Opinión
El carnicero de Putin acabó rostizado; ni fue el primero ni será el último
Fran Ruiz

El carnicero de Putin acabó rostizado; ni fue el primero ni será el último

Yevgueni Prigozhin era, hasta la mañana de este miércoles, el rostro ruso vivo más reconocido internacionalmente, por detrás, claro, del presidente Vladimir Putin, y del líder opositor ruso, Alexei Navalni. Por la tarde, ese rostro ya no existía; era carbón.

Prigozhin y Navalni tienen en común que desafiaron la autoridad de Putin… y acabaron rostizados. El líder de los demócratas rusos se achicharró la piel en agosto de 2020, cuando misteriosamente fue envenenado y se salvó de milagro (aunque ahora se pudra en una cárcel rusa); y el segundo, el líder del grupo de paramilitares Wagner, acabó literalmente carbonizado, tras estrellarse —también misteriosamente— su jet privado, cuando sobrevolaba territorio ruso junto con su “mano derecha”, Dmitri Utkin, antiguo oficial de la inteligencia militar rusa (GRU) y otros cinco mandos de su organización de sicarios y expresos caída en desgracia.

Quien a estas alturas todavía otorgue el beneficio de la duda sobre la autoría intelectual de Putin en la muerte de Prigozhin y piense que pudo deberse a un accidente por falla humana o técnica, es que no conoce hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente ruso a la hora de vengarse de quienes lo traicionan o desafían.

Lee también

Prigozhin, quien empezó vendiendo hot dogs en San Petersburgo y se convirtió, primero en chef del Kremlin y luego, en líder del sanguinario de los temidos Wagner, firmó dos sentencias de muerte hace justo dos meses.

La primera sentencia de muerte la firmó el 24 de junio, cuando sus hombres tomaron sin resistencia alguna la ciudad de Rostov del Don, mientras era aclamado por muchos ciudadanos, y ordenó a una columna de tanques y 25 mil hombres que marchara a Moscú. La segunda sentencia la firmó Prigozhin al día siguiente, cuando se arrepintió del mayor desafío a Putin en sus más de dos décadas en el poder, y en vez de intentar derrocarlo ordenó a sus sicarios que dieran marcha atrás, a cambio de no ser castigado y de que sus hombres pudieran seguir ayudando a dar golpes de Estados prorrusos en países africanos, y de paso enriquecerse expoliando sus riquezas minerales.

Resulta extraño que alguien que fue tan cercano a Putin creyera que el presidente ruso le había perdonado la vida, después de humillarlo ante el mundo.

Caretas de Putin y Prigozhin en un mercadillo de Moscú

Caretas de Putin y Prigozhin en un mercadillo de Moscú

Telegram

Desde los tiempos en que trabajaba para la KGB, Putin es un experto en eliminación de disidentes o aliados caídos en desgracia, mediante métodos propios de los años de terror de Stalin o de los agentes búlgaros soviéticos, aficionados a matar con cianuro.

Lejos queda ya el asesinato de la periodista rusa de investigación Anna Politkóskaya, acribillada en el ascensor del edificio de su departamento en Moscú, el 7 de octubre de 2006, en venganza por denunciar las atrocidades de las tropas rusas en la separatista Chechenia; o Aleksandr Litvinenko, un agente del servicio secreto ruso que huyó a Londres tras denunciar crímenes del Kremlin, y fue envenenado en 2006, muriendo tras una larga agonía con polonia radiactivo, luego de citarse en un bar de la capital británica con agentes encubiertos (que casualmente acabaron siendo condecorados).

Inexplicablemente, el ingenuo Prigozhin pasó por alto que, cuando Putin no logró envenenar hasta la muerte a otro exespía en Gran Bretaña, Serguéi Skipral, ni a su rival Navalni, optó por otros métodos menos sutiles, pero más efectivos, como tirar por el balcón a oligarcas que criticaron su guerra en Ucrania (ya van una docena de misteriosas muertes o aparentes suicidios) o esperar a que sea de noche para enviar un sicario a matar a tiros al candidato presidencial Boris Nemtsov, en 1995, cuando daba un paseo con su novia.

Decepciona que un hombre que disfrutaba grabando videos de ejecuciones a martillazos en la cabeza de los desertores del grupo Wagner (o de prisioneros ucranianos) no supiera que tenía por encima de él a un capo mafioso más sanguinario, que se ha ganado a pulso su condición de criminal de guerra con orden de arresto de la Corte Penal Internacional (CPI).