Opinión

La castración de Urano y la lucha por el poder

La mitología griega nos muestra que los dioses tienen un comportamiento similar al de las personas comunes. A esa forma de otorgar atributos humanos a seres que no lo son, se le conoce como antropomorfismo. Incluso las conductas más reprobables en las personas estaban presentes en los relatos de la vida cotidiana de los seres inmortales. «A los dioses atribuyeron Homero y Hesíodo todo cuanto entre los humanos es objeto de censura y de oprobio: robar, cometer adulterios y practicar el mutuo engaño». Esta cita del poeta y filósofo Jenófanes -rescatada por Carlos García Gual- es representativa de la crítica que las personas ilustradas de la Grecia clásica hacían a su propia mitología.

Urano

Urano

¿Cómo era posible que sus dioses llegasen a tener conductas inferiores a la de los seres humanos más justos? El excesivo antropomorfismo representaba para esos pensadores, incluido Platón, un motivo de “escandalo moral”.

Aristófanes, considerado como el padre de la comedia antigua, escribió la crítica satírica más dura en contra del actuar divino en no pocas de sus obras literarias. En Las aves, por ejemplo, un pájaro de nombre Abubilla incita a las demás aves a dejar de volar sin rumbo y a crear una ciudad en el cielo que sustituya al Olimpo, donde viven los dioses usurpadores. A la aventura conspirativa invita a los habitantes de Atenas.

En los mitos más antiguos recogidos por Hesíodo en su Teogonía, la sucesión del trono entre los dioses se daba mediante guerras parricidas y fratricidas. Hubo un tiempo en que Urano reinaba de manera absoluta en el cielo. Los Cíclopes, sus hijos más rebeldes engendrados con Gea amenazaron con destronarlo, por lo que fueron enviados al lugar más profundo del Tártaro. La Madre Tierra instó entonces a sus otros hijos, los Titanes, para que urdieran una insurrección contra su padre.

La rebelión de los Titanes contra Urano fue encabezada por Crono, el más joven. Armado con una hoz de pedernal Crono atacó a su padre mientras dormía, lo sujetó con la ayuda de sus hermanos, lo castró y lo arrojó al mar. De las gotas de sangre de sus genitales que cayeron a la Tierra nacieron las Erinias -Alecto, Tisífone y Mégara- que en adelante serían las encargadas de vengar los crímenes de parricidio.

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Los Titanes nombraron a Crono como soberano del mundo y liberaron a sus hermanos, los Cíclopes. Una vez en el trono y al considerarse el amo absoluto los regresó al Tártaro y tomó por esposa a su hermana Rea.

Urano profetizó que Crono sería destronado por uno de sus hijos, como le había sucedió a él, por lo que el Titán temeroso devoraba a cada uno de los vástagos que engendraba con Rea. Así fue como engulló primero a Hestia, luego a Deméter, Hera, Hades y Poseidón.

Cuando Zeus nació, su madre engañó a Crono y le dio una piedra envuelta en pañales haciéndolo creer que al que se comía era al recién nacido. Zeus fue enviado a Creta. Vivió un tiempo oculto en una cueva del monte Egeo, donde fue cuidado por la ninfa del fresno, Adrastea, y amamantado por la cabra Amaltea.

Zeus creció entre los pastores, lejos del alcance de su padre. De joven buscó vengarse, por lo que pidió la ayuda de la Titánide Metis, diestra en preparar pociones curativas. Le solicitó a Rea que, ocultando su identidad, lo nombrara copero de Crono. Ella accedió en ayudarlo en sus deseos de venganza y lo hizo sirviente en la mesa del soberano. Zeus mezcló el vino con la sustancia que la Titánide le proporcionó. Al ingerir la bebida Crono fue presa de un vómito incontrolable y de esta forma empezó a expulsar a los hijos que llevaba en sus entrañas, incluyendo la piedra que había tomado el lugar de Zeus.

Se entabló una sangrienta guerra que duró muchos años. El ejército comandado por Zeus contaba con aliados como los Cíclopes y Hecatónquiros (gigantes de cien manos). Del lado contrario participaba un contingente de titanes, encabezados por Atlante. La guerra se decidió en favor de los rebeldes. Crono y sus aliados fueron expulsados de Grecia para siempre.

Al llegar al trono Zeus conformó en la montaña más alta un consejo integrado por seis diosas y seis dioses: la familia Olímpica. La asamblea de dioses era presidida por Zeus y por su hermana y esposa, Hera. Ahí se discutían los asuntos que afectaban la vida tanto del ámbito divino como terrenal.

Con el fin de mantener un equilibrio en los dominios del mundo, el gobierno de los dioses fue dividido. Zeus reinaba en los espacios de la tierra, Poseidón era el señor de los mares y Hades dueño del inframundo. El resto de los dioses y diosas tenían atribuciones para dominar en determinados ámbitos de la vida. Hera, por ejemplo, la madre y esposa, era diosa del matrimonio y la administración. Hefestos, el dios herrero, tenía asignados todos los asuntos relacionados con el fuego y la fundición de metales. Era considerado el protector del trabajo y los oficios. Afrodita regía en todo lo relacionado con el amor y sus efectos. Deméter era la encargada de hacer producir la tierra y proporcionar las cosechas y los granos. Ares controlaba la guerra. Hermes los caminos y el comercio. Atenea imperaba en los ámbitos de la inteligencia y la razón y en todo lo relacionado con el desarrollo de la civilización.

Así, cada uno de los dioses olímpicos tenía asignado su tramo de responsabilidad. Los conflictos surgían cuando un dios invadía el territorio del otro o usurpaba atribuciones que no le correspondían. El principal infractor, el que propiciaba el desorden y cometía el mayor número de arbitrariedades, en resumen: el más bribón, era el propio Zeus. Su posición como jefe máximo del Olimpo le daba margen para la trampa y el engaño. Eran frecuentes sus infidelidades y violaciones, por lo que a menudo recibía fuertes reprimendas y sanciones por la celosa e implacable Hera.

La sucesión en el trono divino pasó de una época en donde el soberano ejercía un poder absoluto y los conflictos se resolvían por sangrientas guerras a un sistema, que, aunque imperfecto y no exento de abusos de poder, permitía cierta gobernanza, gracias a las ventajas que proporcionaba el gobierno dividido.