nos asusta o nos pesa. Muchas cosas se hacen y se dicen en este país, nada más para no perder en el juicio ajeno y sufrir una opinión intolerable.
--¿Qué van a pensar de nosotros? ¿Cómo nos verá el mundo? Grave preocupación.
Es una especie de complejo provinciano. Pobres pero muy honrados, si señor. No lo vaya usted a dudar. Aunque les herede la pobreza, no les voy a heredar la vergüenza. Dichos dignos de la pluma de don Pedro de Urdemalas quien escribió para Ismael Rodríguez, nuestro sociólogo mayor, “Nosotros los pobres”.
Por eso no debe causarnos extrañeza la peregrina explicación del Señor Presidente en torno de la “cortina de hierro” con cuya rígida solidez se ha delimitado la zona sagrada del espacio del Palacio Nacional. Fue ordenada para preservar nuestra imagen hacia el mundo.
“…Imagínense –ha dicho el Ejecutivo con esa sugestiva forma del imperativo mágico--, que no se cuida el Palacio Nacional y se vandaliza, qué imagen se da en el mundo, pero eso que no se confunda, no es miedo…”
Y como esa protectora explicación al conservacionismo monumental, al estilo del ICOMOS, no fue suficiente, entonces dijo otra:
“…Nunca vamos a reprimir al pueblo. --–dijo desde casa de La Chingada--, jamás vamos a reprimir al pueblo, es mejor poner una valla que poner frente a las mujeres que van a protestar a los granaderos, como era antes; no los podemos enfrentar, tenemos que evitar eso. Que no haya violencia, que nadie salga dañado, herido…”
La verdad no comprendo eso de la imagen ofrecida al mundo.
Hay tantas cosas en el orbe sobre las cuales los mexicanos tenemos una pésima fama como para ni siquiera pensar en ellas. Fama de narcos y borrachos.
La imagen por lo general proviene de una realidad. Los espejos vacíos no existen.
Hoy la imagen es demoledora. El altivo y acerado valladar ha servido para una pública exhibición de los nombres de mujeres asesinadas en los últimos años, sin investigaciones notables en el bienio de la Cuarta Transformación a la cual este tema le viene holgado.
--¿Cuál imagen habla peor de México, si esa es la preocupación del SP?
¿Un edificio agraviado por el grafiti y la lumbre del coctel Molotov o una muralla disuasiva, limitante, excluyente, sobre la cual se escriben los nombres de las mujeres asesinadas sin asomo de justicia?
Yo supongo peor la segunda. Pero quizá en el Palacio tengan otros datos.
Recordemos algo sobre el Palacio atacado:
Esto dijo don Carlos de Sigüenza y Góngora sobre lo ocurrido el 8 de junio (no de marzo) de 1692:
“….Por la puerta de los cuarteles, por la casa de la moneda, que esta contigua, y por otras partes les había entrado algún refuerzo de gente honrada y de pundonor a los que, por estar encerrados en su palacio, se tenían en su concepto por muy seguros, sin ofrecérseles el que, por falta de oposición, se arrojarían los tumultantes a mayor empeño.
“Si es verdad haberse cargado la noche antes todos los mosquetes, como me dijeron, no debía haber en palacio otra alguna pólvora, y absolutamente faltaron balas, porque después de veinte y cinco o treinta mosquetazos que se dispararon desde la azotea, no se oyó otro tiro y como quiera que los que entraron de socorro iban sin prevención y de los pocos soldados que allí se hallaron, dos o tres estaba muy mal heridos, otro quebrada la mano izquierda, por haber reventado una tercerola, y los restantes apedreados de pies a cabeza y lastimados, no sirvieron de cosa alguna a los auxiliares, no por venir con bocas de fuego con que no se hallaban, sino por no tener quién los gobernase y les diesen armas, como ellos dicen; y por último, todo era allí confusión, alborotos y gritos, porque, por no estar en casa su excelencia, no habia en ella de su familia sino dueñas y otros criados y no era mucho que fuese así, cuando, faltando los soldados (ya cuartelados en palacio) a su obligación, ni aun para tomarle las armas a su capitán general cuando volviese a su palacio…
“…AI instante que se cerraron las puertas y se halló la plebe sin oposición alguna, levantó un alarido tan uniformemente desentonado y horroroso, que causaba espanto…”