
Hablar de Patricio Iglesias implica hablar por fuerza de una de las bandas más importantes de la historia del rock en México:
Santa Sabina fue la cúspide, o quizá sólo una de ellas, para un baterista que en cada proyecto tiende a reinventarse y que; no obstante, mantiene rasgos únicos, un sello irrepetible.
Tal vez sea esa la magia que muy pocos, de los millones dedicados a golpear tambores, logran: poseer un estilo tan característico que a su vez retroalimenta y sirve como núcleo vital dentro de un grupo, que desde la primera escucha se sabe ya quién de quién se trata.
De visita por Hidalgo, Patricio Iglesias narra el proceso, ya no tan nuevo, en el que sigue inmiscuido. La experiencia en Eurídice me deja participar de una manera creativa en un sentido de la creatividad como me gusta, como aprendí a usarla en Santa Sabina (mi banda madre) y aquí puedo también ejercer ese mismo tipo de creatividad, muy libre; me comenta.
Iglesias, amén de saberse y reconocerse un icono, sobre todo para quienes crecimos bajo el amparo de ciertas lecturas que, a su vez, nos condujeron a un género de música en particular como la que Santa Sabina hacía hace ya varios años, es hoy un hombre completo, maduro y emancipado, al menos así lo siento. Hay un aura de paz que de él emana, que contagia, tranquilidad y ante todo sencillez, pero que apenas sentarse frente a su instrumento lo transforma en otro, en energía pura.
En algo se parece a Rita Guerrero y es que cuando platicas con él (a Rita la entrevisté hace más de una década), te trata como si fueras su amigo o al menos un viejo conocido.
Hemos evolucionado durante los últimos tres años y medio, continúa con respecto a Eurídice, he visto esta sucesión que ha habido de guitarristas y que le ha dado una madurez a la banda, se consolidó ya el sonido de Eurídice y la entrada de Paul Zamora (quien es por cierto alumno de Alejandro Otaola, ex guitarrista de Santa Sabina) le ha dado una cohesión a nuestra ecuación musical.
Es un poco como lo que oíamos en aquellos ayeres en algún sector de la Ciudad de México, traemos esa herencia de ciertos lugares, como “El Nueve” o “El Tutti Frutti” (ambos antros que gestaron y reprodujeron al underground de los 80 del siglo pasado), donde acudíamos a escuchar grupos y tres de los que somos parte de Eurídice somos de esa generación y eso creo que se filtra, aparte de lo que hacíamos, yo en Santa Sabina y ellos en La Muerte de Eurídice, además de lo que sonaba en algún sector del rock nacional también.
Es inevitable, continúa Pato, que todo eso se filtre en lo que hacemos hoy y la verdad me da mucho gusto porque las bandas de hoy, todavía no entiendo bien por dónde va el legado, lo que quieren decir musicalmente, no hay como una estructura común o un sello generacional y en esos ayeres definitivamente sí teníamos algo más definido.
Hay bastantes lugares, hemos contado con la fortuna de compartir escenarios con gente como Allison o Panteón Rococó, con gente que esencialmente podemos ser muy disímbolos por la diferencia de discursos musicales pero aun así nos invitan a abrirles algunos eventos grandes y en un circuito de antros y eso lo agradecemos mucho, porque ahora la gente es muy celosa de sus espacios, de sus territorios, lo que hay es poca solidaridad, antes había una hermandad mucho más fuerte e interesante.
Al apagar la grabadora me confirma por qué su amor por una ciudad como “La Bella Airosa”… pero esa es otra historia y demasiado personal.
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